La Cara B de la Maternidad

En esta vida 2.0 donde damos visibilidad a nuestra maternidad en blogs, redes sociales y demás, estamos muy acostumbrad@s a leer, sobre todo, el lado rosa, algodonoso y más amable de la maternidad.
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Desde luego que somos mucha gente quienes hablamos de esto de tener hijos y no siempre lo hacemos de todo lo bueno, pero sí es verdad que tendemos a hablar, sobre todo, de lo bonito. Porque en el fondo lo bueno sobresale por encima de lo malo, y porque no apetece hablar, al menos no a mi, de lo menos bonito. No por nada en especial sino porque, si se trata de guardar un recuerdo, quieres hacerlo de lo bueno.

Así que es muy bonito leer lo maravillosa que es la maternidad pero la realidad, con todo lo bueno y bonito que trae consigo gestar, parir y criar un hijo, tras una cara A maravillosa e ideal, siempre hay una cara B menos bonita, algo más dura pero sobre todo muy, muy real. Y creo que es necesario hablar de ella para no sentir que lo que lees es un fraude porque donde para una la maternidad es maravillosa para ti es lo más duro a lo que te has enfrentado en tu vida.

El anterior post donde contaba cómo me siento con un hámster en la rueda, sin salir hacia adelante, me di cuenta por los muchos comentarios que recibí -no solo en el blog sino a través de las diferentes redes sociales o el email-, que es muy necesario hablar de lo menos amable de la maternidad, de esa cara B que por más que quiera a veces me veo obligada a escuchar.

Me encuentro encaminando mi tercera maternidad, que debería ser la más sencilla al menos por la experiencia previa, y por la suerte de tener un bebé de manual que me lo pone todo muy fácil. Además me siento privilegiada porque la crianza de mis hijos mayores no me ha costado, porque también han sido bebés fáciles o porque yo fui asumiendo las dificultades que se presentaban como algo normal, tomándomelo con la mayor filosofía posible.

Sin embargo, a pesar de todo, me siento desbordada, y cuando digo desbordada imagínate el más amplio sentido de la palabra. No solo es que esté agotada física y mentalmente, es que siento que no puedo puedo con todo, que me superan las circunstancias, que para llegar a unas cosas tengo que abandonar totalmente otras, con la correspondiente culpa por no estar al 100% y tener que elegir qué hago y qué dejo de hacer, o simplemente dejarme llevar según requiera cada momento.

En realidad lo complicado es que esta trimaternidad me está tocando vivirla en una soledad absoluta, y con ello me refiero a un padre ausente y ser yo la que lleva el peso y la responsabilidad de todo. El no poder delegar ni en las tareas más sencillas hace que me sienta completamente desbordada con la pérdida de paciencia, nervios y humor, que al final pagan quienes menos se lo merecen: mis hijos. Que por supuesto no son culpables de nada y menos de mi frustración, pero es lo que tiene que pase casi todo mi tiempo con ellos.

Estas últimas semanas están siendo horribles. Hemos encadenado virus y convalecencias varias, cuando no ha estado enfermo uno, lo ha estado la otra, al trabajo diario de mi casa se ha sumado lavar un día sí y otro también sábanas, colchas y toallas de vomitonas, ropa que ha sufrido los efectos de la diarrea, visitas al pediatra... Tres semanas de absoluto caos donde al cansancio y al sueño habitual se ha sumado aún más cansancio y sueño, hasta el punto de sentirme que no estoy a la altura, que estoy fallando.

Hasta ahora siempre he sentido, que dificultades incluídas, he llevado bien esto de criar niños porque tengo templanza y resuelvo mejor o peor las situaciones que se me han ido presentando. Pero hora mismo, con mis tres hijos, mis circunstancias y lo que no son las circunstancias, siento que todo me cuesta muchísimo más. Que donde antes había seguridad, o al menos relatividad, ahora hay indecisión. Que donde antes había confianza, ahora hay miedo. Que cuando la experiencia debería ser una base sólida, me siento como una primeriza.

Lo peor de todo no son todos esos sentimientos. Lo peor de todo es la culpa, culpa por no estar dándolo todo, por no hacerlo todo lo bien que debiera, culpa por gritarle a mis hijos porque mi cansancio no me permite razonar como adulta que soy, por castigarlos por motivos que en frío me doy cuenta de que eran tonterías sin importancia, culpa por sentir que no atiendo a mis hijos como debiera y que el bebé va a rebufo de sus hermanos mayores.

En realidad tengo esa horrible sensación de atender a mis tres hijos pero no atender a ninguno. Sí, los tres tienen sus necesidades cubiertas, pero siempre tengo que dejar a alguno por detrás para estar con otro, lo que me obliga a hacer las cosas como puedo, no como realmente quisiera, a que mi bebé llore mientras intento hacer la cena a los mayores, a que mi niña espere a que pinte con ella mientras ayudo al mayor con sus deberes, a que los mayores desesperen por comer/merendar/cenar mientras yo cambio, doy teta o baño al bebé, y que por supuesto cualquier cosas que yo tenga que hacer para mi misma quede relegada al último puesto de mi interminable lista de tareas por hacer.

Tenía muchas expectativas para esta maternidad. Expectativas que por un motivo y otro no cumplí con los mayores bien por falta de información, por falta de oportunidad, por falta de tiempo o cualquier motivo similar, y ahora era la ocasión ideal: experiencia, seguridad y disponibilidad 100%. Sin embargo, ya han pasado siete meses desde que nació mi bebé y hay muchas cosas que quería haber hecho, o al menos intentado, y que se van quedando atrás porque no encuentro la ocasión o no me siento capaz de ello.

He tardado en escribir este post casi tres días. Tres días en los que entre otras cosas he tenido vominotas, varios cambios de cama y ropa vomitada, noches sin dormir, visitas al pediatra, una rueda del coche pinchada con la consiguiente visita al taller, un bebé alérgico a todo lo que no sean los brazos de mamá y ahora mismo lo de teclear es casi misión imposible porque dos manitas que quieren tocarlo todo y un cabezón precioso que me por más que me lo coma a bocados me impide ver la pantalla.

Y esta es la cara B de mi maternidad, más bien de mi trimaternidad. Una cara B que no escuché con mis hijos mayores y que tal vez tampoco lo habría hecho con mi tercer hijo, de no ser por las circunstancias que la vida nos ha traído. Pero nadie dijo que esto de ser madre fuera fácil, y dentro de lo que cabe, como alguien me comentaba el otro día, en toda cara B hay una canción especial, digna de escuchar y recordar.

Fuente: este post proviene de La Aventura de mi Embarazo, donde puedes consultar el contenido original.
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