Supongo que cuando leas esto (si es que alguna vez llegas a leerlo) serás ya toda una pequeña gran saltamontes y que difícilmente te acordarás de lo que hoy te voy a contar. Pero me apetece dejarlo por escrito. Para recordarlo yo. Siempre. Y para que tú, si alguna vez lees este texto, puedas rememorar a través de las palabras que lo componen unos momentos que te pueden parecer muy chorras, pero que si alguna vez te conviertes en madre comprenderás que para tu papá en prácticas eran muy especiales.
Que sepas que cuando eras pequeña y todavía te podíamos llevar en brazos a todas horas, me encantaba bailar contigo. Sabes de sobra (si la vida no me ha cambiado mucho para entonces) que tu papá en prácticas es un tipo apegado a las nostalgias. Hay gente que dice que eso no es bueno, que hay que vivir el presente y dejar atrás el pasado, pero yo no estoy de acuerdo. Creo que es positivo tener nostalgias porque eso significa que se ha sido feliz en el pasado. Y eso, pequeña mía, no está reñido con ser feliz en el presente. Así que te digo desde ya que espero que el día de mañana tengas muchas nostalgias. Eso será señal de que tu mamá y tu papá no hicieron las cosas tan mal.
En fin, que ya sabes que cuando me pongo a escribir me lío en reflexiones personales que muchas veces no vienen al cuento. Te decía lo de la nostalgia porque por aquel entonces (imagino que todavía será así, porque dejaron mucha huella en mí) la salsa cubana y la bachata me invitaban a recordar y a ponerme nostálgico. Pasé cinco años aprendiendo y disfrutando en Valencia de esta música e inevitablemente escuchar alguna canción de aquellos días me traía recuerdos de los grandes amigos que hice allí, de las noches de fin de semana bailando sin parar, de los domingos salseros en un escenario tan precioso como el puerto de Valencia, de mi viaje a La Habana, la ciudad que más me ha enamorado nunca… Recuerdos y más recuerdos de unos días en que fui feliz. No tanto como desde que conocí a la mamá jefa y naciste tú. Eso es insuperable. Pero fui feliz.
Te digo esto porque de vez en cuando, los sábados o los domingos por la mañana en los que a mamá y a papá les daba por limpiar la casa, yo solía poner a sonar en el disco duro conectado a la tele canciones y más canciones de salsa de aquellos días en que sólo era un jovencito que disfrutaba subido a la cresta de la ola de los inicios de la veintena. Y entre recuerdo y recuerdo, entre nostalgia y nostalgia y entre plumero y aspirador, te cogía en mis brazos, te ponía en posición de baile y me marcaba contigo una salsa o una bachata. Lo que sonase en aquel momento. ¡Con vueltas y todo! Y a ti se te escapaba esa sonrisa pícara que sólo tu sabes poner. Por supuesto, por entonces no hablabas, pero en tu mirada se veía claro que pensabas que te había tocado un papá muy loco. Y esa sonrisa me alejaba de las nostalgias y me traía de vuelta al presente.
Decía Pedro Juan Gutiérrez que “uno percibe la felicidad cuando se acaba”. Teniéndote en brazos y bailando contigo podía percibirla al instante. Gracias por aquellos momentos. Me encantó bailar contigo.