Vacío…



Ya hace casi un mes.

Hoy voy a contar la historia de Sofía.
Y es durísima y tristísima.
No es una historia para que acompañe, ni para que aprendamos nada, o tal vez si, tal vez es una historia para que aprendamos a llorar a voz alta. Para que ninguna mujer sienta jamás que su pérdida es pequeña, o que deba esconderla a ojos del mundo.
El duelo es complicado, yo no soy una experta, y apenas puedo vislumbrar cierto dolor a través del mío.
Empatizar o ponerse en la piel de otro es difícil y tremendamente duro a veces.
Escucho a mujeres que tras perdidas, de 12, 15, 20 semanas se incorporan al día siguiente al trabajo y han de aguantar con estoicidad y cabeza alta las tonterías del mundo.
Un mundo a veces irónico y estúpido que no comprende.
Que no acompaña.
No entiendo de psicología, apenas de duelos mas que por los vividos, pero si entiendo que en nuestra cultura el luto se viste por fuera pero se llora por dentro.

El luto por la perdida de un hijo no nacido se esconde como si las lágrimas fuesen obscenas.
Obscenidad es esconder nuestros sentimientos.
Desdibujarlos para que el mundo nos vea fuertes sin serlo.
Duras mientras nos deshacemos.
Con alas mientras caemos al vacío.
Con pies mientras nos arrastramos.
Con alma mientras la enterramos muerta.

Conocí a Sofía por casualidad, llego a mi a través del blog, y llego por un mail, acompañando, ofreciendo su generosa mano para ayudarme a andar, su hombro por si quería llorar, su experiencia, por si necesitaba compartir.
Me abrió su corazón y me enseñó que no estaba sola ni incomprendida.
Alguien que sin conocerme de nada desnudo su alma y se sentó a mi lado.
Así era Sofía. Una mujer fuerte, valiente, entera, generosa… Había sufrido dos pérdidas, una con 20 semanas, otra de 36.
A veces el destino es cruel y salvaje.
Sofía era sabia, y hablaba de su dolor con entereza. Sus lucecitas le acompañaban siempre, protestaba de la incomprensión del mundo, de sus huecos en el libro de familia, en los álbumes de fotos.
Del silencio de sus nombres en las reuniones familiares, la invisibilidad de sus hijos no nacidos. Su necesidad anímica de sentirlos parte de su entorno.

Sofía tuvo un tercer embarazo y con el descubrió un lado aún más oscuro que el dolor de la pérdida, la maternidad y el dolor que a veces conlleva, silencioso.
Escondido.
El dolor de una nueva vida.
Que no alegra.
Que no da felicidad.
Que solo llena de temor y dudas, de tristeza y un sentimiento de infidelidad hacia los hijos perdidos, y ese dolor, ese miedo tiene que mantenerse en la oscuridad porque nadie lo comprende, porque se supone que hemos de superarlo con una sonrisa por el nuevo embarazo, borrón y cuenta nueva.
Pude devolver tanto calor y acompañarla por un camino que había recorrido apenas un par de meses antes.

Sofía sufría, y su familia y las personas que la queríamos, porque se hacía querer, porque costaba entender como alguien tan generoso, tan noble podía haber sufrido tanto, que clase de mísero provenir le había tocado. Aunque a veces me pregunto si toda esa bondad es fruto de su vivencia, si, sin esa senda vital, hubiese sido la misma enriquecedora persona.
Agonizaba su felicidad mientras no entendía como se percibía tan triste con la noticia que llevaba esperando toda su vida.
Pidió ayuda, y estaba asistida por profesionales, que le ayudaban a gestionar sus pesares.

Una mañana me llegó la noticia, estaba de 17 semanas, tristes o alegres según el día, caóticas y anárquicas, a días ordenados y claros, otros llenos de locura y negros, sentimentales siempre?
No contestó al teléfono y su marido sintió un pálpito, volvió del trabajo intempestivamente y la encontró en la cama, inconsciente, tras ingerir todos los medicamentos que había ido acumulando a través de su angustia y desconsuelo entre embarazos.
Terminó los blíster empezados de pastillas para combatir el insomnio (Pastillas para el miedo a soñar), ansiolíticos(Pastillas para esconder la congoja y la desconfianza a la vida), antidepresivos (Pastillas para secar las lagrimas)?
Nade sospechó nunca que ese botiquín, memoria de años, tuviese ese final.

Una ambulancia apresurada, desconcierto, suicidio de una gestante?
El hospital se volcó, la familia, los amigos?
Nadie podía dar crédito.
Durante horas todos se preguntaron como era posible, ella sería incapaz de dañar a su pequeño aunque incomprendido tesoro?

Sofía murió a las pocas horas, su corazón no pudo superar la sobredosis.
NO. No es cierto! Su corazón se paró, pero no fue por la sobredosis, una ecografía a su vientre inerte descubrió que su bebé llevaba más de una semana sin vida.
Su médico cree que ella lo sintió y no pudo más.
Se hundió y en silencio decidió marcharse con el.
No pudo pensar en volver a reconstruir sus trozos.
No pudo imaginar volver a mirar a la cara de quien la amaba, y a quien mas de una vez le pidió perdón por no ser capaz de gestar el fruto de ambos. Su corazón se paró porque en lo más profundo de su ser, ella agnóstica convencida, quería creer que sus lucecitas la esperarían siempre.
Su corazón se paró porque decidió acompañarlos.

No habrá más pérdidas en tu vientre, no recogerás nunca más los trozos rotos de tu alma.
No sufrirás nunca más en silencio la incomprensión del mundo.
Nunca mas compartirás tu experiencia para ayudar a otras.
Nunca más dibujaras caritas con sonrisas y lágrimas en tu firma digital.
Nunca más.
Nunca más.
Nunca más estarás a nuestro lado.
Nunca nadie podrá volver a escucharte, mientras gritas, lloras, sufres, sin avergonzarte de no disfrutar esos momentos, porque cada duelo tiene su espacio, y sus lágrimas y nadie puede, ni debe negártela.
Mi sabia Sofía.
Respeto tu decisión, tu decisión de marcharte, pero imposible no sentir el mundo más solo, más triste, más necio.
Hace ya casi un mes.
Y hoy he podido sentarme a contar tu historia.

Algo me reconfortó y mucho, no sé de tu grupo, se que lo tenias, de apoyo al duelo, pero se de un montón de mujeres, de distintos países que esa noche miraron a la luna llena que acompañó a tu adiós pensando en ti y acompañándote en el camino a tu estrella. Un grupo de mujeres sabias asiéndose de la mano virtualmente para volver a caminar.
Y es que como tú ya sabías, no estabas sola, no lo estarás nunca.
Porque aunque el camino sea duro, e incomprendido son muchas quienes lo recorren y quienes acompañan y ceden su vida, su esfuerzo y su profesión a visibilizar y a servir de cobijo en la peor de las tormentas.

Si estas pasando, o has pasado por una pérdida gestacional no estas sola. En España tenemos la suerte de contar con Mónica Álvarez, creadora y directora de http://duelogestacionalyperinatal.com/
Mónica Álvarez, psicóloga, terapeuta de pareja y familia, especialista en duelo perinatal y acompañamiento emocional y terapéutico.
es autora de los libros "La cuna vacía, el doloroso proceso de perder un embarazo" (La esfera de los libros 2009), "Las voces olvidadas. Las pérdidas gestacionales tempranas" (Ob Stare 2012) y "El ombligo de Atenea. Arquetipos, roles sexuales y mujeres del siglo XXI" (Amazon 2013)

Adiós Sofía. Hasta siempre. Que tus tres lucecitas te den luz y calor eternamente.
Vacío. Simplemente no queda nada.



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