Ayer la Princesa perdió un pendiente. Creo que hace el número cinco de los pendientes perdidos. Y como la Princesa es muy Princesa, solo puede usar los de oro. Y como es Princesa low cost, su joyero es limitado y ya había terminado con su arsenal de joyas y el que perdió era mío. No lo tenía mucho cariño, pero me gustaba.
Lo eché en falta cuando salió del baño. Lo pudo perder en el cole (aunque ella asegura que lo llevaba a la salida); en dos o tres sitios en los que estuvimos haciendo recados, en el parque, en la bañera... No importa, ya no está. Y para sorpresa de la Princesa, a pesar de ser el quinto, no me enfadé como en las veces anteriores. Y ¿por qué? ¿Por qué en la pérdida de los otros me puse como una energúmena y en esa ocasión no? Porque solo es un pendiente. De oro y con una perlita, pero sigue siendo un pendiente. Un pendiente como los anteriores. Pero este es un pendiente perdido después de conocer que unos niños del cole han perdido a su padre. Un pendiente perdido después de saber que unos amigos no lo están pasando bien. Un pendiente perdido después de que miles de personas hayan perdido su hogar. Un pendiente perdido después de ver a un niño perdido en la orilla del mar. Así que este pendiente, el quinto, es un pendiente perdido sin más. Y espero que este pendiente perdido me recuerde no perder la razón ante absurdas pérdidas, como la del pendiente, que simplemente son eso: una pérdida más.
¡¡FELIZ MARTES!!