Señores, señoras, compañeros de batallas varios, lectores habituales de este blog (No sé cómo he logrado engañaros para que me acompañéis en esta aventura), intrépidos navegantes de internet que algún día llegaréis por azar a este post buscando cualquier cosa en google: Os tengo que confesar una cosa. A todos. Hemos entrado en una fase de milagros. Vida y milagros de Maramoto, para ser más exactos. Si la semana pasada os contaba como, de repente y sin esperarlo, nuestra pequeña saltamontes se puso a comer un día en un restaurante poniendo en práctica todo lo aprendido en 10 meses de continuas frustraciones con el Baby Led Weaning, hoy vengo a narraros el MILAGRO en mayúsculas. La historia de un imposible que perdió por el camino el prefijo (im-) y mutó a posible. He esperado dos meses para contaros esto, os lo confieso. La experiencia me ha hecho precavido. Con los bebés se confirma más que nunca una máxima periodística que los plumillas ponen cada vez menos en práctica: Confirmar y contrastar antes de contar y publicar. Creo que dos meses es tiempo suficiente para confirmar el milagro. Aunque sé que, posiblemente, Maramoto me deje mal mañana. Aunque sólo sea por fastidiar a su papá en prácticas. Eso es así. Cuento con ello.
Recordaréis que os hablé en su momento de nuestras odiseas al volante y que, en mi inocencia, tras dos días tranquilos, hasta me atreví a daros nuestra receta para lograr que Mara aceptase la sillita del coche. Qué atrevido era entonces. Me venía arriba a las primeras de cambio. Aquellos pseudoconsejos están fechados el 28 de abril. Desde entonces, hasta poco antes de fin de año, seguimos viviendo odiseas cada vez que subíamos al coche. Daba igual que fuese en el viaje de nuestras vacaciones (lo que es más comprensible) que en el desplazamiento obligado de cinco minutos hasta el supermercado. Los lloros y las rabietas de Mara estaban garantizadas cada vez que la sillita del coche se ponía de por medio. La situación llegó a tal punto que empezamos a utilizar el coche sólo para lo estrictamente necesario. Preferíamos evitar a toda costa el trauma que el coche suponía para nuestra pequeña saltamontes y, por ende, para nosotros.
Hará cosa de dos meses, o puede que algo más, un día, viendo el interés de Maramoto por los smartphones y las tablets, decidimos bajarnos nuestra Tablet al coche con sus dos canciones y videoclips favoritos descargados de YouTube. Como era habitual, subimos a la peque al coche entre lloros y gritos, pero en esta ocasión fue ver la Tableta y calmarse. Se pasó todo el corto viaje “tranquila” aporreando la pantalla y cambiando de canción al más puro estilo DJ Mara. Alucinamos. En los siguientes viajes repetimos la jugada con el mismo éxito. ¡Tras 14 meses habíamos dado con la fórmula secreta! ¡Aleluya!
Nuestra sorpresa, el milagro en mayúsculas, fue darnos cuenta, con el tiempo, que la tableta era prescindible. Llegó un momento en el que al llegar a la puerta del coche, en vez de ponerse a llorar como era costumbre, Maramoto empezó a tirarnos los brazos para que la subiésemos. De repente podíamos sentarla sin forcejear durante minutos con ella y el cinturón de seguridad. Podíamos desplazarnos sin lágrimas. Hasta yo, en una acción que hasta hace no tanto me parecía imposible, podía irme sólo con la peque en coche, parar en el súper, volverla a subir e ir al parque y volver al coche por tercer vez para regresar a casa. ¡Y todo sin lloros ni berrinches! Es más, con Mara riéndose conmigo cada vez que nos parábamos en un semáforo y me giraba para decirle tres tonterías. Creo que ver a Paco Marhuenda criticar a un político del PP me habría parecido menos milagroso. No exagero. Con lo de Paco Marhuenda, quiero decir.
Como no todo podía ser de color rosa, Maramoto ha empezado ahora a enfadarse y enrabietarse cada vez que subimos al ascensor y, en vez de ir a la calle, bajamos al garaje. A ver si nos creíamos que todo iba a ser tan fácil. Así que ahora, si vamos la familia al completo, la mamá jefa o un servidor tenemos que salir a la calle con la pequeña saltamontes mientras el otro baja al garaje a por el coche. Y si voy yo sólo y no quiero ver llorar a Mara, no me queda otra que bajar a la calle, dar una vuelta y luego bajar al garaje desde la calle (nunca desde el ascensor). Todo tiene solución. Ésta será más fácil o más difícil, pero todo tiene solución
¿Cómo van esos otros papis y mamis que también vivían sus particulares odiseas en el coche? ¿Lo van aceptando vuestros peques? ¿Se ha obrado el milagro?