Por Marcela González
Culturalmente estamos acostumbrados a prometer cosas que no podemos cumplir o que de antemano y con plena conciencia, sabemos que no las vamos a cumplir. Cuando somos conscientes del poder de la palabra y de las declaraciones que hacemos comprendemos que la vida está llena de promesas que nos hacemos diariamente bien sea para motivarnos o para esclavizarnos.
A veces esas fuertes declaraciones que emitimos a través de la palabra, afectan nuestra propia vida y a veces la vida de terceros.
Hoy, después de un largo mes de reflexión, entendí que no hay dolor más grande que el de una promesa incumplida. Y que tan hondo es el vacío de quien incumple como el de quien ha esperado por nuestra promesa.
En este artículo no te voy a hablar de mi Trabajo en casa, ni de la satisfacción que da el tener tiempo para hacer lo que cada uno quiera. Solo quiero hacerte un llamado a La Palabra. Esa que en tiempos lejanos se valoraba por sí misma, aquella que reemplazaba los documentos, los contratos o los acuerdos.
La Palabra que prometes y los compromisos que adquieres y que quedan en la memoria de tus amigos, socios o familiares, no desaparecen en el momento del incumplimiento. Se quedan dando vueltas en una nebulosa que algunos llaman conciencia, y que no te permite seguir adelante hasta no hacerlas efectivas.
Algunas veces pretendemos tener la razón ante cualquier circunstancia, y es más grande el deseo de tener siempre la razón que el deseo de ser felices, muchas veces a costa de amistades, sentimientos y por qué no, de negocios. ¿Cuántas veces perdemos oportunidades por pretender tener la razón? ¿Cuántas veces perdemos amigos por no cumplir nuestra palabra y encima pretender que tenemos razón sobre ello?
Yo tenía un amigo que siempre me decía ….”Es que me quitas la razón”…y me parecía gracioso comprender que la razón debía ser de alguien en particular. Si no era tuya, era mía. La razón no es de nadie. Y no hay esfuerzo más desgastante que pretender tenerla a punta de justificaciones sobre valoradas, Excusas.
Hoy no solamente, no tuve la razón , sino que elegí aceptar que el haber incumplido mi palabra había generado un dolor muy grande en alguien a quien yo quiero. Me costó mas de un mes aceptarlo y probablemente no haya segundas oportunidades, pues a veces las heridas son tan hondas que difícilmente puedes hacer, como que nada ha ocurrido.
Cada vez que prometas algo, cúmplelo. Y si es definitivamente imposible, acepta que no tuviste razón en prometer, y mucho menos, en incumplir. Pasamos la vida elaborando excusas con tal de que no nos quiten la razón.
En mi proceso de reestructuración, acepto que como todo ser humano, me equivoco, siento miedo, tristeza y dolor. Pero también en pro de un crecimiento continuo y reflexivo, elijo que por encima de tener razón, están las personas que quiero y a las que no quiero hacer daño con mis supuestas razones.
Por encima de tener la razón, está mi deseo por compartir con estas personas a las que amo y que me acompañan en este camino de mi vida.
Nadie está a tu lado por casualidad. Todos y cada uno de quienes te rodean cumplen un papel fundamental. Algunos te enseñan con dolor, otros con alegría. Cada maestro de la vida te enseña algo.
Hoy tuve una maestra que me enseñó que incumplir mi palabra tiene consecuencias y que por más que intente evadir la situación llenándome de argumentos, hay situaciones que jamás se repetirán para darme la oportunidad de enmendarlas.
¿Qué me dices de las promesas que te haces a ti mismo? ¿De las declaraciones que haces en contra tuya o en contra de personas que quieres? Declara enérgicamente cosas que engrandezcan tu prójimo y que te engrandezcan a ti.
Si no puedes hacerlo, como dijo otro sabio: (yo soy la primera en tomar nota)
“Cuando no tengas nada bueno que decir, mejor no digas nada, es mejor ser rey de tu silencio, que esclavo de tus palabras.”
Besos y Abrazos
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