La muerte de un hijo. Murió, morí.

Tenía 6 años cuando le dije adiós
De eso ya hace diez, y sigue sin haber un solo amanecer, en que no me despierte pensándole, buscándole por los rincones, dejando de respirar para oír su existencia, mero autoengaño, lo se.
Pero esa esperanza me mantiene viva…

Es curioso como le recuerdo.
A veces intento auto conformarme, pensando en que su infancia y su belleza serán eternas, será mi niño precioso para siempre, nunca el dolor tergiversará sus rasgos, ni las hormonas des-dulcificaran su voz, ninguna adolescencia hará mella en su perfil, ni los años pondrán arrugas ni horizontes sobre el.
Entonces todo se derrumba de nuevo, porque le quiero a mi lado, vivo, dolorido, adulto, marcado, arrugado… pero vivo.
Ya no lloro, hace mucho que no lloro. No me quedan lágrimas
Recuerdo su parto y la espera, recuerdo sus primeros pasos, su risa.
Tristemente lo que mas recuerdo es su último aliento.
Murió en mis brazos.
Durante meses sabía que llegaría, el final, esperándolo en cada minuto, con cada suspiro.
Y llegó, el último soplo.
Y con su soplo se fue mi alma.
Me quede quieta, congelada, mientras acurrucado sobre mi, en aquel sofá hospitalario de polipiel, se iba alejando el calor de sus mejillas.
Su calor. Yo abrasaba.
La rabia, el estupor, el dolor, me quemaban por dentro.

No quise moverme, no quería que nadie se diera cuenta, que nadie me lo arrebatase de los brazos, que nadie osase tocarle!!!
Ajena al temple del personal sanitario, que bajaron las luces, y cerraron, dejándome despedirme en silencio…
Silencio. Cuando se lo llevaron.
Silencio. Cuando me abrazó su padre.
Silencio. Cuando le enterramos.
Silencio.
Silencio.
Y gritos, cuando por fin la furia me invadió del todo, incandescente, abrasadora me enfrió tanto, que arreció mi corazón.
NO. NO. NO.
No estaba preparada, nadie lo estará nunca para perder un hijo.
No es dolor, es desgarro, tortura, calvario.
Duele tanto que no duele. El golpe es tan grande que aísla y anestesia.
Lo mas duro es el después.
Cuando no está en tu mesa, cuando su cama esta fría, cuando miras por el retrovisor en el coche y ya no existe su silla.
Cuando mi hijo murió, morí con el
Una parte de mi se secó, se secó de luz, ennegrecida y anegada de oscuridad.
La otra parte simplemente sobrevive. Aun no sabe a qué.

Fueron 8 largos meses. Una fiebre nos dio la voz de alarma.
Una pequeña infección, palidez, cansancio…
Un análisis de rutina…
Leucemia.
Fue tan rápido. Y a la vez tan agotador.
En ocho meses nos mudamos al hospital, abandonamos el reloj, dejamos los trabajos, nos desentendimos como pareja, el mundo se ensombreció.
Lo intentamos todo, pero todo fue nada.

Los dos últimos meses en un estado de cansancio permanente, sin aliento, siempre dormido debido a los opiáceos para evitarle dolor…
Las últimas semanas no soportaba verte y sin embargo con el corazón encogido respiraba a tu lado.
Cuántas noches en vela pensando en irnos juntos.
Planificando el cómo, el cuándo, acabar con tu sufrimiento y con el mío.
Porque sin ti, ya no hay vida, y lo sabia antes de tu muerte.
Pero siempre podía la esperanza. En el último momento…
Y si estaban equivocados?
Y si te recuperabas con un milagro?
Como robarte ese: Y si?
Al final del todo, ya apenas consciente y acurrucado permanentemente en mis brazos susurrabas mi nombre, mamá, mamá, y yo soñaba que tu voz crecía de nuevo y me gritaba con una sonrisa que nos fuéramos, que la pesadilla había acabado.
Murió y morí.
Aún siento sus manos diminutas aferrándome…

Y los peores días, las peores noches, cuando me vence el desconsuelo, cuando la tormenta del llanto me puede, cuando la oscuridad me ahoga, y ni siquiera al final del camino veo la luz, cuando mi garganta se cierra y no puedo respirar…
Le veo jugar en mi memoria, y reír.
Y entonces me doy cuenta.
Existes en mi. Existirás siempre.
Y entonces veo lo afortunada que soy, por tenerte en mi memoria.
Lo afortunada que fui perdiéndote, porque significa que estuviste a mi lado.
Porque sus seis años fueron toda una vida. La suya y la mía.
y vivirá siempre en mi.

Hace diez años ya, pero sigo leyendo cosas de madres, y las busco en el parque, y converso para mantenerme cuerda.
No puedo dejar de miraros con benevolencia en vuestras guerras absurdas de crianza, en vuestras crisis maternales, y ver lo ciegas que estáis.
No perdáis vuestro tiempo, disfrutadlo, miradlos, mimarlos, amarlos.
Y que nunca tengáis que añorarlos.
Porque la muerte de un hijo es el peor de los acontecimientos del hombre.
Un equívoco de la naturaleza.



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