Estamos atravesando una etapa francamente dura (más dura aún de lo que ya llevamos vivido) con nuestra querida Maramoto. Dormimos poco y mal, las rabietas se suceden unas tras otras sin solución de continuidad, tenemos los tímpanos sangrando por tanto grito de la pequeña saltamontes, vestirla y cambiarle un pañal se han convertido en odiseas diarias que nos agotan desde primera hora de la mañana, el nivel de demanda ha ascendido hasta cotas extremas, tanto que me he llegado a plantear si existe algún rango superior al concepto de bebé de alta demanda, y salir a comprar o viajar en coche (cuando pensábamos que ya lo teníamos más o menos dominado) son tareas “obligadas” que se nos complican por momentos.
Sí, está siendo muy duro, y quizás por ello hoy quería hablaros precisamente de todo lo contrario, de esos pequeños momentos que compensan con creces todo lo anterior, de esos instantes que te reconcilian con el mundo, de esos destellos que te iluminan el rostro y hacen desaparecer todo rastro de cansancio. Se suceden a diario, aunque a veces el agotamiento ni siquiera nos deje verlos. Son momentos que convierten a la paternidad en algo que si se pudiese comprar, no tendría precio. Nadie tendría dinero suficiente para pagar esos instantes en los que uno no tiene más remedio que decir que sí, que ser padre es el mejor regalo que le podrían haber hecho en la vida. He seleccionado cinco de esos momentos. Podrían haber entrado muchos más, pero había que cortar por alguna parte
1. Recepciones por todo lo alto: Llegar a casa después de trabajar adquiere un significado especial desde que te conviertes en padre y, muy especialmente, desde que tu bebé empieza a ser consciente de tu ausencia. Como todo empleado no obsesionado con su trabajo, tienes ganas de acabar la jornada y volver a casa, por supuesto. Pero a todo ello ahora se suma el saber que cuando abras la puerta de casa un ser muy pequeñito te va a estar esperando con los brazos abiertos. En mi caso, Mara se pone a gritar desde que escucha las llaves y cuando abro la puerta ya está lista para recibirme con una sonrisa de oreja a oreja y un “Papá” a viva voz que repite sin cesar mientras la cojo en brazos, me la como a besos y, en su particular idioma, me hace un breve y acelerado repaso de todo lo que le ha pasado durante mi ausencia. Hogar, dulce hogar.
2. Maldita dulzura: Si hay una cosa que me derrite por dentro de Maramoto es la dulzura que, entre grito y grito, deja escapar de vez en cuando. Momentos efímeros en los que está tranquila (dentro de lo que podemos considerar “tranquilidad” en nuestra pequeña saltamontes) y subida en mis brazos, bien cerquita de mi oído, me enamora con un “papá” que es la dulzura hecha palabra. Imaginaos por un momento cómo suena ese “papá”. Con qué dulce cadencia está dicho. Tras treinta años de vida he descubierto que la plenitud tenía voz de niña y que sólo necesitaba una palabra para hacerse visible: Pa-pá.
3. Amanecer con besos y abrazos: Antes de nacer Mara, los besos y los abrazos los ponía la mamá jefa. Ahora también, pero antes toma las riendas la niña que desde hace casi 19 meses marca la mitad de la cama. Los fines de semana nuestra pequeña saltamontes se da cuenta de que el papá sigue en la cama y no se ha ido, así que al despertarse muestra más apego hacia mi que de costumbre. Hay días en que se despierta más temprano de lo habitual y, si nosotros estamos dormidos, nos desvela a base de besos y abrazos, tarea para la que no escatima en esfuerzos. Si es necesario, se sube encima de nosotros. Puedes haber dormido cuatro horas y estar agotado, pero ante semejante despertar uno no puede hacer más que empezar el día con una sonrisa.
4. Irte a trabajar feliz: Mara no suele estar despierta antes de que yo me vaya a trabajar, pero hay días que son la excepción que confirma la regla. Recuerdo, hace unas semanas, que nuestra pequeña saltamontes dormía mientras yo me lavaba los dientes y la mamá jefa se ponía ante el ordenador. De un tiempo a esta parte, Mara ha aprendido a dar sustos y para ello sigue la pauta que le hemos enseñado. Va haciendo un “shhhhhh” (de silencio) mientras anda con un paso de lo más gracioso que quiere no hacer ruido. Pues bien, estaba yo lavándome los dientes y de repente empecé a escuchar un “shhhhhhh” por el pasillo. Cual fue mi sorpresa al abrir la puerta del baño y ver a Mara, que se había bajado de la cama, caminando con ese paso tan abstracto como sigiloso, mientras seguía repitiendo el “shhhhhhhhh” camino del salón para asustar a su madre. No pude reprimir la carcajada. Ni las ganas de comérmela. Nada como irte a trabajar con la sonrisa puesta.
5. Ver a tu bebé reír: A carcajadas, si puede ser. Maramoto es una bebé muy exigente y con muchas ganas de descubrir cosas nuevas y llegar cada vez más alto, así que no es difícil verla frustrada y enfadada, llorando a lágrima viva. Un instante después, sin embargo, puede estar sonriendo, desprendiendo luz entre esos pequeños dientes que decoran una sonrisa preciosa. Me encanta verla reír cuando su mamá o su papá le hacemos cosquillas y perrerías, verla sonreír cuando es capaz de alcanzar sus objetivos y se siente satisfecha. Creo que no hay nada más hermoso que la sonrisa limpia e inocente de un bebé, nada con tanta fuerza como para hacerte olvidar un mal día, nada con semejante capacidad para hacer de este mundo un lugar más cálido y acogedor.