Formando en la autonomía

Piaget en su libro El juicio moral del niño habla de que la finalidad de la educación es el desarrollo de la autonomía.
Por autonomía entendemos la capacidad de gobernarnos a nosotros mismos. Por heteronomía, ser gobernado por los demás. Muchas veces pensamos que el ser gobernados por nosotros mismos o por los demás, viene de imposiciones extrínsecas a las personas, pero realmente es una forma como se vive la vida: si las decisiones que tomamos obedecen a convicciones personales o al temor a las consecuencias, a ser juzgados, a ser reprendidos.
Si tomamos como ejemplo varios niños de alrededor de siete años, encontraremos que generalmente, todos consideran que mentir es malo. Si les preguntamos que es peor, mentirle a un niño o a un adulto considerarán que es peor mentirle al adulto, porque este se da cuenta cuándo le están diciendo mentiras. Aquí vemos un ejemplo claro de una moral heterónoma. La mentira no está mal por sí misma, sino si el otro se da cuenta de que yo le estoy diciendo mentiras.
Generalmente la moral heterónoma está determinada por las reglas o las personas que tienen la autoridad. La autónoma, por los acuerdos a los que se llegan con las personas.
Siguiendo el ejemplo de la honestidad, un niño heterónomo considerará que está mal decir mentiras porque el otro se da cuenta y me castiga. La autonomía dicta que no se quiere romper la confianza de la otra persona, porque la relación se ha construido sobre eso.
El adquirir una moral autónoma, se debe ir formando en los niños, ya que ellos nacen siendo heterónomos. Normalmente tanto padres como maestros solemos formar con el procedimiento castigo - recompensa. Esto fomenta la heteronomía porque los niños actúan es de acuerdo a lo que van a recibir. En una formación en la autonomía se buscará el intercambio de decisiones y el llegar a un acuerdo.
S dice una mentira se le puede castigar. O se le puede decir que lo que él está diciendo no se le puede creer porque... y dar las razones y explicarle que si sigue diciendo mentiras, ya no creerán en él.
El niño que es castigado tratará de hacer lo mismo, pero sin que los papás, profesores, adultos o amigos se den cuenta porque a lo que él teme es al castigo. Inclusive puede llevar al niño a sopesar las consecuencias y decidir que vale la pena hacerlo a pesar del castigo.
En este proceso es muy importante enseñarles a tomar decisiones desde pequeños. Cuando el niño llega del colegio y quiere descansar, preguntarlo cómo quiere hacerlo: quiere jugar con un juguete, quiere ver televisión, quiere comer algo... Obviamente dentro de los parámetros que se tengan establecidos como familia. Qué ropa quiere usar, qué quiere empacar para una salida, cuánto quiere comer.
No se deben ofrecer opciones si finalmente se quiere imponer la propia opinión. Por ejemplo, si se le dice al niño que escoja lo que quiere ponerse, los padres después al ver que usará un pantalón rojo con una camisa naranjada y unos tenis verdes, no pueden decirle que no, porque los criterios no estarán claros para él y sentirá que no importa lo que él decida, finalmente termina haciendo lo que otros quieren. Para evitar este tipo de situaciones, los adultos deben pensar bien qué opciones le van a dar a los niños.
Si tomar gaseosa no es una opción, no se debe preguntar abiertamente al niño qué quiere tomar, pues está la posibilidad que escoja precisamente esto. Se le pueden dar opciones. Hay jugo de maracuyá y de mango. ¿Cuál de los dos quieres?
Esto les irá enseñanado desde pequeños a sopesar opciones y no simplemente a hacer lo que otros les mandan.
Lo mencionado anteriormente no quiere decir que los niños no se deban castigar o sancionar. Un papel igual de importante juega la relación que existe entre la sanción impuesta por el adulto y la falta cometida. Si el niño dice una mentira y lo dejan sin postre, ¿qué relación hay?
En muchas ocasiones cuando un alumno está conversando mucho en clase y no permite el desarrollo de ésta, me acerco y le explico que el estar hablando no le permite ni a él ni a los demás poner atención al tema. Él tiene dos opciones, puede permanecer en el salón de clase respetando a sus compañeros y a su profesor o puede retirarse del salón y seguir hablando en otro espacio. Esto le da la oportunidad de reflexionar sobre su forma de actuar y tomar una decisión no por miedo a que yo lo castigue, sino porque ve que si no lo hace, no puede estar en convivencia con los demás.
Como padres de familia es muy útil tomarse un tiempo de reflexión antes de imponer una sanción, pues muchas veces éstas salen de un momento de rabia o disgusto, pero es muy probable que no esté dejando ningún aprendizaje significativo. Un tiempo de reflexión puede dar el espacio para pensar en algo que esté relacionado con la falta y que le demuestre al niño cómo sus actuaciones lo afectan a él en su relación con los demás.

Fuente: este post proviene de reflexionesdeunaeducadora.blogspot.com, donde puedes consultar el contenido original.
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