Dice la Wikipedia que el miedo escénico es “uno de los padecimientos más temibles en el marco de las relaciones personales”. Y puede que no exagere. Lo cierto es que hay quien al tener que hablar en público se bloquea y sufre lo indecible. También cuando le ponen una cámara delante. Yo soy de ellos (o lo fui, porque hace tanto que no me expongo que desconozco mi estado actual), aunque para mi suerte conseguía controlarme lo suficiente para no bloquearme. Eso sí, era incapaz de reconocer mi voz. El otro día, viendo un vídeo de prácticas universitarias que me mandó una compañera de carrera, vi que no era el único. Que todos parecíamos otros con un micrófono en la mano y la cámara apuntándonos cual francotirador. Intimidación en estado máximo.
No sé lo que intimida que te apunten con un Kalashnikov, pero quieras o no, una cámara apuntándote impresiona. Hasta cuando eres una bebé de poco más de tres meses. Mara, por ejemplo, ya sufre su particular versión del miedo escénico (eso o es una bandida de cuidado). Es ponerle una cámara delante y bloquearse. Nos pasó cuando empezaba a reírse a carcajadas mientras la mamá jefa se lavaba los dientes (desconozco qué es lo que le hace gracia). Ahí estaba ella, con la risa floja, enseñando esas encías que me vuelven loco. Y así seguía mientras el papá en prácticas iba a por la cámara para tener un recuerdo y poder enviar a los abuelos modernos (ver definición) una muestra de sus carcajadas. Pero oye, fue apuntarle con la cámara y desaparecer las ganas de reír. Ya no hubo manera de sacarle una sonrisa. Por pequeña que fuese.
La semana pasada, que es cuando se me ocurrió escribir este post la pequeña saltamontes andaba en brazos del papá mirando la tele. No me preguntéis el porqué, pero es ver una pantalla de televisión y ponerse a hablar (en su idioma repleto de “oooo”, “uuuu” y “aaaa”) como si le fuese la vida en ello. Así que la mamá fofucha decidió sacar la cámara para grabarla en plena conversación. La peque, que aunque pueda parecer que no, está en todo, vio aparecer la cámara y dejó de parlotear de inmediato. Desde ese momento se limitó a mirar con toda la seriedad del mundo a la cámara. Y poco más.
En sus escasos meses de vida, sólo hemos sido capaces de grabarla en plena acción en una ocasión. Y fue cuando empezó a decir “ajó”. Eso sí, para conseguir los fotogramas sudamos tinta. Y casi sangre de arrastrarnos de rodillas por el suelo en busca del mejor ángulo. Parece que el rodaje de “La vida de Mara” no va a ser una tarea fácil…
* Tenemos otra explicación a lo que le pasa a Mara cuando le apuntas con cámaras y móviles. Creemos que le llaman tanto la atención estos artilugios que se queda embobada mirándolos y se olvida de todo cuanto estuviese haciendo. Esta explicación, sin embargo, hubiese llevado a la ruina a este post. Y no era cuestión.