Cuando mi hija empezó a crecer, nadie le enseñó lo lindo de los vestidos y las faldas (yo casi ni los uso), la maravilla del maquillaje (yo no paso del delineador de ojos y del labial), ni lo atractivo del esmalte de uñas (me pinto con poca frecuencia). Sus preferencias nacieron con ella.
Los colores rosado y morado fueron sus favoritos desde antes de aprender a identificarlos con nombre; las tiaras siempre ejercieron una poderosa atracción (tiara, no corona). La ternura y cuidado para con sus "bebés", siendo ella bebé, era sorprendente. Hasta ahora se deleita con las princesas (muñecas, barbies, accesorios, cuentos, películas, todo) y con una toalla o sábana como velo de novia, pero ojo que ella no se va a casar con su papá sino con Joaquín (sí, Joaquín, pero que él no la escuche porque ahí sí que se arma...).
Sus juegos solo eran hacer hablar a las muñecas, bailar como princesas, sentarse a pintar o dibujar. En el parque, acariciaba las flores, se columpiaba suavemente, subía con delicadeza al tobogán, jugaba tranquila con la arena y se desesperaba cuando sentía una poca en sus zapatillas.
Mientras tanto, yo me preguntaba "cuándo empezarán a jugar juntos", pensaba "no tienen nada en común" y me resignaba a ser siempre la mediadora de juegos.
Hasta que llegaron los 4 años. A partir de allí, las cosas entre ellos empezaron a cambiar, poco a poco. Por ratos, jugaban a corretearse o esconderse, también a voley-globo (el favorito de todos nosotros -sobre todo yo- porque no rompe nada en un departamento), a hacer manualidades, hockey-gol (una mezcla de fulbito de mano y hockey de mesa) y cosas como esas. A veces él se desesperaba porque ella no respetaba las reglas del juego, pero poco a poco aprendió.
Y poco a poco, esos juegos empezaron a cambiar. Y creo que para ella son tan divertidos, que cada vez que ve a su hermano le dice: "¿Vamos a jugar a los ninjas?", "¡Joaqui, un zombie, mátalo!", "Mamá, ¿Nos das una misión? Somos los superespías". En el parque corre como si de ello dependiera su vida, se monta en el skate de su hermano con sus zapatillas de las princesas Disney, y se mete sin problemas en el barro; pedalea a toda velocidad la bicicleta y cuando se cae, llora desconsoladamente hasta que un beso, un abrazo y un curita le sanen la herida. A veces me mira a los ojos y gruñe fuertemente: "Grrrrrrr!!!! Soy el malo y te voy a atrapar!!! Grrrr!!!".
Y aunque le encanta ver programas de Princesas, Barbie y Ponys, también se engancha con los dibujos de Avengers, Phineas & Ferb y Lego. Películas como Las Crónicas de Spiderwick o de Narnia, Miniespías y Tierra de Osos son igual de preferidas que las princesas de Frozen o Mia & Yo.
Hay programas que pienso que tal vez no debería ver, por su edad, pero después digo "tampoco la puedo aislar del mundo de su hermano mayor, son momentos que comparten juntos". (Igual controlo lo que ven, pero soy un poco más flexible).
Ella no ha perdido su esencia femenina. Corre por la casa, gritando "grrrrrr...!!! Zombies!!!", disfrazada de Princesita Sofía, con su bebé bajo al brazo y, en cada break, regresa a sus muñecas para taparlas con una colchita para que no enfermen o darles de comer. Le encanta girar sin parar para hacer "vuelo" con la falda de su vestido. Cuando me maquillo, hace piquito para que le "ponga labial" y "eso que me pongo en los ojos".
Él no suele ceder en sus juegos. Ella juega a lo que él quiere o no juegan. Pero hace unos días, él se animó a pintarle las uñas y peinarla, creo que más por la curiosidad de usar el esmalte y ver si podía lograr hacerle una cola o trenza.
Tener un hermano hombre tiene sus ventajas. Te hace más tolerante a las explosiones de testosterona, así como creo que cuando un niño tiene una hermana mujer hace lo propio con el síndrome premenstrual (cuando mi esposo y yo éramos enamorados no podía ni ir a la tienda a comprarme una toalla higiénica. Él no solo no tiene hermanas si no que su mamá ya es de un par de generaciones hacia atrás).
También aprendes a jugar con los chicos, a ser más fuerte y a defenderte. También tiene sus desventajas, te vuelves un poco tosca y a veces, menos pinky. Y ahora que lo pienso, no estoy tan segura de que sea taan desventaja.
Yo tengo un hermano mayor y era mi torturador. Un chinchoso. Creo que hasta ahora conserva su espíritu quemasangre. Pero nos llevamos bien. Eso sí, soy tosca, poco pinky y bastante tolerante con muchas masculinidades.
¿Te ha pasado?