Cada noche, ya cenados y preparados para ir a la cama, en la casa de la familia fofucha empieza la tradicional fiesta del pijama. Una fiesta en la que siempre se lo pasa bien Mara, mientras que sus padres en prácticas empiezan animados y acaban derrotados. Pero hay que pasar por ello antes de conciliar el sueño. Para Maramoto es obligatorio. Por momentos hasta parece su momento predilecto del día. Y es que, ¿Dónde están esos bebés que se duermen a las 21:00-22:00 horas de la noche y dejan a sus padres una horita de relax y desconexión? Que alguien me diga dónde están, porque empiezo a creer que todo es un mito…
Es curioso, pero conforme se acerca la noche, una niña ya muy movida como Mara, se activa aún más hasta ponerse como una moto. No hay forma de dormirla. Sólo esperar a que la venza el cansancio. Que a veces es pronto, pero que en la mayoría de las ocasiones es muy tarde. Digamos que a veces conseguimos estar a las 22:00 ya cenados y preparados para irnos a dormir. Primero hacemos un paso por el sofá con la esperanza de ver algo en la tele (aunque sólo sea la luz de la pantalla) e intentamos dormirla. Pero ella tiene ganas de escalar, de gatear, de jugar… Tiene tanto flow en el cuerpo que si la mamá jefa se la pone al pecho, ella acompaña el proceso de alimentación con un sinfín de patadas y movimientos de pelvis. Así que por regla general media hora más tarde desistimos de ver la tele y nos vamos a la cama con la esperanza de descansar. Pero sólo con la esperanza.
Ya en la cama y con más espacio, la pequeña saltamontes saca a relucir todo su repertorio. Gateo hacia un lado, vuelvo hacia el otro, ahora doy una vuelta de campana, ahora me subo encima de mamá jefa, ahora voy a por papá en prácticas y le araño y después le sonrío con malicia, ahora intento tirarme de la cama (menos mal que están mis padres…), ahora escalo por el cabecero de la cama y una vez erguida cojo el despertador y me pongo a saltar como si estuviese en una atracción de feria, ahora me siento y cojo un poco de aire, ahora seguimos con la marcha. ¡Hasta el infinito…y más allá!
Hay veces, incluso, en que parece que está a punto de dormirse. La mamá jefa y yo nos miramos y sin decirnos nada pensamos, “¡Por fin!”. Pero de repente Maramoto nos tiene preparada su última función. Se levanta como si hubiese dormido tres horas y se vuelve a poner a juguetear. Ahora buscando la teta de su mamá en las posiciones más inverosímiles. Parece una saltadora de trampolín sólo que en vez de en el agua cae sobre el pecho de la mamá. Doble tirabuzón y… ¡Casi! Mortal hacia delante y… ¡Premio!
Y así se nos pasan las horas. Y nos dieron las nueve, las diez y las once. Las doce, la una, las dos y las tres… Por regla general sobre las 12:30 conseguimos domarla, pero la semana pasada detectó nuestro cansancio y debió pensar, “ahora os vais a enterar”. Y a la 1:30 de la madrugada aún estaba de fiesta. En su gran fiesta del pijama.