No me canso de oír diferentes opiniones acerca de cómo la brecha entre los nativos digitales (aquellos que han nacido con una Tablet en sus manos en vez de un puzle de cubos) y los adultos (los que apenas saben utilizar su móvil más que para llamar) es cada vez más grande y empeora a pasos agigantados las relaciones sociales entre generaciones.
Pues bien, en mi relación con esos nativos digitales que son mis alumnos, nacidos en el año en que el primer iPhone salió a la venta, y expuestos desde su nacimiento a conexiones wifi, smartphones, tablets y portátiles; tengo que decir que lo de nativos digitales es una etiqueta que se les pone por la época en que nacieron, no porque sean, en general, unos mega-expertos en tecnología, ni mucho menos.
Sí es cierto que han jugado menos con juguetes de madera y han visto más episodios de Peppa Pig (a veces incluso en inglés) mientras comían. Es cierto que les han puesto una Tablet en las manos en muchos colegios para incentivar el aprendizaje y que los libros no pesaran tanto en las mochilas. Es cierto que saben acceder a las aplicaciones que les interesa en casi cualquier dispositivo y sacar una foto con filtro desde cualquiera de nuestros móviles. Pero puedo asegurar que la mayoría tampoco saben hacer mucho más.
Les cuesta adjuntar archivos en un mail, les cuesta utilizar la nube para compartir documentos, les cuesta configurar la nube para poder después compartir documentos… Saben crear sus cuentas de Instagram, musical.y y utilizar hyperlapse; pero que no les pregunte su cuenta de Outlook si desea importar sus contactos, que no les aparezca un mensaje diciendo que para poder compartir ese archivo deben guardarlo en una ubicación online… Porque entonces vienen a ti con la cara desencajada y totalmente perdidos.
Dicho esto, vamos a intentar determinar de qué se trata exactamente esto de ser “nativo digital” y hasta dónde les afecta como seres humanos en su relación con el mundo que les rodea.
¿Cómo afecta la tecnología al cerebro de nuestros hijos?
¿Qué es pensar? Es lo que nos diferencia del resto de los animales. Es la capacidad de reflexionar, razonar y sacar conclusiones basadas en nuestras experiencias pasadas y presentes, nuestro conocimiento y nuestras percepciones. Es lo que nos hace humanos. Lo que nos permite comunicarnos, crear, evolucionar y relacionarnos con nuestro entorno. El lenguaje es la clave de todo esto, ya sea oral o escrito.
Y esto es lo que más ha cambiado: la forma en que nos comunicamos. Lo primero, es que el input que un bebé recibe es muy diferente de lo que recibía un bebé de los 80. Antes estábamos expuestos a nuestro entorno, a la voz de nuestros familiares y con mucha “suerte” a los dibujos que nos ponían en la tele en la 1 o en la 2.
En tan sólo una generación, los bebés están expuestos a muchas cosas diferentes: pantallas (sin entrar en cómo la luz blanca afecta a sus ojos), todo tipo de dibujos a todas horas en todos los idiomas del mundo, capacidad de ver a su abuela por facetime cada vez que necesiten, y unos padres que tienen un móvil en la mano que absorbe su atención prácticamente todo el tiempo.
Si bien esta no es la realidad de todas las familias, podría ser el reflejo de la mayoría, ¿o me confundo?
Internet ha sido la mayor ventana al mundo que jamás haya existido, algo impensable para aquellos que éramos niños en los 90… Pero ha sido una ventana al mundo virtual. Se nos ha olvidado vivir nuestra vida, esa que está enfrente de nosotros. Como en la peli de Spielberg “Ready Player One”: internet nos brinda la oportunidad de saber de todo, acceder a todo y ser quien queramos ser; y por eso nos quedamos allí, en nuestra realidad mejorada.
El cerebro de los niños que han nacido expuestos a tablets, smartphones y pizarras digitales se ha configurado de forma diferente, debido a los diferentes estímulos. Y lo peor de esto es que se puede hablar de pros y contras del uso de la tecnología tanto en niños como en adultos, pero aún no existe una generación de nativos digitales que sean adultos, por lo que tampoco podemos hablar de consecuencias a nivel social a largo plazo.
Como todo, la tecnología tiene cosas buenas y cosas malas.
Las buenas:
Los niños, a nivel de aprendizaje, están más receptivos a la hora de aprender de una pantalla, con multitud de posibilidades visuales y links que de un libro. Además, como el ser humano aprende por imitación, es mucho más completo y natural aprender si realmente vemos de qué se trata, por ejemplo, en un vídeo de Youtube. La enseñanza puede estar configurada para diferentes ritmos de aprendizaje si está basada en una plataforma en la que los niños van avanzando acorde a sus propias necesidades. Los ejercicios que hayan hecho se pueden corregir en el momento, y los alumnos reciben una explicación instantánea de porqué no es correcta su respuesta y la opción que tenían que haber elegido y porqué.
Estos multi-estímulos también les ayudan a desarrollar diferentes habilidades como resolver conflictos o plantearse dudas, así como les ofrecen una nueva forma de comunicación, al estar expuestos a una ventana tan abierta y conectada al mundo como es internet.
Las malas:
Si nos preguntásemos ¿de qué tipo de comunicaciónse trata? Nos daríamos cuenta de que, en la mayoría de los casos, es una comunicación unilateral, sin interacción alguna, como puede ser ver vídeos de Youtube de forma incansable y pasiva, con tan sólo en un click en “like” o en “siguiente vídeo”. Volvemos a aislarnos de forma individual en un mundo globalizado. ¡Qué irónico!
Nuestros hijos están expuestos a contenidosde todo tipo, y muchas veces ese contenido no es el que como padres queremos que estén expuestos a.
La sobre-estimulacióntiene también un contra-efecto: los niños tienen dificultades para auto-regularse, debido a la constante estimulación y entretenimiento. ¿Cuál es la consecuencia negativa de esto? Que a falta de tanto estímulo se aburren más fácilmente y pierden rápidamente la atención si la actividad no es tan “excitante y visual”.
En este apartado podríamos hablar de miopía, inquietud, agresividad y dependencia… La lista de aspectos negativos del abuso de la tecnología es bastante larga.
Además, algunos expertos aseguran que existen 3 “booms” neuronales en los cerebros de los niños antes de los 7 u 8 años, en los que el sistema neuronal se vuelve algo caótico. Otro ocurre aproximadamente a los 13 años. La tecnología modifica potencialmente la estructura de su cerebro, por lo que, a pesar de que la media de edad para estar expuestos a la tecnología de forma independiente son los 6 años; deberíamos esperar hasta mucho más tarde para permitirles manejar de forma no controlada un dispositivo con conexión a internet.
Acerca de las redes sociales, en las que me considero bastante activa, el problema radica en que vivimos conectados con amigos virtuales perdiéndonos los momentos reales con los amigos de verdad, en el momento de verdad. Conocemos gente nueva a través de una aplicación, mantenemos relaciones basadas en mensajes de whatsapp, nos volvemos populares por pasar más horas jugando a un determinado videojuego, hablamos a modo de monólogo con nuestros amigos mandándoles ¡mensajes de voz!
Por supuesto que los efectos en los cerebros de nuestros hijos dependen de qué tecnología utilicen, cómo la utilicen y muy importante, cuánto la utilicen. Si bien es cierto que la lectura tradicional, en libro de papel, fomentaba la atención y la imaginación; internet desarrolla la habilidad de buscar información precisa en un mundo de datos de forma rápida y eficaz, te brinda la oportunidad de encontrar cualquier respuesta en 0,3 segundos ofreciéndote millones de fuentes.
Consejos para padres que deseen entender mejor esta situación:
No quedarse atrás. Cada vez que nos hablen de una red social nueva, de un videojuego al que pasan la tarde jugando, o de una forma novedosa de compartir contenido en la web, tenemos que hacer el esfuerzo de descargárnoslo en el móvil, crearnos una cuenta, o jugar al juego. Sí, claro, sé que tenemos millones de cosas que hacer, pero ¿qué más importante que saber dónde se están metiendo nuestros hijos? Debemos estar a la altura y poder saber exactamente de qué se trata, qué compras dentro de la aplicación se ofrecen, qué alcance tienen los vídeos de nuestros hijos bailando en la red (si te has sorprendido, bájate musical.y y alucina), qué datos pueden pedirles a nuestros hijos cuando juegan online a Fornite, la adicción que crean juegos tipo Clash of Clans cuando durante la noche pueden atacar y destruir todo lo que han creado durante días, las misiones para mayores de 18 años (muy explícitas en agresividad, violencia y sexo) que deben pasar en GTA para seguir avanzando en el juego… Sólo así lograremos entender de verdad lo que a nuestros hijos les preocupa y porqué.
A mí, que lo pruebo cada vez que oigo a mis alumnos hablando de estas cosas, me tiene atemorizada. Porque, sin entrar en si sus cerebros están preparados o no, cosa que dudo mucho, su madurez y su visión del mundo no lo están. Y de eso no tengo duda alguna.
Consejos para no ser (tan) víctimas de la tecnología:
Como siempre: el ejemplo. No vale de nada quejarse de que usan mucho el iPad si nos vamos a pasar todo el rato mandando mails o viendo las noticias en el móvil.
Tiempo de calidad: Establecer ciertos momentos en los que ninguna pantalla esté encendida. La cena es un muy buen momento de hablar de nuestro día y de preguntarles por el suyo. ¡Cuidado! No caigamos en que nuestro momento sin pantallas sea un momento de discusiones o reproches, pues haremos que estén deseando terminar para volver a la quietud y la “comprensión” que les ofrecen sus seguidores de IG.
Jornadas de desconexión: intentad vivir un día sin tecnología. Ni móviles, ni televisión, ni iWatch (admitimos cámara de fotos sin conexión wifi). Es difícil, yo soy la primera que sufre nomofobia; pero creo que sería genial que, sobre todo los adultos, nos demos cuenta de lo obsesionados que estamos con esto, de lo rápido que hemos cambiado nuestras prioridades, de los momentos y gestos de nuestros hijos que nos estamos perdiendo, de los recursos a la desesperada que debemos crear cuando se aburren después de comer o esperando al médico.
Ofrecer alternativas: los juegos de mesa o de cartas triunfan en mi casa. Mi sobri que es más pequeño, alucina con una botella sensorial llena de mini pompones. Las manualidades, cocinar en familia, pintar con los dedos (o con pincel y acuarelas), los puzles de mil piezas… Eso sin entrar en actividades al aire libre, cuyas posibilidades son infinitas…
Queridos nativos digitales: el cambio ha llegado para quedarse, intentad estar a la altura de todas las ventajas que éste supone para vosotros. No os conforméis, averiguad más, aprended más, no os dejéis nada en el camino; pero sobre todo, no os olvidéis de que LA VIDA es lo que pasa fuera de las pantallas.