Los cuentos budistas que te vamos a relatar en varios capítulos semanales tienen muchos siglos e incluso milenios. Pasaban de una generación a otra oralmente, hasta que alguien empezó a recopilarlos. La versión de esas recopilaciones es la que ha perdurado, pero es posible que hayas oído algún cuento con ligeras modificaciones.
Te pueden servir para meditar y como guía de acción.
El agua clara
Un día, cuando caminaban por una región montañosa, Gautama Buda ya mayor, bajo el sol de mediodía le dijo a su discípulo Ananda:
―Estoy sediento, Ananda. Cuando atravesamos las montañas, pasamos un arroyo. ¿Puedes retroceder el camino y traerme un poco de agua?
Ananda, deshaciendo el camino, llegó al arroyo, pero cuando llegó allí se dio cuenta de que unas carretas acababan de atravesarlo, embarrándolo todo. Las hojas muertas que antes yacían en el fondo ahora flotaban sobre el agua. Ya no era bebible y por supuesto no podía llevársela a Buda. Así que decidió regresar junto a Buda. Además, sabía que unas millas más allá del sitio donde había parado, corría un gran río de agua cristalina.
Pero Buda, que era muy estricto, le dijo:
―Vuelve otra vez, porque recuerdo que cuando pasamos esa agua era pura y cristalina. Ananda protestó:
―Entiéndelo: entre que llegamos aquí, pasaron unas carretas por el riachuelo y el agua ya no es bebible.
―Lo sé ―dijo Buda―, pero ve y siéntate en la orilla, lleve el tiempo que lleve. Ve y siéntate. No te metas en la corriente, porque si te metes en ella, la ensuciarás de nuevo. Simplemente espera observa y no hagas nada. Esas hojas muertas desaparecerán, el barro se asentará. Entonces, llena mi cuenco y regresa.
Ananda fue al riachuelo de nuevo porque no podía desobedecer a Buda y allí se sentó esperando. Y esperando, vio que el barro y las hojas muertas se iban asentando despacito, dejando el agua clara y pura, tal cual es su naturaleza.
Llenó su cuenco y de regreso entendió lo que Buda trataba de decirle.
―Ananda, no te metas en el río, no sigas la corriente de tu mente, espera en la orilla y simplemente observa. La naturaleza verdadera de tu mente es esa claridad cristalina, ensuciada por pensamientos y emociones pasajeros.
La Inteligencia y la luz
Una tarde la gente vio a Rabiya buscando algo en la calle frente a su choza. Todos se acercaron a la pobre anciana.
―¿Qué pasa? ―le preguntaron―, ¿qué estás buscando?
―Perdí mi aguja ―dijo ella. Y todos la ayudaron a buscarla.
Pero alguien le preguntó:
―Rabiya, la calle es larga, pronto no habrá más luz. Una aguja es algo muy pequeño, ¿por qué no nos dices exactamente dónde se te cayó?
―Dentro de mi casa ―dijo Rabiya.
―¿Te has vuelto loca? ―preguntó la gente― Si la aguja se te ha caído dentro de tu casa, ¿por qué la buscas aquí afuera?
―Porque aquí hay luz, dentro de la casa no hay.
―Pero aun habiendo luz, ¿cómo podremos encontrar la aguja aquí si no es aquí donde la has perdido? Lo correcto sería llevar una lámpara a la casa y buscar allí la aguja.
Y Rabiya se rió.
―Sois tan inteligentes para las cosas pequeñas… ¿Cuándo vais a utilizar esta inteligencia para vuestra vida interior?
» Os he visto a todos buscando afuera y yo sé perfectamente bien, lo sé por mi propia experiencia, que lo que buscáis está perdido dentro. Usad vuestra inteligencia. ¿Por qué buscáis la felicidad en las cosas materiales? ¿Acaso la habéis perdido allí?
Todos se quedaron sin palabras y Rabiya desapareció dentro de su casa.
Usa tu inteligencia para buscar las cosas donde están y no donde no están, incluso si está oscuro. Busca dentro de ti.
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Cada semana iremos añadiendo dos o tres cuentos budistas cortos, que podrás encontrar en el Blog.
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