Hoy mi hijo me sorprendió.
Íbamos a salir, así que le pedí a Ania que trajera mi cartera que estaba al lado de mi mesa de noche. Todo bien hasta ahí. Cuando fue hacia mi cuarto, no quiso entrar porque la luz estaba apagada. Al instante, Joaquín salió al rescate: Yo la traigo.
Al bajar las escaleras, empezó la conversación.
- Sabes qué debes hacer si aparece alguien en la oscuridad?
- Qué,dijo ella con carita expectante.
- Golpearlo, tú estás aprendiendo kung fu, le dijo muy seguro.
Aclaro, ella no está tomando clases ni nada por el estilo. Él le está enseñando los movimientos de sayayín y, según él, eso es saber kung fu.
- ¡Qué valiente eres, Joaquín!, dijo ella con admiración y ojitos de corazón.
Eso es lo que él representa para ella. Podría hasta decir que a pesar de que él la fastidia a más no poder, es su persona favorita.
- Yo no soy valiente, dijo ella, a mí me da miedo.
Entonces, el mejor maestro que ella pudiera tener, le dijo: "Pero Ania, ser valiente es enfrentar lo que te da miedo".
Luego de un par de argumentos más, la conversación terminó con ella diciendo: "Entonces voy a enfrentar mis miedos".
Creo que si hubiera recibido ese speech de mí, no hubiera surtido efecto tan rápido. Cuando su hermano le enseña o explica algo, ella siempre lo recibe más asertivamente.
Ojalá él entendiera la gran influencia que es. No se lo exijo, no es su responsabilidad, pero lo anhelo.
En clases de "kung fu"