Recibí muchos consejos cuando mi hijo nació y uno de ellos fue que no era recomendable
que los niños compartieran la cama de sus padres; francamente respeto la decisión de cada quien pero mi instinto de madre siempre me ha dicho que el niño pide lo que necesita y yo debo proveérselo.
Antes de nacer, preparamos su cuarto y lo dejamos listo para recibirlo, con la convicción de que dormiría allí, era una pequeña casa y las habitaciones estaban muy cerca, pero cuando nació me fue imposible dejarlo solo y lo pasé para la habitación contigua, abrimos una gran puerta entre ambos cuartos, sin embargo terminé colocando su cuna junto a mi cama, de allí podía observarlo cada vez que yo despertaba durante la noche. Por más de un año compartió nuestra habitación pero no nuestra cama, porque siempre tenía miedo de hacerle daño si me quedaba dormida, era tan pequeño, pero en la medida que fue creciendo lo dormía en mis brazos y como tardaba en dormir, terminaba rindiéndome con él en mi cama.
Cuando cumplió cuatro años nos mudamos a un apartamento mucho más grande, sin embargo, desde el principio me dijo, _ mami, quiero dormir en mi habitación. El hizo de ese lugar, su espacio, su refugio.
Así que desde allí, algunas veces él venía a mi cama en medio de la noche y yo simplemente abría mi cobija para que el entrara y lo abrazaba para que sintiera el calor y la seguridad que venía a buscar.
Aun hoy cuando visita mi cama los fines de semana, después de despertar por la mañana, yo abro mi cobija y lo caliento un poco, se está unos minutos y luego me dice _mami, ya me voy. Algunas veces lo convenzo para que se quede 5 minutos más.
Lo que quiero significar con esto es que, no importa cuánto los mimemos o los acurruquemos, ellos siempre terminarán haciendo su propio equilibrio, buscando su propia independencia que viene con la edad, porque la formación de un niño tiene que ver con muchas cosas.