Hace unos días vi la siguiente imagen circulando por Facebook e inmediatamente la compartí en mi muro:
Desde hace varios años, pero con mayor intensidad en los últimos tiempos, me encuentro reflexionando y dialogando con mis amigas que también son profesoras sobre esta triste realidad: cuantas veces por estar sumergidos en un sistema educativo que parece solo importarle los exámenes y las pruebas, pasamos por alto a estudiantes que tienen grandes capacidades, pero que quizá esas grandes capacidades no son para ganar exámenes.
El día de ayer, tuve la suerte de participar en un encuentro con el escritor español Jordi Sierra i Fabra.
Además de compartirnos técnicas de narrativa, cómo construir una escena, un diálogo, de dónde sacar ideas para un relato, nos contó cómo había comenzado su carrera como escritor.
Y me encontré con esa historia que tantas veces escucho, de un niño con una dificultad muy evidente, era tartamudo, que dio con unos profesores que no supieron mirar más allá. Y, riéndose ahora, nos contó cómo su maestra le dijo delante de toda la clase que él no iba a ser nadie en la vida, que simplemente era un fracasado.
Para ese entonces él ya se encontraba leyendo un libro diario y había escrito sus primeros relatos. El primero de ellos, cuando se lo entregó a su padre, se lo rompió en la cara y le dijo que le prohibía ser escritor.
Lo extraordinario de la historia no es todo esto. Aunque no lo creamos, esto es lo ordinario. Lo extraordinario es que ese pequeño niño haya perseverado y sea ahora el escritor que es.
Lo que casi siempre sucede es que ese niño se centra en ser exitoso en lo que sus padres y maestros le piden, toma clases particulares, pasa el colegio regularmente, lo mismo la universidad y pierde ese talento que tenía dentro de una forma natural.
Termino esta reflexión con otra imagen, que es al mismo tiempo una invitación para potenciar esas grandes capacidades que tienen nuestros hijos y alumnos.