El sueño de Maramoto debería ser analizado por Iker Jiménez en Cuarto Milenio por su carácter claramente paranormal. Es, al sueño, el equivalente a la niña de la curva de los pueblos de la España profunda. Nadie cree en su existencia hasta que se topan con ella con el coche y mueren del susto. Del sueño en este caso. No me cabe en la cabeza que una niña, todavía bebé en muchas cosas, duerma tan poco. Recuerdo que en sus primeros meses de vida, cuando lo normal es que los bebés se pasen la mayor parte del tiempo dormidos, la pequeña saltamontes dormía las mismas horas que nosotros durante la noche y, por el día, apenas se pegaba un par de cabezaditas de 15 minutos. Y tan fresca.
Al hacerse más mayor, sus siestas (cuando se las pega, que no es siempre), se han ampliado en extensión, pero por la noche sigue siendo la última en querer acostarse (nunca antes de las 11, salvo contadas excepciones) y por el día amanece con los gallos (despertares nocturnos al margen) o, en su defecto, en cuanto nota que sus padres no le hacen compañía en la cama. Creo que esto del sueño es, con diferencia, lo que peor estamos llevando. Imagino que es algo que tendremos en común con muchos padres. ¿O me equivoco?
Lo cierto, ojeras al margen (que vienen con el cargo), es que Mara necesita quemar mucha energía para caer rendida por la noche. En verano resulta más fácil satisfacer esa necesidad de actividad, pero en invierno, con el frío y la lluvia, se antoja una misión casi imposible. Así que para intentar que por las noches conciliase el sueño antes, en casa empezamos a compaginar dos alternativas: intentar que no duerma siesta o, en su defecto, que la siesta se la pegue por la mañana, antes del mediodía, porque si lo hace después tenemos jarana hasta la una de la madrugada. Aunque la siesta sea de 10 minutos. Hemos tenido varias experiencias en las últimas semanas en ese sentido. Siesta de 15 minutos a las 5 de la tarde. De esas que dices, “bueno, ha dormido poco, hoy estará cansada y se quedará frita pronto”. Y siete horas más tarde casi tiene que ser ella la que nos tape con las sábanas a nosotros. Qué facilidad para recargar pilas.
Este y otros placeres de la caótica vida de padre. #siesta #porteo
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En esas, también, nos hemos topado con el tren del sueño de Maramoto, que es la expresión que da título a este post, y que puede que me haya inventado yo, para explicar lo que nos sucede a menudo. Llegadas las 5 o las 6 de la tarde sin haber pegado ojo, Mara entra en modo amodorramiento y se nos cae por las esquinas. Entonces entramos en pánico. ¡Nooooo! Sabemos de sobra que si se duerme a esas horas estamos perdidos, así que ponemos todo nuestro repertorio sobre la mesa para evitar que se duerma antes de las ocho – ocho y media (y así enlazar ya con la noche y sus despertares). La sorpresa para nosotros es que, superado y perdido ese tren del sueño, Maramoto se viene arriba, saca fuerzas de donde no las tenía, y vuelve a transformarse en aquella niña que se hizo viral hace unos años al grito de “¡yo no quiero dormir, yo quiero vivir!”. Y a modo Sabina nos dan las 10, las 11 y las 12 con una niña que lleva desde las 8 de la mañana sin pegar ojo, mientras nosotros esperamos en el andén de la estación, rendidos y exhaustos, a que pase el próximo tren del sueño.
Y vuestros peques, ¿también son de los que pierden el tren y luego tardan en encontrar otro?