Superando el Toc

Superando el Toc

Superando el Toc, hoy vuelvo a escribir más vivencias, vuelvo a seguir con este diario. Ojalá se tratara de anécdotas divertidas. Sé que, como yo, hay miles de personas pasando exactamente por la misma situación, independientemente del miedo o la obsesión que tengan, al fin y al cabo la sensación y la tristeza es la misma. Si eres una de esas personas y me estás leyendo, quiero que sepas que eres fuerte, que esos pensamientos no son nada más que nubes negras, y que, como todo nubarrón, se va dejando paso al sol.

Yo tengo muchos miedos, muchas obsesiones que no me dejan vivir con normalidad cuando se posan sobre mí. Algunos los he superado, ya no los escucho. Siguen pasando por mi cabeza, sí, pero ya no los escucho. Los veo pasar, pero ya no me hacen daño. Son sólo pensamientos, miedos de mi mente…

Hoy quiero hablar sobre un miedo enorme al que logré superar. Si habéis leído mis anteriores post, sabréis que mi primer miedo fue la muerte. Ese miedo me hizo limitarme mucho. Pensaba que el fin estaba ahí para mis seres queridos y que yo podría evitarlo. No dejaba a mis padres salir solos, sea andando o en coche. Temía que les sucediese algo en cualquier momento. Todo aquello me costó muchas lágrimas, era un miedo horrible las 24 horas del día.

Agobiaba a mi alrededor hasta tal punto que no sabían que hacer conmigo, estaba claro que tenía un problema, pero, ¿qué era? Hubo muchas discusiones y castigos. Mi familia admitió simplemente que era hipocondríaca y no tuve ninguna ayuda profesional.

Al principio me daba el miedo por rachas, en momentos de debilidad se apoderaba de mí, y en momentos en los que estaba más ocupada con el colegio se evaporaba un poco. Tengo que decir que las compulsiones por entonces eran muy numerosas.

Fue en la época de instituto cuando la cosa se agravó. Hubo un factor detonante, sufrí bulling en aquel lugar, estaba aislada y mis notas empeoraron a raíz de eso. Con esa soledad, mi único apoyo era mi familia, y verme así, sola, sin amigos, sufriendo amenazas, burlas e incluso agresiones, el miedo se agravó.

Fueron un par de años muy malos, el miedo llegaba a paralizarme, los segundos parecían horas y cada día se hacía eterno. ¿Cómo una chica de apenas 13 años no quería vivir? Un día, contacté con una vieja amiga del colegio, y me comentó que iba a apuntarse a un grupo de teatro. A mí las artes escénicas me llamaban mucho la atención y me apunté con ella.

Descubrí que mientras interpretaba un papel podía convertirme en otra persona, en otra persona que no tenía mis obsesiones. En ese rato, mi cuerpo se relajaba. Conocía a personas con gustos en común, personas que ya no me juzgaban como en el instituto.

Empecé a socializar y divertirme de verdad con aquella pasión. No me daba cuenta, pero aquellos pensamientos poco a poco estaban pasando a segundo plano. Ya no los escuchaba como antes, estaba más ocupada riendo y siendo feliz.

Poco a poco, fui ganando confianza en mí misma. Terminé los estudios de la ESO con éxito, logré enfrentarme a aquellos que me hacían la vida imposible. Salí de aquel instituto sin mirar atrás y dispuesta a sacarme el bachiller e ir a la universidad. Aquel cambio de instituto me llevó a nuevas personas, a nuevas amigas con las que compartí muchas salidas, confidencias y buenos momentos.

Con el paso de los años me di cuenta que la muerte existe, sí, pero yo no puedo controlarla. Hoy sé que un día me llegará mi hora, y así con mis seres queridos, pero ese pensamiento ya no me duele. Pasé muchos años sufriendo algo que no estaba pasando. El pensamiento está ahí, todo el mundo lo tiene, pero si yo he podido dejar de oírlo, también puedo de dejar de oír el resto, por mucho trabajo que me cueste, sé que lo haré. Yo puedo, y tú, tú también puedes.

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