Hace poco más de un mes me despidieron cuatro horas después de pedir una reducción de jornada (es algo a lo que pronto dedicaré un post para cerrar para siempre la herida). Desde aquel 31 de agosto he trabajado codo a codo en casa con la mamá jefa y eso me ha servido por fin para ponerme en su lugar, para entenderla en toda la extensión del verbo entender, para saber todo lo que ha vivido desde que hace menos de dos años yo dejé de teletrabajar para entrar en una oficina y ella se quedó sola en casa. Trabajando y al cuidado de Maramoto.
Vaya por delante que siempre he empatizado con ella, que la he intentado comprender hasta donde mi no experiencia me permitía y que me he puesto muy nervioso cuando la gente de nuestro entorno ha menospreciado su trabajo por el mero hecho de hacerlo desde casa, como si fuese un hobby puntual que compaginara con las labores domésticas, como si ya fuese hora de que se buscase un trabajo de verdad, en una oficina y con un mísero sueldo fijo. Si supieran todo lo que hace Diana cada día al frente de Tacatá Comunicación. Si supieran que se ha hecho ella solita el 90% de la mayoría de números de MAMA, que ha sacado adelante decenas de reportajes y de noticias. Su mérito es enorme.
Nuestra superheroína
Y lo es aún más porque todo eso lo ha hecho desde que Mara tiene meses. En casa, acostándose a las tantas y madrugando lo indecible para arañar horas al día, intentando sacar tiempo para cumplir con las obligaciones profesionales y con su papel de cuidadora, sacando adelante además mil y una tareas del hogar (los que trabajáis en casa lo sabréis). Siempre con la sensación de no llegar a nada, de necesitar días de 48 horas para abarcar todo. Siempre con la culpa a cuestas. Esa culpa que nos acompaña de por vida a los padres y que te atenaza cuando piensas que quizás deberías dedicar más tiempo a tu hija, que a lo mejor no estás haciendo lo correcto. En estos meses Diana me ha llamado varias veces al trabajo llorando, derrumbada, sin poder más. Y muchas otras veces he vuelto de trabajar y me la he encontrado rota, hundida, hecha un manojo de nervios. Nadie sabe lo que es trabajar en casa, con un niño a cargo, y tener cosas que entregar hasta que lo vive.
Y yo lo he vivido este mes de septiembre. Y por fin me he podido poner en el lugar de la mamá jefa. Y por fin he podido comprenderla plenamente. Se me ha hecho eterno septiembre. Y varias veces he llegado a pensar que ha sido el peor mes de mi vida. Trabajo, trabajo y más trabajo con una niña que con la adaptación al cole se pasaba todo el día en casa y, obviamente, necesitaba nuestra atención (¡Y eso que éramos dos!). Nos hemos visto desbordados, agotados, incapaces de organizarnos para sacar más tiempo, chocando cada dos por tres por tonterías, sintiéndonos culpables por Mara. Ha sido extenuante física y psicológicamente.
Pensar que Diana lleva meses y meses así, soportando esa presión, esa culpa y ese estrés, hace que la admire aún más. Porque a pesar de ello, ha podido con todo. Si algo he aprendido con la mamá jefa es que siempre se puede admirar más a alguien, aun cuando crees que ya es imposible. Mara puede estar muy orgullosa de su mamá, en ella tiene a una superheroína de cómic hecha de carne y hueso.
A tus pies, mamá jefa.
*Vaya mi admiración para todas las madres y padres que hacéis de éste vuestro día a día, especialmente para las primeras, que sois mayoría.
.