En estos últimos meses en los que he tenido menos tiempo del deseado para actualizar el blog han cambiado algunas cosas. La más importante de ellas es mi vínculo con Maramoto. No es que antes no existiese. Diría que ahora, tras un largo proceso, se ha fortalecido y consolidado. Puede que algunos padres y madres, especialmente los primeros, con bebés de características similares a Mara se sientan identificados con lo que voy a contar. A ellos les diría que tengan paciencia, que no desesperen. Al final, si sois padres que estáis presentes en el día a día de vuestros hij@s, todo se reduce a una cuestión de tiempo.
Pasé los primeros quince meses de vida de Maramoto trabajando desde casa, así que la pequeña saltamontes se acostumbró a tenerme cerca y pudimos establecer (aparentemente) el vínculo sin mayores contratiempos. Sin embargo, y pese a ello, me era imposible quedarme a solas con Mara o salir de casa con ella sin que a los cinco minutos estuviese reclamando la presencia de mamá. Tengo que reconocer que por momentos me resultó bastante frustrante. Entendía que la mamá es su primer y gran vínculo. Entendía que al llegar la noche solo quisiese a su mamá, que cuando se hacía daño o quería mimos, sólo la necesitase a ella. Me costaba más entender, sin embargo, que no pudiese estar cinco minutos entretenida conmigo, que no pudiésemos ir a comprar los dos juntos. Y me hacía sentir culpable que Diana no pudiese ni siquiera ir a sus clases de pilates.
No sé cuándo empezaron a cambiar las cosas, pero lo cierto es que desde la primavera pasada pude comenzar a hacer pequeñas escapadas con Mara. Sin forzar sus ritmos. Siempre respetando sus tiempos y su precioso apego a Diana. Un día un ratito al parque. Otro a hacer una pequeña compra. Luego con salidas más largas que conllevaban dos o tres paradas. No os miento si os digo que salía de casa con miedo, temiendo que Mara se pusiese a llorar en el coche sin que yo pudiese calmarla. Con el tiempo, y pese a que Maramoto, como es normal, sigue necesitando mucho la presencia de su mamá y ha tenido picos de mucha más demanda (julio y agosto quedarán para el recuerdo), mis miedos se fueron disipando y nuestras escapadas papá-hija se fueron haciendo cada vez más habituales y largas.
Hoy, con nuestro vínculo fortalecido y consolidado, pienso mucho en aquellos días en los que me era prácticamente imposible salir de casa con ella. Creo que por eso, aunque ya han pasado a formar parte de la normalidad, sigo disfrutando mucho cada escapada que hago con Mara. La disfruto porque sé que nuestra mamá jefa tendrá un rato para ella (aunque sepa de sobra que ese rato sólo será para acabar un reportaje que tiene a medias). Y la disfruto porque todo lo vivido con anterioridad me hace valorar cada uno de los momentos que paso a solas con Mara. Me encanta ir a hacer la compra con ella. Que me ayude a meter la fruta en la bolsa. Que quiera pesar las verduras. Que empiece a exigir cosas cuando pasa por los pasillos (esos frutos secos que le vuelven loca). Me encanta pasarme con ella por la FNAC que tenemos cerca de casa, perdernos en la sección intantil y volver a casa con un regalito para mamá. Me encanta bajar al parque y ver cómo se acerca a otros niños en busca de interacción mientras se gira y me dedica una sonrisa tímida. Me encanta ir hablando con ella, comentando lo que vemos, contándonos el día (aunque aún no seamos capaces de entendernos del todo) mientras paseamos por la calle. Son momentos que disfruto mucho. Infinito.
En casa la situación también ha cambiado y, aunque sigue necesitando tener controlada a la mamá jefa y cada dos por tres va a visitarla y a pedirle avituallamiento, nuestros ratos de juego e interacción se han incrementado en tiempo y en calidad. El desarrollo del lenguaje y una mayor capacidad (tampoco mucha, no os vayáis a creer) para centrarse durante unos minutos en un juego han contribuido mucho en ese aspecto. Al final, también esto es una cuestión de tiempo.