Ahora que no nos lee nadie, voy a haceros una confesión. Entre vosotr@s y yo: En casa no seguimos ninguna rutina (murmullo de desconcierto). Me fascinan esos padres que tienen todo perfectamente estructurado en una especie de horario mental que siguen a rajatabla. A las ocho baño, a las ocho y media cena y a las nueve y media leemos un cuento y a dormir. Increíble. Y lo más increíble de todo es que lo cumplen. Cada día. Lo dicho, me fascinan. Ellos y sus hijos. No os voy a engañar. En cierto modo yo también tenía esa idea en la cabeza, pero luego la realidad fue otra. Llegó Maramoto y, como siempre decimos la mamá jefa y un servidor, puso nuestro mundo patas arriba. No valía nada de lo que hubiésemos pensado con anterioridad. Tocaba reinventarse. Y adaptarse a la anarquía de nuestra pequeña saltamontes. A Mara un día la duchamos por la mañana, otro a las siete de la tarde y otro a las 10 de la noche. Y hay días en que ni lo hacemos, depende de con las ganas que la pillemos y del tiempo que tengamos. Y con la cena y la hora de acostarnos nos pasa tres cuartas partes de lo mismo. No hay rutina ni horarios. Cada día es diferente al anterior.
No sé que pasará cuando Maramoto empiece el cole, si la rutina escolar pondrá un poco de orden en nuestro desorden, pero lo cierto es que por ahora, más allá de por el cambio de cama y de ciudad que supone cada viaje, las vacaciones no suponen demasiada alteración en nuestras vidas. Si no fuese porque yo desaparezco de casa durante unas horas para ir a trabajar, nuestra vuelta a la rutina tras el verano no tendría nada de especial. Así que dentro de esa anarquía, dentro de nuestro orden sin rutinas (que tampoco os vayáis a pensar que vivimos la vida loca), estamos intentando introducir poco a poco a Maramoto en nuestra rutina diaria del cepillado dental.
En casa, como somos muy obedientes y hacemos caso a los consejos de los dentistas, nos cepillamos los dientes después de cada comida y nos hacemos al menos una revisión dental al año. Maramoto nos ha visto desde siempre cepillarnos los dientes y ya desde bien pequeña mostró interés por ese artilugio con el que nos veía frotarnos las dentaduras. Recuerdo verla reír a carcajadas, siendo muy bebé, por la gracia que le hacía vernos lavándonos los dientes. Y recuerdo que incluso le compramos un cepillo para bebés que acabó utilizando para todo menos para su cometido principal. Ahora, a punto de cumplir los dos años, en un momento en el que empieza a prestar más atención y a centrarse un poco más en cada actividad que lleva a cabo (tampoco os vayáis a creer que mucha), la mamá jefa y yo hemos pensado que ha llegado el momento de perfeccionar este hábito higiénico que comenzamos poco a poco a introducir en su vida cuando ella tenía seis meses.
Lo primero, al ver que ya empezaba a demandar nuestro cepillo de dientes, fue comprarle uno para ella. Y ahí sigue, nuevo e impoluto, porque Mara ha decidido que eso de tener un cepillo para niños como que no, que ella quiere cepillarse con uno de mayores. A ver qué nos íbamos a creer. Luego llegó la pasta de dientes. Nosotros, siendo tan pequeña, éramos partidarios de que se los lavase únicamente con agua, pero ella cada noche nos pedía que le pusiésemos crema de la nuestra, así que hacíamos como que le poníamos y ella, aunque no muy convencida y sospechando que le estábamos tangando, se lavaba los dientes a su manera. Ante la demanda de crema, le compramos una específica para bebés. No le gustó nada, así que desde que tiene unos 20 meses le manchamos el cepillo con nuestra pasta porque a estas alturas de la película ya no hay quien la engañe.
Así que siempre que podemos intentamos lavarnos los dientes todos juntos para que Mara nos vea y sea ella la que quiera coger su cepillo, que hemos puesto a su alcance. Hemos considerado que lo mejor es que el hábito salga de ella a través de la observación y la imitación. Como es normal, hay días en que tiene más ganas y otros en los que tiene menos, así que respetamos sus momentos y siempre que podemos acabamos de cepillarle nosotros los dientes explicándole cómo lo tiene que hacer y por qué es importante que lo haga bien. No en vano, según un estudio realizado por Colgate a nivel europeo con motivo de su Misión Salud Bucodental 2015, “casi un tercio (33,6%) de los niños en nuestro país se cepilla sólo sus dientes delanteros, omitiendo completamente los dientes traseros, lo cual les lleva a sufrir problemas dentales serios durante la infancia”.
Según esa misma encuesta en la que han participado 1000 familias españolas, “casi la mitad (43,1%) de los niños en España no se cepilla los dientes el tiempo necesario”, estipulado en unos dos minutos. Cepillarse los dientes mal y deprisa, algo habitual entre los niños, provoca que a la edad de 7 años, “el 16,2% de los niños españoles tenga ya algún empaste y el 12%, alguna extracción”. De nosotros, como padres, depende que nuestros peques no pasen en unos años a engrosar esas estadísticas. Así que toca hacer del cepillado dental un momento divertido y familiar, tener paciencia y ser perseverantes. Según un estudio del University College de Londres hacen falta 66 días para que se cree un hábito y pueda mantenerse durante años. Vamos a aplicarlo al cepillado dental y, si funciona, lo intentaremos también con el resto de nuestra caótica vida
Con motivo de la campaña Misión Salud Bucodental 2015, Colgate ofrece revisiones dentales gratuitas en clínicas colaboradoras. Os podéis registar aquí. A través de su web, además, podréis participar durante todo el mes de septiembre en el sorteo de 100€ diarios para tratamientos dentales.