El arte de amargarse la vida

Es curioso el comportamiento de los seres humanos en algunas circunstancias. Parece que nuestro objetivo en la vida es el de ser feliz, pero por la actitud de determinadas personas creo que no todos buscamos el mismo fin. Me asombra la capacidad de la gente para amargarse la vida en menos que canta un gallo. Tanto es así que pienso que ese tipo de personas disfrutan cuando son el centro de una desgracia. Es fuerte lo que escribo, pero de verdad que así lo creo. Porque, no nos engañemos, nuestro lado morboso o lastimero hace que nos fijemos más en las penas que en las alegrías y para llamar la atención, mejor una catástrofe que no un alegrón. Y sin quererlo, vamos fomentando a los que de un simple orzuelo hacen un posible desprendimiento de retina o de un dolor de cabeza un probable tumor cerebral. Y digo posible o probable porque a la larga todo queda en eso, en una dolencia común. Pero entre que si y que no, mientras ellos se regodean en su mierda enfermedad incurable, tienen a todo el mundo en jaque. Y lo peor de todo, es que esas personas tiene todo a su alcance para ser felices. Pero no, ellos no lo entienden porque quieren tu felicidad, la vida de aquel o la suerte del otro. Y en realidad, el único problema que tiene es ese. No saber disfrutar de la oportunidad y la felicidad que le brinda la vida. Y yo, a esas personas tóxicas, las quiero fuera de mi vida.
Por suerte, está el lado extremo. Los que ante un problema grave saben afrontar la vida con optimismo y felicidad. Los que saben que la vida es un regalo y que hay que aprovecharla y exprimirla al máximo. La semana pasada tuve el enorme placer de estar en la presentación de la colaboración de IKEA con la Fundación Menudos Corazones. Gracias a esta alianza ha sido posible la creación de un centro de apoyo al niño hospitalizado y se espera que más de 18.500 familias puedan beneficiarse del proyecto cada año. En la presentación estuvo Belén Rueda, presidenta de honor de Menudos Corazones, que se vio eclipsada por Julia, una adorable niña de 18 meses, y sus padres. A Julia le detectaron una cardiopatía cuando estaba en el vientre de su madre. Desde que nació, su vida ha sido una lucha constante por vivir. Un rosario de idas y venidas, médicos, hospitales, intervenciones... Pero allí estaba. Regalando sonrisas a cada uno de los presentes y haciendo mella en la conciencia de cada uno de nosotros. Eso para una familia SI es un problema. Pero los padres de Julia nos contaron que la enfermedad se podía vivir desde la desgracia o desde la felicidad y el optimismo, y ellos habían optado por lo segundo. Sin duda, ¡qué gran lección! Y a esas personas si las quiero a mi vida.
Es verdad que a cada uno nos duele lo nuestro, pero de vez en cuando deberíamos mirar más allá de nuestro ombligo para aprender a vivir felices con lo nuesto, como la familia de Julia.¡¡FELIZ MIÉRCOLES!!

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