No está atravesando una buena racha la mamá jefa en este final de año. Lo dejó por escrito hace hoy justo una semana en un post tan duro como necesario, tan estremecedor como realista. Había muchas tripas en aquel artículo que era el desahogo emocional y el grito desgarrador de quien se siente incomprendida, juzgada, minusvalorada, sola. No está siendo su maternidad (nuestra maternidad) un camino fácil. Imagino que como ninguna. No ayuda el entorno (una familia y unos amigos -algunos, porque hay ángeles de la guarda con nombre propio (Pi, Paula, Ana)- ausentes). “La soledad duele más cuando es acompañada”; Tampoco las circunstancias (otra parte de la familia lejos, la falta de sueño, la ausencia de tiempo). Y tampoco ayudo yo a veces, que me hundo con ella cuando la veo venirse abajo, que me siento superado por esta realidad de estrés y agotamiento que nos toca vivir. Será que no asimilo ver a una mujer sonriente e indestructible como Diana así. Será que me parece tremendamente injusta la falta de empatía que muestra su entorno con ella. Será que me enfurece pensar que ésta no es sino otra muestra más de machismo, de una exigencia para con las mujeres que no existe con los hombres. Será.
Ha sido un mes difícil este diciembre. Lo está siendo. 2015 se nos ha hecho demasiado largo, como si nos faltasen las fuerzas para coronar la cima, esa pancarta con el día 31 que ya vemos entre la bruma pero que parece que jamás vayamos a cruzar, como en una de aquellas pesadillas en que quieres correr para escapar de un peligro pero las piernas no obedecen, no responden. Y corres angustiado, exhausto, vaya si corres, pero no te mueves un ápice. Así está siendo el diciembre de Diana. Nuestro diciembre.
No parece que vayan a mejorar las cosas en 2016. Ni el entorno, ni las circunstancias. En estos últimos días, sin embargo, después de un diciembre inusualmente cálido que nosotros hemos sentido terriblemente frío, parece que al menos en casa ha prendido una lumbre que nos está haciendo entrar en calor, recuperar pulsaciones, sentirnos vivos. Ayer, mientras estábamos sentados en el ordenador, codo con codo, sonó en Spotify un tema del poeta y cantautor canario Diego Ojeda. Se me erizo el bello al escuchar la letra. Pedí a Diana que la volviese a poner. Una vez. Dos veces. Tres veces. Y mientras la escuchaba, mientras miraba a los ojos de Diana, caí en la cuenta de que nos tenemos a nosotros, algo tan obvio que a menudo pasamos por alto, y que tenemos que cuidarnos porque jamás vamos a tener nada tan grande ni tan bello; que dormir abrazados es maravillosamente sanador; que habíamos dejado de saborear los besos (aquellos con los que “llenamos de besos eternos los bares mas tristes que hay en Madrid”) las caricias, los instantes. Que también esto pasará. Con un final u otro, pero pasará. Y que entonces, sea cual sea el final, entre el entorno y las circunstancias aún estaremos nosotros. Los tres. Vivos. Juntos. Donde sea y como sea, pero que sea juntos.
Y en ese instante de repentina lucidez, como Diego Ojeda, quise escribir una canción, nuestra canción, para decirle a Diana que la quiero. Que estoy y siempre estaré a su lado para ser su almohada, su pañuelo, su gas de la risa. Que es una mujer y una madre maravillosa, un ejemplo de superación ante las adversidades. Que me siento el hombre más afortunado del mundo por estar a su lado. Que “hace de mí la mejor versión de un tipo que sólo quería ser feliz y ahora lo es”. Que nuestra canción seguira sonando toda la noche, “quizás la vida entera”.
Te escribo esto mientras duermes a mi lado,
y hasta oírte respirar suena a milagro.
Ya te estoy extrañando y es extraño,
porque los tópicos en ocasiones son certeros.
Te llevo bailando en la punta de los dedos,
te llevo conmigo en los abrazos
que siento como una segunda piel que mejora la primera.
Te llevo y me llevas por París,
polizón en tus venas.
Extrañarte, entonces, es otra forma de tenerte,
saber que te pienso y que me piensas,
que somos mas verdad que la lluvia o las mareas,
que por tu causa llevo meses cazando atardeceres que mostrarte,
pero siempre son mas bellos los que tú me cuentas.
Que haces de mí la mejor versión de un tipo
que solo quería ser feliz y ahora lo es,
en los encuentros y en las esperas.
Que pasaré días y días acariciando
las marcas de tus uñas en mis brazos,
sonriendo con la misma curva que tus caderas.
Que nunca he podido estar tan cerca
y quiero acercarme más
para besarte desde dentro.
Besarte toda.
Besarte entera.
Que te quiero
y eso hace que las distancias se acorten
y los tiempos corran para poder decirnos cuanto antes lo que ya sabemos,
que la fiesta sigue,
y nuestra canción sonara toda la noche,
quizás la vida entera.