Mamá, no sé tragar

Hace ya un tiempo os contaba sobre la pequeña terremoto y su relación de amor/odio con la comida, y como con la experiencia y el tiempo me había reafirmado con el hecho que nunca hay que obligar a un niño a comer. Yo pensaba que, aunque sea una experiencia complicada, poco a poco y con paciencia iríamos superándolo. De hecho, últimamente hasta está más abierta a conocer y probar algunas cosas nuevas cada cierto tiempo.

Pero parece que esta pequeña prueba, como tantas otras a las que una se enfrenta con la maternidad, no era la única relacionada con la comida a la que nos íbamos a tener que enfrentar. Un día, terremoto mayor, que aunque no coma de todo come todo el día y en buena cantidad, empezó a no querer comer. Un día, pongámosle un viernes, estaba ella comiendo en la mesa sola porque su hermana ya había terminado. Se servía su zumo, comía tranquilamente mientras me contaba algo (yo acababa de llegar y aun no me sentaba a comer) y compartíamos la mesa en el momento de su postre. Bien pues, el martes siguiente, en esa misma escena, ella paseaba la comida por el plato, hacía bola con la comida, y terminaba escupiendo y diciendo que no quería nada más. No pasa nada ¡hoy no tiene hambre! Con la cena pasó algo parecido, y con la comida siguiente también, y tres días después apenas era capaz de comer un par de trozos sólidos, incluso guardaba el zumo o la leche en la boca y lo paseaba antes de tragarlo.

Entre una semana y la otra escuché lo que nunca creí que le oiría decir “Mamá, me da miedo atragantarme, ya no sé tragar” Desde esos días en que empezó a comer menos, estuvimos “monitoreando” sin decírselo, lo que estaba comiendo, para ver si almenos en meriendas y desayunos comía bien. En algunas ocasiones sí, en otra no. El fin de semana empeoró la situación. Y, lo reconozco, la situación me superó. Justo ese fin de semana, cosa que ella no supo hasta el día antes, teníamos prevista una sorpresa para las niñas, un plan de San Valentin familiar que pudisteis ver en
y que el padre de las criaturas os contaba aquí. Pero nos estuvimos planteando cancelarlo para llevarla al médico. Se la veía baja de energía, preocupada, angustiada, y empezábamos a nos saber qué hacer. No era una racha de falta de hambre, no era desgana por un estirón o por estar impaciente por algo. Era un miedo, algo que aprendí tiene hasta nombre: Fagofobia. Finalmente intentamos seguir igual con los planes, para que no se angustiara aun más ni se sintiera mal, y con la tranquilidad de que su pediatra nos indicaba que por el momento no pasaba nada mientras se hidratara.

¿Cómo reaccionamos en el proceso? ¿Qué hice yo? Pasé por mil etapas en solo una semana. Le pregunté qué sentía, qué le daba miedo, si sentía alguna molestia al tragar saliva o agua. Le contamos porqué no había que tener miedo, cómo funcionaba la deglución (a grandes rasgos para que lo entendiera) y que el cuerpo automáticamente hacía que no nos atragantáramos al comer. Me senté con ella en cada comida, sin prisas, cortábamos los trozos diminutos e incluso masticaba con ella, para que se concentrara en contar las masticadas y tragara sin pensar en lo que hacía. Funcionaba, a veces. Pero podíamos pasar más de una hora para comer medio trozo de pollo o media salchicha, y ella se impacientaba por estar sentada tanto rato. Aunque la dejara pasearse, se agobiaba de que la comida se alargara tanto.

Pero con los días la paciencia y la calma empezó a abandonarme. La veía comerse un pan de molde con nutella con calma pero sin problema, pero se sentaba conmigo a la mesa y hacía bola de un trozo de pollo más pequeño que un garbanzo. Contábamos para masticar 5 veces y tragar, pero funcionaba una vez de cada tres, y cada trozo era cosa de 10 minutos. La desesperación empezó a poder conmigo. Le pedí por favor que tragara, que comiera, que me dijera en qué podía ayudarla o en qué podía pensar para relajarse. Las comidas se alargaban tanto que se pegaban con la merienda, y ésta con la cena. Yo tenía que bañar o acostar a su hermana también, pero ella solo quería comer conmigo. Cuando la desesperación se comía la poca paciencia que me quedaba, intentaba relevar con su padre. La primera vez no lo llevaron nada bien y me pidió que fuera solo yo quien le diera comida. Pero relevamos de nuevo al día siguiente sólo porque no quería enfadarme con ella, no quería obligarla, no quería cambiar mi tono, y tenía a su hermana llorando de sueño. No comió, pero evitamos el enfado.

El fin de semana empeoró y estábamos en nuestro paseo familiar. Me arrepiento, pero sin pensarlo me escuché decirle el viernes “o comes o nos vamos al médico en vez de al paseo”. El sábado desayuno unas neulas (cuchufli) rellenos de manjar y un pan, poco a poco. Comió 1/4 de trozo de pollo rebozado. Pensé que íbamos para mejor. La vi comerse un donut sin problema por la tarde, pero cuando le puse una croqueta delante para cenar, quitándole el rebozado, de reojo vi que comía sin problema. No le decíamos nada, no la presionábamos ni le mencionábamos nada. Cuando de repente noté que había casi terminado (se le veía que no tenía nada en la boca porque se había metido la croqueta entera del hambre y ahí ya no quedaba nada, de hecho se puso a comentar algo) y de repente empieza a llenar la boca con saliva, a decirme que no con la cabeza. Estábamos en un restaurante y no podía dejarla escupir. Y siguió llenando la boca de saliva hasta que no pudo ni tragarla. La llevé a escupir en la calle, pero mi paciencia se terminó en ese momento. Le dije que no entendía. Que se comía las neulas, el chocolate, el pan y los donuts, todo lo que no fuera comida comida. Le dije que estaba preocupada, pero también enfadada, sobretodo porque lo que escupió era solo saliva, ya había tragado la croqueta, pero no quería comer ni hablar de probar más. Eso fue el sábado por la noche.

Y el domingo ya no quería sólidos, ni tampoco purés. Ni donuts, ni pan, ni nada. Una que aguanta y aguanta pero pierde la paciencia una vez, y ale, peor se pone la cosa. Pero la situación, de verdad, me superó. Es una niña que no para en todo el día, y esto la tenía sin energía, sin fuerzas. Y con hambre, ella misma lo decía! El domingo estuvo toda la mañana enfadada consigo misma y sin hablar, porque decía que no era capaz de comer como todo el mundo. A medio día creía haber encontrado la fórmula. Le di un trozo de salchicha, y le estuve hablando y preguntando cosas mientras se lo comía, sin mirarla. Masticó y tragó sin darse cuenta. Hasta que fuimos al segundo trozo. Se dió cuenta que había comido sin problema, y se bloqueó de nuevo.

El pediatra nos decía que mientras tomara leche y yogur y zumos, no se iba a desnutrir por unas semanas de no comer, que no la presionáramos. Que esto se llama “disfagia” y son molestias al tragar. Y pueden ser por algo físico o psicológico. Nos dijo que no la presionáramos y así hicimos. Pero el viernes ya no comía nada más que eso: yogur y leche. Estaba de mal humor, toda la tarde echada en el sofá, cansada, sin fuerzas. Es superior a mi verla así. A ella que no para quieta ni un momento. Me senté con ella y le dije que en 6 años nunca la había obligado a comer, que no quería llevarla al médico porque sabía que no era eso lo que ella quería, que no iba a obligarla a nada, pero que necesitaba que comiera. Que juntas encontráramos alguna cosa que le apeteciera, algo que fuera fácil de masticar, algo que poco a poco os ayudara a empezar a masticar. Poco a poco.

Y empezamos a comer un par de tirabuzones de pasta. Tres o cuatro, no más. Pero con un montón de ketchup. Y eran 20 minutos por mordisco. Por un lado, era algo. Por otro lado, la de rato que puedes pasarte sentada en la mesa a 20 minutos el mordisco es agotador. Enganchas el desayuno con la comida, la comida con la merienda y la merienda con la cena. Pasas el día alrededor de la mesa. Hasta yo aborrecía la mesa de tanto estar ahí. Pero algo era algo. Además desayunaba y merendaba queque de chocolate y yogur. Algo era algo. Incluso un día fuimos a casa de una amiga y se comió sin darse cuenta un paquete de galletas. Eso sí, cuando sacó la última y se dió cuenta de lo que había comido, fue incapaz de comerla.

Pareceun bloqueo psicológico, que a la que se pone a pensar en lo que hay que hacer para tragar y no atragantarse, se bloquea y es incapaz de tragar. Desde entonces hasta ahora, que ya hace un mes que no come, hemos ido a peor. Si es comida, acumula saliva, se llena la boca hasta que no le cabe nada, y de ahí pide escupirlo. O se pone a llorar nada más ver el plato con 3 trozos (tamaño mordisco) de comida y pide por favor que no la hagamos tragar.

Hemos probado todo lo que se nos ha ocurrido, menos sopas y purés, que le encantaban de pequeña pero ahora le dan asco solo de mirarlos. El día que probamos de nuevo las croquetas, sacándole el rebozado, descubrimos que a veces nos mentía. Nos dijo que se la había comido, y la encontramos entera en la papelera. La había ido escupiendo. Ya no solo había que inventar mil cosas para que comiera, distraerla para que no pensara, sino además comprobar que no había escupido en la basura. La entrada de las mentiras la verdad es que me cabreó molestó, mucho. Si nunca la habíamos obligado a comer ¿por qué nos mentía?

La llevamos al pediatra, para ver si necesitaba suplementos vitamínicos. Nos dió vitaminas y hierro. Y atención al dato curioso: resulta que no ha perdido ni un gr de peso en un mes. Pero ha crecido. Quien lo entiende. Pues bien, fue salir del médico, y no sé si le pareció que el dr había dicho que ya estábamos bien así, pero después estuvo tres días que ni galletas ni queque tampoco. Y para beberse el zumo, un drama y estaba dos días enteros para 700cc de zumo.

Siento que hemos probado todas y cada una de las ideas o sugerencias que nos han dado:

No darle importancia, dejarla estar y ofrecerle comida o dejarla comer lo que quiera. No funciona. Sencillamente no come nada, ni chocolate.

Tratarla con flores de bach. Llevamos poco tiempo, y ha mejorado en cuanto a otros miedos. Hasta se acerca a algunos perros y por fin quedó olvidado el miedo con las hormigas. Pero en la comida, no hay cambio alguno. Pero esto lleva más tiempo, así que ahí veremos.

Llevarla al psicólogo. Una terapeuta la está viendo, pero llevamos semanas y es sólo para la evaluación. No hay ideas, tips, consejos para ayudarla, aún.

No funciona distraerla, no funciona acompañarla en la masticada para que no acumule saliva, no funciona enseñarle videos infantiles del sistema digestivo para que entienda que uno no se atraganta porque sí, no funcionan los purés o las sopas (que no le gustan nada)
Ya no sé qué hacer. Estoy cansada. Yo siempre he comido de todo, y ya me cuesta que sean tan reacias a probar, pero no puedo entender el miedo que tiene. Sé que tiene miedo, pero ¿cómo la ayudo? Ella dice que no sabe porqué es, y yo no sé ayudarla. La paciencia se me agota. Son muchas cosas a lo largo del día para tener que pasarme todo el rato que estoy con ellas pidiéndole que coma. Y, la verdad, también estoy harta de verla llenarse la boca de saliva y, cuando ya no le cabe nada más, intentar hablar para que se le salga saliva y así correr a escupir lo que tiene en la boca. Sé que ella está tan harta como yo de todas esas horas alrededor de la mesa.

Ni siquiera sabemos por qué se ha producido. ¿será por que un día se tragó un M&M entero? ¿serían nervios por la entrada al colegio? ¿sería una forma de reclamar la atención que ha recibido su hermana tanto tiempo porque no quería comer? ¿habrá algo más que necesita y que no sabe como pedirnos? No lo sé. Ojalá tuviera como saberlo. Ojalá pudiera entrar en su cabecita para saberlo. Porque esto nos distancia, porque no tenemos herramientas para ayudarla, porque nos agota, porque ella lo sabe, nosotros lo sabemos, y no encontramos la salida. Porque la voluntad en este caso no nos está mostrando soluciones.

He ahí cuando uno, que quiere ser respetuoso y consciente en el día a día. Todos los días y a todas horas, se enfrenta con los instintos más básicos (que ni sé de donde sacamos) No me doy cuenta y siento las ganas de descargar mi frustración y mi rabia.

¿Qué pasaría si volviera el ogro  y la obligara a comer? A comerse un caldo, un puré, algo!!!!! La obligara a no levantarse de la mesa hasta que se termine la comida, a no dejarla ir al parque o a la piscina hasta que coma. De verdad que el tema me supera, porque pienso seriamente qué pasaría si lo hiciera así. Pero no. Esa no es la manera. Aún me queda cordura y resistencia. Ya lo dije en su día. Y me vuelven esos recuerdos del colegio, de esas dos únicas comidas que no me gustaban y que me obligaban a comer. Y que a día de hoy, 30 años más tarde, me revuelven el estómago solo con olerlas. Esa no es la manera. Pero tampoco puedo dejarla así. Llevamos más de un mes. No come, se cansa, se la ve más delgada aun de lo que es. Ella que siempre ha estado en las curvas bajas de peso. ¿qué podemos hacer? no lo sé, sinceramente, no lo sé.

Si alguien ha pasado por algo así, cualquier consejo, idea, ayuda, es bienvenida. De verdad, ya no se nos ocurre como mejorar la situación. Sin forzarla, sin obligarla, sin crearle un trauma que haga que una niña amante del comer, termine odiando la comida. Espero pronto contaros un desenlace positivo de la historia.



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