Esta frase la dijo hace unas semanas atrás mi amiga de noble corazón japonés cuando comentaba sobre todo lo que habló con el director del colegio en la entrevista de postulación de su hijo. El director le advirtió sobre todo lo que podría esperar del colegio, pero jamás le advirtió sobre las madres con las que se toparía. Si bien ella lo dijo en broma refiriéndose a nosotras, sus amigas del pandero. ¿Fue broma? ¿no? La frase quedó resonando en mi y ahora que se acerca fin de año y todas andamos más cargadas que nunca, resuena más fuerte.
Cuando buscamos colegio para nuestros hijos miramos todo: referencias educativas, valores, infraestructura, ubicación, rendimiento académico, idiomas y etc. Por supuesto, no nos limitamos a ir a un solo colegio (aunque algunas sí), vemos varias opciones y nos reunimos con jefes de admisión, profesores, directores y con quien sea necesario para estar tranquilos y seguros de nuestra elección. Cuando elegimos el colegio de nuestros hijos, sabemos con bastante certeza que esperar.
O creemos saberlo. Pues, como dice mi amiga de noble corazón japonés jamás se imaginó cuánto tendría que lidiar con otras madres y padres del colegio (pero para ser honesta ¿quién?). De alguna manera, el colegio logra sacar lo mejor (¿?) y lo peor de nosotras las madres. Algunas, regresan a la primaria y hacen tareas, llevan agendas, revisan horarios y andan más pendientes de las fechas de los exámenes de sus hijos que de sus propios compromisos. Otras, regresan a la secundaria y organizan planes, “play dates”, reus, fiestitas y similares, asegurándose -por supuesto – que en estos estén invitados los “más cool” pues, quieren asegurar la popularidad de sus hijos.
Al final, todo esto es válido siempre que no nos olvidemos que son nuestros hijos los únicos protagonistas de sus historias de vida y nosotras somos simples personajes secundarios. Nosotras tenemos nuestras propias vidas para protagonizarlas Espero.
El problema está cuando algunas neuromadres se ponen ellas mismas en actitud infantil o de quinceañera melodramática, dándole más fuerza a la frase de mi honorable amiga: “nadie me advirtió sobre las otras madres”. Cuando, por ejemplo, surgen rencores y resentimientos al crear panderos o grupos de whatsapp y no nos incluyen, o peor aún, cuando dejamos que un conflicto entre adultos influya en la relación de los niños y hacemos tonterías como dejar de invitar a cierto niño/a del salón porque hemos tenido algún problema con la madre. Incluso, hay casos que rayan en la insensatez y son aquellos en los que prestamos nuestros oídos a falsos rumores y habladurías creados por la mente artificiosa de alguna madre irritada.
¿A dónde se va nuestra madurez cuando caemos en estas murmuraciones? ¿Cómo podemos hablar sobre criar con empatía y respeto, criar niños leales y auténticos si nosotras no lo practicamos? Nadie le advirtió a mi amiga, así como nadie me advirtió a mí (ni a nadie para tal caso) que muchas veces nosotras mismas seríamos la traba más dura en lograr generar niños empáticos y de buenos sentimientos, amigos queridos y leales. ¿cómo lo vamos a lograr si nosotras mismas no lo somos?