Mi bebé no quiere comer

Casi podía ser el título de un best seller de crianza, de hecho he estado a punto de parafrasear el archiconocido manual de cabecera de alimentación del bebé de Carlos González, pero he preferido no ser repetitiva.
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La realidad es que mi bebé, mi tercer bebé, el muy puñetero, no quiere comer. Y mi tiene preocupada. A estas alturas. En mi tercera maternidad.

Que se supone que yo ya era experta y venía de vuelta de todo, jolines. Pues no, está claro que cada maternidad tiene lo suyo, esta no iba a ser menos y me ha tocado un caballo difícil y al que tengo cierto temor, la comida.

Cuando empezamos con la alimentación complementaria mi bebé no mostró mucho entusiasmo por ella. Mi idea firme y ferviente era hacer baby led weaning pero me encontré con que a mi bebé no le hacía ni puñetera gracia eso de tocar comida fresca y pringosa con sus delicadas manitas, así que tras fracasar en el intento, me rendí a los purés.

Aún así le costó mostrar gusto por la comida, hasta casi los ocho meses apenas probaba la cuchara y la lactancia materna seguía siendo su alimentación casi única. Sí, ya se que hasta los 12 meses la leche materna es el alimento principal y tenía claro que eso debía ser así, me conformaba con que después de la teta fuera probando cosillas, pero le costó.

Luego empezó a comer más, primero siempre su teta y luego sus purés ricos y variaditos. No cantidad, pero sí variedad y calidad, que es lo importante. Y por supuesto, siempre intentando ofrecerle comida normal de la que puede manipular y comer por sí solo, por si de casualidad sonaba la flauta en alguna ocasión.

Aunque es verdad que a partir de los 6 meses dejó de poner peso como hasta ese tiempo, no me preocupaba, pues es normal entre que se mueven más y que ya no ponen tanto peso como los primeros meses. Pero pasó de ser un bebé no gordito pero sí con carnecita, a estar más espigado, más delgado. O a lo mejor son mis ojos de madre desesperada.

En agosto cogió una bronquiolitis mientras estábamos en Galicia. Curiosamente esos días había engordado, se ve que el aire gallego debe alimentar también, pero con la bronquiolitis cerró el pico y no quería comer nada que no fuera teta, así que se me volvió a quedar delgadillo, y lo peor, a no querer comer.

Me costó varias semanas volver a recuperar el hábito de las comidas, que abriera la boca con gusto, que comer no fuera una obligación. Una puede estar tranquila pensando que la teta alimenta, y lo tengo claro, pero es un poco desalentador ver que cierra la boca y niega con la cabeza cuando ve la cuchara. Pero volvió a comer de nuevo, poco a poco, esta vez aceptando comer solo trozos de fruta, alguna croqueta, verdura...

Luego vino un resfriado leve, de estos que está un par de días pochín y ya, pero claro, de nuevo el apetito brillaba por su ausencia, yo volvía a ser su principal alimento, mis tetas parecían de nuevo como si amamantaran a un bebé recién nacido por la mayor demanda, y así no acabábamos de arrancar con esto de comer comida normal.
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Y para colmo vino la puñetera gastroenteritis que tuvo a mis tres polluelos hechos basurilla, y a mi cambiando y limpiando todo el textil hogar como si no hubiera un mañana. Vomitonas everywhere, un sindiós. Los mayores ya lo son lo suficiente como para cuando les da tiempo, ir a vomitar al baño, para saber cuándo están mal y cuando se encuentran mejor, para comer aún sabiendo que lo van a echar ipso facto pero el hambre aprieta, pero el pequeño....

Ay el pequeño. Qué mal ver a un bebé vomitar y percibir su desconcierto por no saber qué le pasa, y lo que es peor, sentir que lo está pasando verdaderamente mal. Si los mayores estuvieron un día contado hechos puré, el pequeño fueron tres días de vomitonas casi sin parar. Al menos aceptaba la teta, aunque le durara poco en el estómago a pesar de que intentaba dársela en lo más parecido a "dosis de tolerancia", pero al menos de lo que tomaba y echaba, estoy segura de que algo le quedaba dentro.

Creo que fue lo mal que lo pasó vomitando el culmen de no querer comer. A pesar de estar recuperado y no vomitar, me rechazaba la comida enérgicamente cerrando la boca, negando con la cabeza, diciéndo "nanananaaaaa" que en su idioma es un NO en mayúsculas, dando manotazos a la cuchara, no queriendo coger nada con la mano.

Y yo desesperada. Porque vale que toma teta, pero se le notan las costillas. Y ya me preocupo en serio porque se le nota demasiado que se me ha quedado en un suspiro. Me desalienta verlo así, y no es por que haya tenido bebés gordos, porque mis mayores también fueron poca cosa, pero precisamente por eso esperaba tener más éxito en esta ocasión.

Ojo, que no pretendo cebar a mi bebé y que esté rollizo, pero esperaba al menos que, asumiendo que fuera delgado, llenara un poco más el pellejo que sus hermanos. Sin embargo, ellos con su edad comían comida normal, sin triturar, en su plato y con sus cubiertos. Y con el pequeño de momento no hago carrera.

Así que, a pesar de que soy prudente y no acudo al pediatra a la mínima, tampoco quiero pecar de exceso de tranquilidad, y hace dos días lo llevé a su pediatra. No lo pesó, lo miró, lo ha visto bien, me ha dicho que son rachas, que ya volverá a comer... Y yo salí de allí resignada y poco convencida.

Yo no dejo de intentar que coma. Va aceptando de nuevo trozos de fruta, pan y galletas eso no falla, ayer y hoy después de la teta del desayuno se ha tomado una tostada con mantequilla, a mediodía algunas cucharaditas de puré, la zanahoria de las lentejas, las lentejas como tal me ha sugerido con la mirada que me las coma yo, un poco de yogur, un trozo de caqui en la merienda, que es algo.
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Pero reconozco que me tiene desesperadita. Con los mayores no supe lo que es un puré, mostraron muchísimo interés por la comida desde muy pronto, comían de todo y con gusto a los 12 meses y el pequeño se ve que no me lo quiere poner fácil. Sin embargo los mayores hoy por hoy se han vuelto unos porculeros con la comida, no quieren una verdura ni de lejos, legumbres mucho menos, así que me queda el consuelo de que mi bebé me lo ponga difícil ahora y cuando menos me lo espere se coma hasta el plato.

Yo, no obstante, no voy a dejar de intentar que vaya comiendo, sin obligar, pero sin desistir, ofreciendole comida, favoreciendo que se interese con ella, si es puré, puré, si es comida entera, comida entera, pero por mi desde luego que no quede.

Lo peor es que me siento muy culpable. Creo que este estrés de vida en la que se ve envuelto, con su madre que está sola para todo, él a rebufo de sus hermanos, siguendo su actividad y sus ritmos, quizás no lo estoy haciendo con él todo lo bien que debiera, no me estoy parando con él lo suficiente y no porque no quiera, sino porque no puedo... Y hay nada peor que el sentimiento de culpa.

Espero, cruzo los dedos e invoco a todos los santos habidos y por haber, que de verdad esto sea solo una racha y que cuando menos me de cuenta me esté devorando por las patas. Lo mismo luego me arrepiento porque me saquea la despensa, ¡quién sabe! pero de momento me conformaría con que se alegrara al ver el plato de comida y no que salga gateando en dirección contraria como si le persiguiera el mismísimo diablo.

Al menos, la lactancia materna está ahí, que para mi es garantía de alimento y salud. Si no fuera así creo que mi nivel de desesperación sería total. Y como creo que vamos de remontada, despacito eso así, pero remotando, más vale que los virus se mantengan bien alejados, al menos que mi bebé recupere algo de chicha.
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Como ves, ser madre experimentada no te libra de preocupaciones, porque por muchos hijos que tengas, cada hijo es diferente a los demás, es único, y eso te proporciona nuevas experiencias en todos los sentidos. Ojalá pronto pueda contar esto como una anécdota más en su crianza y no como un verdadero problema.

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