Los 14 meses de mi bebé

¿Sabes cuándo algo ha pasado hace ya tiempo, pero en realidad no ha pasado tanto, sin embargo te da la sensación de que ha pasado muchísimo aunque en realidad parece que fue ayer?.

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Pues así es más o menos cómo me siento con mi pequeñín, porque el parto fue ya hace tiempo, pero en realidad solo han pasado 14 meses, pero viendo a mi bebé parece que fue recién nacido hace muchísimo aunque en realidad parece que fue ayer cuando lo tenía en mi pecho, agazapado como un gatito.

Pero hoy no me quiero poner empalagosa, que es lo que me sale cada vez que pienso que mi bebé es cada vez menos bebé y que volvería una y mil veces a sus primeros meses. No. Hoy vengo a contar por qué cabe dejar por escrito este preciso instante y no otro.

Los bebés crecen, y lo más destacable de los 12 meses en adelante es ver cómo poco a poco van haciendo cosas de mayor. Cómo descubren, cómo aprenden, cómo prueban, como disfrutan, cómo maduran. Se va viendo la personalidad que tienen, su carácter, esos rasgos que lo definen y lo diferenciarán de cualquier otra persona, convirtiéndole en un ser único.

Y esto es muy divertido. Es el momento madre-padre monguer que se flipa con las cucadas que hace su bebé. Que si ha dicho mamá, que si se pone de pie, que si se intenta poner el zapato, mira cómo apila los cubos, ains mi niño cómo come solo... ¡se nos cae la baba! y cada mínimo gesto es digno de la máxima ovación.

Pues mi niño está en ese momento, solo que dado lo avanzado de estas nuevas generaciones, las cosas graciosas van ligadas al uso de las nuevas tecnologías y a su sorprendente habilidad para manejarlas como si hubiese nacido programado para ello. Vaya tela con lo que se nos viene encima.

Mira que he visto ya crecer a dos bebés, pero en mis hijos mayores no había visto esa tremenda habilidad para visualizar mi teléfono móvil en un amplio campo de visión y hacerse con él a la velocidad del rayo. Cuando yo pienso "¿dónde habré dejado el puto móvil?" él no solo lo ha visto sino que se ha lanzado a gateo veloz a por él y lo maneja con sus manitos, haciendo scroll a la pantalla con su dedo índice a lo E. T.

IN-CREÍ-BLE.

No entiendo su obsesión por el móvil, la verdad, ¡si no tiene nada!. Es negro, sin dibujos, ni colores ni sonidos, porque siempre tengo la pantalla bloqueada. Menos mal que aún no sabe desbloquearla pero da igual, así tal cual le encanta cogerlo, pasar su dedo por la pantalla como si estuviera mandando el email más importante del mundo, le da una vuelta, otra vuelta, y no intentes quitárselo porque lo agarra más que Gollum a su tesoro y menudo berrinche si se lo arrebatas de las manos.

Es su obsesión, todavía no lo he soltado que ya está yendo a por él, lo escondo y busca, levanta la manta, levanta al gato, intenta levantarme a mi y llora de rabia si no lo encuentra. Menudo genio. Da igual que pongas a su alcance todos los juguetes molones del mundo, ni los peluches, ni los musicales, ni las luces, ni los colores, ni las piezas, ni venga ya Rita la Cantaora a bailarle un zapateado, le da igual. El móvil es lo puto más.

Y con los mandos de la tele ídem de ídem, parece que está agazapado como un zorro esperando a ver a su presa y en cuanto soltamos los mandos.... ¡¡¡ZAS!!! ¡¡¡A POR ÉL!!! y empieza a cambiar el canal, a subir el volumen con cara de sorpresa y exclamando un "¡¡OHHHH!!" como si hubiera descubierto el Santo Grial.

Cambiando de temas, está en ese adorable momento en el que más me vale ponerme un casco de boxeo. No exagero ni una mijita. Su mayor entretenimiento ahora mismo es probar la resistencia de mi cuerpo al impacto de la palma de su mano. Lo que viene siendo que le ha cogido el gusto a darme guantazos en la cara con la mano abierta que por pequeña que sea su mano, duelen de cojones. Sobre todo cuando crees que te va a dar una caricia, voy yo a decirle "¡ay, mi niño guapo!" y de repente me suelta el soplamocos en todo el jeto, que poco más y me pone la nariz en la retaguardia. Qué dolor.

Y los cabezazos. Ay los cabezazos. Esos cabezazos a traición que no te da tiempo a retirar la cara cuando su cabecita impacta contra: tu nariz, tu boca, tu mentón. La muerte a pellizcos. El dolor del cabezazo a traición no tiene descripción alguna más que: putada.

El otro día estábamos en la hora tranquila, sus hermanos mayores dormidos, la luz a pagada, viendo la peli de noche y mi peque en momento "doy mil vueltas antes de dormirme". Vamos, que él estaba acostado sobre mí en el sofá, vuelta pacá, vuelta pallá, patada por aquí, galleta con la mano abierta en toda la cara por alla, cuando de repente se incorpora, yo ilusa de mi pienso que se va a volver a acostar tranquila y suavemente sobre mi y de repente, en plan kamikaze, coge impulso hacia adelante y se tira de espadas, dándome un soberano cabezazo en toda la mandíbula que se me escaparon sobre la marcha dos lagrimones de dolor.

Una semana después me sigue doliendo, pero vergüenza me da ir al médico a decirle "mire usted, vengo a que me mire la mandíbula, que mi hijo me ha golpeado con su cabeza", porque cuando va que mi hijo es un retoño de 14 meses, adorable y de cara angelical, se va a descojonar en mi cara. Vamos, digo yo.

Oficialmente soy la Madre-Punching. Y no debería cogerme de nuevas, que ya mi hijo mayor me abrió el labio inferior de un cabezazo igual de cariñoso y mi princesa, toda rubia y toda guapa ella también ha tenido su etapa hoolligan. Pero claro, una no calcula cuando empieza ese momento exactamente, y aunque luego se que acabaré desarrollando reflejos de Matrix, las primeras leches me las como a dolor.

Me encantaría seguir contando estas pequeñas cosillas de bebés de las que no todo el mundo habla pero resulta que mi Miniyo me está reclamando y comienza a invadir el teclado con sus preciosos dedos. A este ritmo, lo nombro mi Community Manager a la mínima de cambio.

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