Desde entonces portear se ha convertido casi en un estilo de vida. Por casa han pasado fulares, bandoleras, una Boba Carrier, una Boba Air y desde hace unos meses una Tula Toddler que nos está ayudando especialmente ahora que la pequeña saltamontes está en esa fase contradictoria en la que, tras haber dominado el arte de andar, correr y saltar, se ha dado cuenta de que eso le da más autonomía y necesita más brazos que nunca. Imagino que para sentir que seguimos estando ahí. Con ellas y gracias a ellas hemos podido hacer mil y una actividades en familia: ir a comprar, salir a pasear, viajar, dormir a Maramoto, visitar museos, limpiar la cosa, cocinar… Y todo ello sintiendo a nuestra bebé cerca. Muy cerca. Resulta difícil explicar las sensaciones que me despierta el porteo, pero os diré que para mí es una experiencia única poder ir besando y acariciando a mi hija mientras camino o realizo cualquier actividad.
Exagerando y dramatizando un poco, que es algo que nos gusta mucho hacer en casa, hace unos meses la mamá jefa y un servidor firmamos un artículo en el blog de la tienda online Pajarito Pinzón explicando cómo el porteo nos había salvado la vida. No sé si es para tanto, pero lo cierto, como comentaba con anterioridad, es que portear nos ha ayudado a hacer muchas cosas que hubiesen sido imposibles con una bebé que siempre ha detestado ir sentada y atada, ya sea en un carrito, una silla del coche o una hamaca.
El último cable que nos ha echado el porteo ha sido con la escuela infantil. Maramoto empezó a ir a mediados de febrero y la verdad es que se adaptó muy rápido y estaba feliz allí. Sin embargo, cada mañana costaba sacarla de casa una barbaridad y la llegada a la escuela acostumbraba a estar bañada en lágrimas. Hasta entonces habíamos ido en coche todos juntos. La escuela está relativamente cerca de casa (15 minutos andando), pero para evitar el frío invernal de primera hora de la mañana la mamá jefa nos llevaba (mi trabajo está al lado de la guarde de Mara), y dejaba a la peque en clase. Un día, hace hoy una semana, decidimos cambiar el método matinal. Me fui andando con Maramoto en la Tula Toddler y por el camino fuimos cantando canciones que me iba inventando, pidiendo a los semáforos que se pusieran en verde para poder cruzar y teniendo nuestras pequeñas conversaciones. La peque llegó feliz como una perdiz al cole. Tanto que la profe vio tan bien a Mara durante todo el día que nos animó a seguir con la nueva rutina.
Desde entonces ha pasado una semana. Ahora Maramoto se levanta feliz por las mañanas y es ella la que en cuanto abre un ojo pide ir al cole. Con papá. Y en la mochila. El porteo nos ha brindado ese cuarto de hora mágico a primera hora de la mañana. Un momento para nosotros dos. La peque se lo pasa pipa de camino mientras corremos para cruzar los semáforos y cantamos canciones. Y lo más importante, entra feliz a clase, sin atisbo de lágrimas. Tanto que es ella la que me pide la mochila para meterse sola en el aula mientras me dedica una media sonrisa de despedida. Yo, por mi parte, llego al trabajo de forma inevitable con una mueca de dicha dibujada en mi cara. Desde hace una semana, gracias a la magia del porteo, los días vuelven a comenzar en casa con una sonrisa.
PD: Tengo cientos de comentarios por responder pendientes, así que os pido disculpas. Están siendo meses intensos y me viene justo publicar un post a la semana. Prometo ponerme al día más pronto que tarde. ¡Gracias por seguir estando ahí!