MI PRIMER DÍA DE TRABAJO EN EL PISO 13 Y OTRAS ANÉCDOTAS DE LA VIDA LABORAL TRADICIONAL

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Por Marcela González

Como te estaba contando, llegó el día de iniciar actividades en mi nuevo puesto de trabajo en el Piso 13.  Yo pregunté por la sección de Arquitectura y una mujer sonriente de cabellos rojizos y dientes grandes, me atendió.  La mujer estaba detrás de un pequeño mostrador bajo un cartel horizontal colgado de dos hilos que decía efectivamente, Arquitectura.

Detrás de Lilicita que era como se llamaba la secretaria del área, en un Tren de Trabajo estaba alineada, una de las filas de puestos compuesta por mesas uniformadas y sillas de rueditas de color azul. Cada sitio de trabajo con su respectivo computador y pilas y pilas de documentos. 

La segunda de las mesas era la de Carolina. 

Yo me acerqué a ella por instrucción previa y me presenté. Le dije mi nombre y le mostré mi orden de trabajo o contrato, el cual me habían hecho en la empresa temporal a la que me habían referido. 

Yo pensaba que quizá estaba hablando con la encargada de la sección o con alguien que sencillamente me indicaría mis funciones. Sin embargo, ella me miró con los ojos totalmente vidriosos y con la voz cuarteada, me dijo: Tu eres mi reemplazo. 

Por un momento y después del shock en el que había entrado, me hizo sentar. Luego volvió a preguntarme cuál era mi periodo de contratación. A mí me habían dicho que no debía decir nada acerca del tiempo que iba a estar allí, pero yo volví a enseñarle el documento, esta vez para que se cerciorara de todo lo que quisiera mirar. 

Ella tenía la ilusión de que allí dijera que mi contratación era por un mes, para cubrir sus vacaciones, pero decía un año. 

Oficialmente en el Piso 13, a todo aquel al que le daban vacaciones al cabo de un año, sencillamente no se le volvía a ver. Había pasado con varios compañeros de ella, y ella lo sabía.

Carolina, que fue la persona más amable que yo pueda imaginar en esa situación y en esas circunstancias, comenzó a explicarme el puesto de trabajo. Pasadas unas dos horas yo ya estaba a punto de enloquecer con la cantidad de información que me había suministrado.

Las demás la miraban con cierta lástima. En realidad el ambiente era absolutamente hostil. Parecía que ella no tenía buena relación con nadie allí. Cuando llegó la hora del almuerzo, simplemente me dijo que saliéramos.

Yo pensaba que iríamos con las demás arquitectas hacia la salida, pero ella me dijo que siempre comía sola y que sus compañeras tenían un turno diferente para salir, ya que la oficina no podía nunca ni bajo ninguna circunstancia quedarse sola.

Justo antes de que saliéramos, pasó una de las cosas más asombrosas que he visto en una oficina de trabajo. Durante los meses siguientes comprobé que este no había sido un evento excepcional en la rutina diaria del Piso 13, que siempre fue absolutamente único.

Muy a las 12:30 comenzó a sonar la música de Trhiller de Michael Jackson en el área de Arquitectura. De repente las 8 personas que se encontraban entre arquitectura e inmuebles, empezaron a moverse como zombies, con los hombros descolgados y caras de terror.

Cada vez que alguien iba a recoger una hoja a la impresora utilizaba este movimiento desgarbado y rutinario para ir y volver nuevamente a su puesto de trabajo.

¡¡¡En serio!!! No es broma. Todo lo que pasaba en el Piso 13 era una locura total.

Bailaron quizá durante unos 25 minutos. Carolina no hacía parte de la coreografía. Parecía, por la forma despectiva con que miraba al grupo, que sencillamente le daba nauseas la sola idea de estar allí.

Yo le pregunté, ¿pero por qué hacen eso? Y dijo: Es que la Dra. Azucena dio la orden de que preparáramos un baile para la cena de Hallowen de la otra semana. Y como no hay tiempo de nada, tan pronto suena la música, todos sabemos que hay que ensayar.

Se ensaya a la hora del almuerzo, mientras caminamos hacia la impresora, mientras vamos al baño y a última hora de la tarde. Yo por supuesto no lo hago, me dijo Carolina: Es posible que me estén despidiendo por eso…

“Marcela, en este piso pasan muchas cosas extrañas que ya te iré contando.” dijo Carolina.

“Dame un segundo, voy al baño, …” Quizá realmente yo no las quiero escuchar, pensé.

Cada vez que entraba o salía del área de Arquitectura para ir al baño o para preguntar por algún documento, pasaba frente a una sección totalmente encerrada en vidrio. Era como una especie de pecera desde donde me seguía con la mirada, un hombrecito de gafas, piel blanca y peinado absolutamente impecable. Lo que le faltaba en estatura, le sobraba en picardía.

Me miraba cuando iba y me miraba cuando venía. Ya desde ese momento empecé a odiarlo en silencio, sin saber todavía que iba a ser quien se encargaría de fastidiarme los días venideros con todas sus exigencias en la facturación.

Finalmente bajamos a comer Carolina y yo. Todas las miradas nos penetraron mientras salíamos del Área de Arquitectura hasta el ascensor. Ese día yo no tenía dinero, así es que ella me invitó.

Una hora después yo estaba llorando en un restaurante sobre la carrera 7a en pleno centro de Bogotá, al frente de la Arquitecta Carolina. Ella me contó tantas historias sobre el Piso 13 que en lugar de ser quien llorara por perder su puesto de trabajo, era yo quien lo hacía, por estarlo recibiendo.

Así fue mi primer día en el Piso 13. Dos días después Carolina ya no estaba. No solo no me entregó el puesto de trabajo sino que yo misma la animé para que aceptara algunas propuestas que le habían hecho después de hacer algunas llamadas estratégicas a clientes y contactos de allí mismo.

En realidad nunca hablamos del cargo como tal. Hablamos de la vida, de las oportunidades, de las empresas. De lo estúpida que se sentía al haber dejado de hacer tantas cosas por estar allí embebida en medio de documentos, llamadas, planos, presupuestos y concursos, sin que si quiera se mereciera, después de un año y medio, un comunicado ni verbal ni escrito acerca de su despido.

Muy seriamente decía que:

“Lo más seguro es que me estén despidiendo por no haber querido hacer el Zombie.”

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