De la anarquía…
Hace unos dos años y medio, aunque parezca que ha pasado un siglo, escribí un post titulado ‘La fiesta del pijama’ en el que contaba cómo nos daban cada día las 11, las 12 de la noche e incluso la 1 de la madrugada intentando dormir a Mara. Entonces la pequeña saltamontes apenas tenía 8 meses, pero ya era la vitalidad y la energía infinitas hechas niña. Por aquella fecha, también, hartos de pasar horas y horas en la cama sin conseguir dormirla, decidimos abortar ese absurdo intento de instaurar una rutina del sueño e instalarnos en la anarquía. Comprobamos que al final Mara se dormía a la misma hora (tarde), siempre en la tetita de su mamá o con ella cerca (ni por asomo conmigo), pero al menos nosotros no nos desesperábamos viendo cómo se nos iban las horas, tumbados en la cama, sin que ella lograse conciliar el sueño.
Alguien me dijo por aquel entonces que cuando nuestra pequeña saltamontes iniciase su andadura escolar, regularía el sueño. Y bueno, yo quise creerle, pero tras cuatro meses de infernal escuela infantil Maramoto siguió durmiéndose como pronto a las 11, así que pensé que eso no funcionaría con nosotros. Sin embargo, ha sido llegar el colegio, donde duerme menos siesta y, al parecer, se agota más, ¡y magia! Sobre las 10 de la noche, como tarde, nuestra hija cae rendida, cosa que agradecemos especialmente ahora que nos levantamos cada mañana a las 6 para empezar a currar y exprimir al máximo el día.
…a una nueva rutina del sueño
Mientras hubo tetita, toda nuestra rutina del sueño se basaba en el poder de ésta para adormecer a Mara. Unos días el efecto tardaba más en llegar que otros, pero al final la lactancia materna siempre cumplía con su misión. Consumado el destete, sin embargo, hubo que encontrar nuevas fórmulas para lograr que la pequeña saltamontes conciliase el sueño. Y ahí, tras casi tres años calentando banquillo, sintiéndome como uno de esos futbolistas que no cuentan para el entrenador y desean que éste les mire y les haga saltar al campo, por fin pude entrar en juego en la dinámica del sueño. Y lo hice con mi mejor herramienta de trabajo, la mochila de porteo.
Este verano, cuando salíamos a pasear por las noches aprovechando la tregua que nos daba el sol, empecé a subirme a Mara en la mochila. Y ella comenzó a quedarse dormida cada noche. Así, sin ningún tipo de premeditación, se fue instaurando poco a poco una nueva rutina del sueño que empezó a hacerse fuerte cuando la peque decidió dejar de dormir siesta y, especialmente, desde que inició su andadura en el cole. Ahora, cada noche, justo después de cenar (que también nos hemos obligado a hacerlo antes), Maramoto dice con voz dulce aquello de “papá, me quiero dormir en la mochila…”. Así que yo me enfundo la Ergobaby Adapt y empiezo a dar paseos por nuestra casa (que salir a la calle con el fresco que hace ya da pereza) hasta que en 10-15 minutos cae rendida. También hay días en los que he estado una hora, no os vayáis a creer, pero afortunadamente para mis lumbares y mis rodillas son los menos.
Y bueno, aunque en esos días me llego a desesperar y me agoto esperando que se duerma tras haber recorrido la casa mil y una veces, tengo que reconocer que me hace feliz haber entrado en la dinámica del sueño de mi hija y que ella piense en mí cuando quiere dormirse. Es algo que me apetecía mucho. Y más si cabe porteando, pudiendo sentir tan de cerca como se van relajando sus músculos y su respiración.
Como escribía Manuel Jabois en ‘Manu’, hace ya tres años aprendí que un padre puede serlo todo para un hijo menos la madre que lo parió durante nueve meses y todos los que vienen después; la madre a la que lo tiran nada más salir para que siga unido a ella unos minutos más y se acostumbre al calor de ella y al frío de fuera, donde todos son forajidos. Y a ese vínculo maravilloso madre-hija como padres nos nos queda más que unirnos, porque partiendo de él se irá formando el nuestro. Y la espera bien merece la pena porque una vez más he podido comprobar que todo llega. Como llegó el día en que quedarse a solas conmigo y salir a comprar juntos, sin la mamá jefa, fue una realidad sin llantos. Como llegó la noche en que me aceptó a su lado para volver a dormirse cuando se desvelaba de madrugada. Como han llegado y llegarán tantos otros pequeños hitos que van dando forma a nuestra relación.
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