Los besos robados

Los besos robados.
Los besos de Oscar
Besos, eso que dicen es con lo que crecen los niños.
Hoy leía algo del vínculo, y que los niños en orfanatos de no se que país muestran un déficit de inteligencia. También de crecimiento.
Está íntimamente relacionado, los niños criados con amor son mas listos y mas grandes…
El no recuerda que le diesen besos. Golpes si, besos no.
No se crió en un orfanato, pero tal vez uno hubiese sido mejor.
Mide metro ochenta, y es un tipo listo. De esos en los que los demás confían.
Debe ser la excepción que confirma la regla. Ni la falta de vínculo, ni la falta de calor, ni la falta de amor le empequeñecieron.
O tal vez de haber sido un niño amado sería un gigante bonachón. No lo sabe.
Fue abandonado por su madre con apenas meses en brazos de una pareja, en un pueblo del sur, donde las tardes huelen a sol y solo se escuchan los grillos.
Se crió en una casa en la que sabiéndole extraño y perdido desde el principio, nunca se atrevieron a amarle.
No supieron darle el amor que merecía, que todos los niños merecen. No les culpa, no culpa a la mujer que le crió, las circunstancias, la miseria y la tristeza de varios abortos tampoco permitían amar al hijo de otro.
Pasó su primera infancia corriendo entre corrales, con la cara sucia y el corazón hambriento. Entre el miedo y la soledad. Sabiéndose distinto.
Creciendo sin crecer, sin poder entender. Desamparado.
Le ha marcado a fuego, hace años creía que le había congelado el corazón, pero no es así.
Unos años después la mujer que fue su madre volvió a buscarle. Casada.
No hubo desarraigo por llevarle lejos, al norte frío. A un norte de ciudad llena de ruidos y nieblas.
No se puede desarraigar lo que no tiene raíz. Cómo echar de menos el no sentir? El no existir?
Y subió a un tren lleno de esperanza, con sus ojos redondos de niño, esperando encontrar la felicidad en su parada.
El tren llegó, la felicidad nunca.
Años después se daría cuenta de que fue a buscarle porque no pudo tener mas hijos. Curiosas decisiones de la vida. Como quien recoge a un perro.
Y le crió a golpes, con insultos, humillaciones…
Oscar cree que simplemente no supo hacerlo de otro modo.
Le robó la infancia, y la adolescencia. Y cuando su hijo fue más grande que ella y ya no podía pegarle, por razones obvias de tamaño, siguió destrozándole el alma.
Los trozos de alma que le quedaban. Pero su fuerza heredada de no se sabe donde siguió luchando.
Y un día con 19 años, ya sin golpes, pero habiéndose creído que no valía nada, que no era nadie, que era tonto, y feo y gordo, sin infancia ni adolescencia decidió que debía vivir su edad adulta y se marchó.
No volvió a verlos. A verla.
No miró atrás, borró su pasado.
Decidió simplemente no recordar, para no sentir dolor, y durante años temió perpetuar su naturaleza en unos hijos que tal vez no supiese amar, o convertirse en alguien como su madre.
Pero salió adelante, dejándose los cuernos, esforzándose, aprendiendo…

Hoy tiene hijos, y una vida, y un pasado que a veces cuando preguntan demasiado inventa.
Vive a kilómetros y kilómetros de distancia, al otro lado del mundo, donde nada ni nadie pueda recordarle quien fue.
Y ya no llora, porque es un superviviente. Aunque a veces rememora y necesita de alguna forma gritarle al mundo que aquel niño, aquel adolescente merecía algo mejor.

Y se escojona de risa en silencio cuando alguien le dice que hay que ver que suerte tienes, con la vida resuelta, que ellos no han tenido tanta fortuna…

Oscar, el niño que no debió nacer. El que nadie amó, ni deseó, murió al poco de nacer, murió cuando comenzó a ser consciente de su entorno y fue un muerto viviente hasta que se marchó. Prefiere creer que en realidad no nació hasta que escapó.

Oscar es tímido y frágil, miedoso.
Oscar es fuerte y con una personalidad arrolladora, valiente y decidido, en realidad es un actor maravilloso, que de hacer su papel, terminó creyéndolo y descubrió hace mucho que odia dar lástima, prefiere que nadie sepa su historia. Prefiere mantenerla en el olvido.

Su padre murió hace años y pese a su violenta imperfección le quería. A su manera. Zafia, violenta.
Pero le reconoce su generosidad regalándole un apellido y un pasado.
Su madre sigue viva en algún lugar del mundo.
Y el dia que muera no bailará sobre su tumba pero respirará profundo y se preguntará si algún dia se encontran en alguna parte, para preguntarle por qué le odiaba? Cómo podía odiarle?

Y fueron muchos los golpes. Pero decidío sobrevivir, y lo ha hecho.
Y a veces tiene que contenerse para no sacar el monstruo que esos golpes alimentaron. Porque si algún día infringiese ese dolor en sus hijos no podría seguir adelante.
Aunque sabe que las palabras, o la falta de ellas duelen mas que los golpes.

No puede ser ella, ni el. No quiere. Hoy como adulto le dan pena, y dolor, mucho dolor.
Tanto que a veces necesita rememorar su historia, para no olvidarla, por miedo a repetirla. Y esas noches en silencio amparado por la oscuridad se permite derramar el torrente de lágrimas que le ahogan. Se permite abrazar al niño que fue, y decirle que era hermoso, y fuerte y listo y bueno.
Y se permite mirarle desde su altura de gigante y sonreírle, y le dice que crecerá y tendrá la llave de todos los besos.
Se permite susurrarle que sea fuerte, que es un superviviente, y que el estará esperándole al final de su adolescencia para darle la mano y entregarle el mundo.

Y sus hijos conocen a Óscar, ese que todos los días les dice que les quiere, y que son listos, y guapos, y buenos, y que se siente orgulloso de ellos, y que le hacen feliz.
Y los llena de besos y abrazos. Porque sabe la importancia de todo ello.
Y se ríe cuando se zafan de sus brazos de gigante y le recuerdan que casi son hombres y no quieren sus abrazos. Se ríe porque sabe que no es cierto, y que crecerán sabiéndolos cercanos.
Y ha pasado la vida soñando con que sean grandes y listos. Y sabe que lo está consiguiendo. Felices.

Aunque a veces se asusta cando se mira al espejo del enfado y ve al monstruo agazapado que habita dentro. Pero sabe que le ganará todas las batallas…

Y ha aprendido a no culparles, a sus padres, a sus vecinos, a sus maestros, a todos aquellos que hicieron la vista gorda, que miraron a otro lado, porque gracias a su mierda de historia es quien es, y no quiere pensar si hubiese sido de otra forma?
Porque probablemente enloquecería, se conforma y agradece quien es todos los días, agradece su historia, y hasta las lágrimas.

Y todos los días da las gracias, gracias al mundo.
Gracias por hacerle llorar. Porque las lágrimas sanan. Y son necesarias para seguir adelante.

NIño desnudo
José María Fenollera Ibáñez (Valencia 1851- Santiago de Compostela 1918),

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