La infancia, distorsionada por la distancia, romantizada, aparece ante los ojos adultos como una etapa de la vida maravillosa, libre de problemas, de obligaciones, de insomnio…
Debe ser verdad que la memoria es muy selectiva, porque eso de dormir como un bebe… dependerá muy mucho del bebé que contemplemos.
Realmente la infancia es una época con tantos matices… El problema en sí no es la infancia. Sí, ser un niño es lo más parecido a la autenticidad, la bondad, la presencia, la alegría, la exploración… el problema es lo que hacemos los adultos con ello.
Y sí, lo hacemos lo mejor que podemos con lo que sabemos, como lo hicieron antes con nosotros, así que si queremos hacerlo mejor tendremos que aprender mejor.
Empezaré recordando cosas que por obvias que parezcan, al enfrentamos a la maternidad o a la paternidad parece que se nos olvidan, en una mezcla de responsabilidad, miedo, apego, ignorancia y expectativas.
El nacimiento y las primeras horas de un bebé son un acontecimiento traumático, tanto para el bebé como para el sistema del que forma parte. Para el recién nacido es un paso radical de un estado de bienestar, fusión, necesidades cubiertas y penumbra, a un mundo desconocido, deslumbrante, estridente donde debe aprender a respirar, reclamar sus necesidades y esperar que sean atendidas. Acostumbrarse a ser manipulado por el personal sanitario y por todas las visitas que vienen a conocerle.
Para la madre, cansada y hasta las cejas de hormonas, el momento de tener en brazos eso. Eso que tanto ha deseado, imaginado, sentido en sus entrañas…
Una convivencia entre el instinto materno y todo el compendio de expectativas sobre la etapa que comienza, sobre la relación que le unirá con el recién llegado al que, por supuesto, ya ama más que a su vida bajo la amenaza de ser considerada (y aún no ha salido del hospital) una mala madre.
Evidentemente son numerosos los retos a los que la familia (esté formada por quien esté formada) se enfrentará con la llegada de este nuevo miembro, pero no es el tema que nos ocupa.
Quedémonos con que el niño se enfrenta ahora a todo un proceso de individuación por el que pasa a convertirse en un ser independiente pero dependiente de sus cuidadores.
Quedémonos con que en este proceso debe formarse una visión del mundo, del otro y de si mismo que le permita asegurar sus necesidades de supervivencia, apego y seguridad.
Quedémonos con que serán sus progenitores y cuidadores los que le proporcionarán la información básica, a través del ejemplo, de las recompensas y castigos, de la cultura familiar y sus expectativas.
EL PAPEL DEL ENEAGRAMA
Dentro del mundo del eneagrama, al igual que dentro del mundo de la psicología existen diversas corrientes sobre el origen de la personalidad, ¿con el eneatipo se nace o se hace? Pues depende de a quien le preguntes, pero eso tampoco es relevante.
En lo que hay claro consenso es en la variabilidad de la rigidez con la que la persona se anclará a su visión sesgada del mundo y al uso de todos los accesorios ( creencias, mecanismos de defensa, miedos, motivaciones, estrategias, comportamientos…) con los que viene de serie, el disfraz del eneatipo con el que se identificará.
Y esto es lo que SÍ es relevante, porque ahí es donde podemos intervenir.
Igual que necesitamos un cuerpo para existir en esta experiencia vital, necesitamos un yo individual, una personalidad, sobre todo hasta ser lo suficientes maduros (si es que llegamos a serlo) para trascenderla.
Lo primero que debemos saber como padres, es que si deseamos que nuestros hijos crezcan de forma que su personalidad sea más permeable, que cuenten con mayores recursos de los que les daría de por sí el eneatipo que encarnen, lo primero que debemos hacer es hacerlo con nosotros mismos…
Evidentemente cuantos más años haya defendido mi postura en el mundo y ante el mundo, más pegados llevo mis propios sesgos y más tiempo y esfuerzo me llevará integrar la totalidad que tengo a mi alcance, y esto lleva tiempo.
Sin embargo, de momento, solo necesitamos darnos cuenta. Y darse cuenta es algo que puede suceder en un segundo.
Me doy cuenta de que existe una totalidad que no percibo, me doy cuenta de que hay distintas interpretaciones para el mismo hecho, me doy cuenta que mi jerarquía de valores no tiene porque ser la única posible… Me doy cuenta de que hay todo un modelo, el eneagrama, que describe todo esto de forma milimétrica.
Y entonces, miro a mi hijo, a mi hija, y LE VEO, veo sus tendencias, sus respuestas, las estrategias que escoge para ir hacia lo que quiere.
Y ABANDONO MIS EXPECTATIVAS de que mi hijo desarrolle tal o cual personalidad, que vea el mundo de tal o cual forma… y le respeto.
Y respetarle no es RATIFICAR QUE SU POSICIÓN ES LA ADECUADA, sino entenderla, validarla y proporcionarle una visión mayor del mapa, aportarle más recursos y sobre todo AMARLE POR SER, y no por su HACER.
Durante las dos próximas semanas, en nuestras redes sociales estaremos enfocados en el tema de la crianza y la educación consciente.
Actualizaremos los artículos ya existentes en el blog referentes a la infancia de los eneatipos y publicaremos los que faltan.
Es esencial entender que en la infancia existe mucha variabilidad en la exhibición del tipo, que aun no se ha cristalizado, por lo que mostraremos un retrato robot que puede parecerse en mayor o menor medida a nuestros pequeños.
Es esencial que el uso del eneagrama como padres debe ceñirse a una mayor comprensión de los niños, a un amor más real, y a una ampliación de los recursos psicológicos para una vida más equilibrada.