Y así, en plenas vacaciones, fue cómo entramos en la fase del “mía, mía, mía”, también conocida como la etapa de la independencia y la reafirmación personal o la fase en la que Mara decidió hacerlo todo ella solita, sin ayuda de sus padres. Este verano nuestra pequeña saltamontes nos ha querido decir que ella ya es capaz de hacer muchas cosas sola. O al menos de intentar hacerlas. Y a tesón y perseverancia no le gana nadie. Diría, sin miedo a equivocarme, que a carácter tampoco…
Y oigan, nosotros encantados de verla tan independiente y autónoma, de que quiera medir ella sus posibilidades y ponerse retos diarios, pero hay veces en que las situaciones son más peligrosas y no se le puede dejar hacer sola. O sí, pero bajo una supervisión más estrecha. A raíz de esto hemos tenido durante estas tres semanas de vacaciones consecuencias de dos tipos:
Rabietas
“Esto papá, esto Mamá, esto Mara”, repite una y otra vez nuestra pequeña saltamontes, ya sea para repartir objetos o para colocarnos cuando asume su papel de directora de cine y nos convierte en figurantes. Y si dice “esto Mara”, es que esto es de Mara o lo hace Mara. Y no hay más que hablar. No entender, en un principio, esta nueva necesidad suya, nos ha costado más de una rabieta. Durante las vacaciones las hemos tenido de todos los colores, aunque recuerdo especialmente tres:
La primera tuvo lugar en mitad de la noche, pongamos que a las cuatro de la madrugada. Durante las últimas semanas Maramoto ha cogido la costumbre de, además de tomar teta de mamá, pedir agua cuando se despierta durante la noche. Así que ella pedía y nosotros le dábamos la botella para que bebiese. En una de esas madrugadas, sin embargo, Mara se enfadó porque su mamá le dio la botella y no dejó que fuese ella misma quien la cogiese. Os puedo asegurar, sin exagerar, que estuvo media hora llorando con rabia, inconsolable. Fue tremendo. Desde entonces, como ya hemos captado el mensaje y hemos entendido su necesidad, es ella la que se pone de pie en la cama, coge la botella del cabecero, bebe y se vuelve a tumbar a dormir.
La segunda se ha repetido con bastante asiduidad durante las vacaciones. A Mara le chiflan los escalones, así que si va en brazos, en cuanto ve unos pide bajar para subirlos ella. A veces, si va más despistada, cuando se da cuenta ya estamos a mitad de escalera. Y entonces se enfada porque claro, ella no ha subido los primeros seis escalones o el primer tramo de escaleras mecánicas. Así que para calmarla, para saciar sus ansias de hacerlo todo ella, toca volver a bajar para volver a subir. Con esta pequeña acción que no nos lleva más de 20 segundos hemos conseguido acabar con las rabietas vinculadas a los escalones.
La tercera también ha tenido varias réplicas, aunque la rabieta más fuerte tuvo lugar la primera vez. Estábamos en Valencia e íbamos a pasar el día en el Oceanográfico, felices como una perdiz porque Mara ya fluía en el coche. De repente, sin embargo, tal y como la subimos al coche, rompió a llorar. No entendiamos nada. A los 200 metros tuvimos que parar. Entonces entendimos que lo que pasaba es que ella quería subirse y atarse el cinturón sola. Tremendo. Desde entonces para subirla al coche tenemos que armarnos de paciencia e ir sin prisas, porque subirse ella sola significa que antes va a pasar por los asientos delanteros, va a tocar todos los botones del cuadro de mando del coche y luego va a pedir ir sentada en el asiento de mamá. Es la ruta que ella misma se ha marcado antes de llegar a su sillita.
Heridas de guerra
La segunda consecuencia de este ansia por hacerlo todo sola ha llegado en forma de caídas, raspones, moratones, chichones y sangre. “Herida, herida”, como dice Maramoto. El parte de guerra vacacional se alarga hasta el infinito. Mara tiene las dos piernas llenas de heridas y moratones. Más en concreto, Maramoto tiene una herida que la lleva acompañando desde hará cosa de mes y medio. Cuando parece que se le está cerrando, otra caída la reabre. Y cada vez que eso ocurre, duchar a Mara se convierte en una odisea. No quiere que le toquemos la herida. Lo normal, imagino. Lo raro es que le estamos lavando el pelo y ya está gritando “¡Herida, herida!” y derramando lágrimas. ¡Y la tiene en la rodilla! Supongo que estará poniendo en práctica aquello de “más vale prevenir que curar”.
Y ojalá lo pusiera también en práctica cuando se lanza a la aventura y saca su lado más kamikaze. No tiene miedo a nada. Hemos llegado a subir al Castelo Dos Mouros (Sintra) en un día de mucho aire que hacía que hasta a nosotros nos diese miedo subir sus escalones, y ella llorando porque no la dejábamos sola. Al resto de castillos ha subido por su propio pie y negándonos la mano, con lo que hemos tenido que ir en un sinvivir, uno por delante y otro al lado de ella, para evitar posibles disgustos y dar vía libre a sus ansias de independencia. Tanto riesgo, como ya os he adelantado, ha terminado en múltiples aterrizajes forzosos y en lágrimas de dolor. Pero tras los besos curativos de rigor de papá y mamá, Maramoto volvía a la acción. No existe el dolor cuando se está descubriendo el mundo y poniendo a prueba los límites.
Y vosotr@s, ¿habéis pasado ya por esta fase de reafirmación personal de nuestros bebés?