Escribí en un papel una serie de afirmaciones y mientras las recitaba veía los árboles y algunos, a pesar de estar en verano, dejaban caer algunas hojas.
De esta experiencia surgió el cuento del árbol que no quería soltar sus hojas. Es bastante común. Cuesta soltar, aunque lo que tengamos entre las manos sea una serpiente.
Nos agarramos a las situaciones que nos suceden, a las personas, a los puestos de trabajo, a la salud o a la enfermedad, a los hábitos, a las actitudes, a los rasgos de personalidad que creeemos tener y pensamos que SOMOS la unión de todo esto. De hecho olvidamos que estamos enganchados.
Es verdad. Somos lo que sentimos, pensamos y hacemos en este momento. Pero al quedarnos enganchados, atrapados, sujetos y sujetando esas hojas, abandonamos la oportunidad de vivir nuevas estaciones.
La práctica de la atención plena hace posible soltar, liberar, desengancharnos.
Inspirar, trayendo hacia nuestro interior aquellos que nos ayuda.
Espirar, soltando hacia las hojas lo que nos bloquea. Y dejar que el viento, la lluvia y el tiempo nos desprenda de todo lo que sobra.
Es posible que nos sintamos un tanto vacíos. Somos de nuevo libres de elegir.
Y darnos un tiempo para sonreír y descansar.
Leí varias veces mis afirmaciones para soltar esos VOTOS destructivos, de todo tipo, pero que no sabía en concreto cuándo o dónde o con quién los había hecho.
Dudé de lo que hacía, de qué estaba soltado y al inspirar y espirar de forma pausada, fui dándome cuenta que estaba en el camino correcto, que lo necesitaba independientemente de que supiera qué estaba soltado. Era necesario dejar a mi alma hacer el trabajo, sin razonamientos, sin lógicas, sólo con fe.