En una esquina de la avenida José Trujillo Valdez, de cuyo nombre quisiera acordarme, vivía Capitán, un personaje quijotesco de mandíbula achatada y ojos hundidos que de tanto batallar contra las chichiguas de viento, comenzó a ponerse viejo.
Entonces quiso volver a sentirse como en sus años mozos y para ello consultó a los dioses del campo Felipa y Macario que tenían su reinado en la región del Cibao. Ellos le dijeron:
–Si logras rescatar al Bello Niño de Oro que fue secuestrado por el perverso Ciprián, volverás a sentirte joven. El niño está en un lugar secreto de La Zurza.
Entonces Capitán montó en una guagua de dos pisos que podía volar por los aires y navegar por ríos y mares, y llamó a todos los valientes que quisieran ir con él a rescatar al bello niño de oro.
En la nave se montaron cincuenta príncipes encabezados por Francareto, el héroe de La Selva; Chalango, el mago de Arroyo Salado. También Chamba, el príncipe de Jarro Sucio; Felipón, el gladiador del play de La Normal y Papi el de la varita de virtud. Además, Tafeta, la hechicera de la ciudad de los Zafacones.
Se fueron navegando por el río Ozama en busca del Bello Niño de Oro secuestrado por el malvado Ciprián.
Y en medio del río aparecieron cientos de serpientes, cada una con siete cabezas, que se lanzaron contra la guagua de dos pisos. Los valientes sacaron sus machetes y comenzaron a partir las serpientes en dos, pero cada vez que cortaban un animal, éste se multiplicaba por cinco. En pocos minutos las serpientes estaban estrangulando la nave para destrozarla.
Capitán levantó su bastón hacia el sol, dirigiendo los rayos de luz hacia las culebras para convertirlas en lombrices que al caer al río eran devoradas por los peces.
Los guaguonautas siguieron por el río Ozama y al llegar a Los Tres Brazos comenzaron a oír el croar de las ranas asesinas, cuyo canto volvía locos a los hombres buenos y convertía en estúpidos a los hombres sabios. Varios valientes enloquecieron y se lanzaron al agua siendo devorados por los cangrejos gigantes. Otros se convirtieron en estúpidos y se envenenaron al comer las gomas de la guagua.
Tafeta, la hechicera frotó sus manos mágicas haciendo aparecer muchos tallos de auyama que sirvieron de flautas. Los valientes soplaron y de los tallos salió una música linda. Las ranas, al oírla, dejaron de croar y se convirtieron en mariposas para salir volando.
Más adelante, los guaguonautas se encontraron con una lluvia de llamas lanzadas por los peces ratones que vomitaban fuego. Las llamas casi incendian la nave, pues los valientes no podían apagarlas por más agua que les lanzaban.
Entonces, Pelao, el cazador de fantasmas, lanzó su diente mágico contra el piso de la guagua haciendo salir un gato Angora que se abalanzó sobre los peces ratones y los obligó a hundirse en el agua.
Y al fin, los valientes llegaron hasta la laguna de La Zurza, cuna de los cangrejitos saltarines, pero del fondo del río surgió el perverso Ciprián convertido en pez cajón. Abrió su boca para tragarse la nave.
Capitán maniobró a tiempo y la guagua se elevó rápidamente para darle la vuelta al monstruo y atraparlo por la cola.
Capitán le dio cien vueltas a Ciprián hasta que este se rompió en tres pedazos. Dos trozos cayeron en el mar Caribe. Uno bien al este, formándose con él la isla Saona. El otro cayó al oeste formándose la isla Beata.
Capitán arrojó al centro de la isla el tercer pedazo, que era la cola, y cayó en medio del lago Enriquillo, formándose la isla Cabritos.
Entonces los guaguonautas rescataron al Bello Niño de Oro y lo llevaron hasta los dioses del campo Felipa y Macario.
Para cumplir su promesa, los dioses campesinos recompensaron a los valientes dándoles aletas, para que nadaran como los peces; alas para que volaran como los pájaros y también la inocencia, para que sintieran como los niños.
LA CIUDAD DE LOS FANTASMAS DE CHOCOLATE. Autor: Jimmy Sierra