YO TAMBIÉN FUI MALA, MUY MALA: MÁS REFLEXIONES ACERCA DEL MERCADO LABORAL TRADICIONAL

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Por Marcela González

Un 24 de Diciembre a las 2:30 de la tarde estábamos mi Maestro de Obra y yo organizando una prueba de estanqueidad para comprobar que una enorme placa que habíamos fundido en el centro de un par de edificios, no filtraba agua.

La prueba consistía en dejar toda su superficie con agua durante tres días seguidos. Debíamos formar una especie de piscina sobre la placa para que al regresar, comprobáramos si el agua pasaba o no pasaba al piso de abajo, es decir al sótano. La prueba se podía hacer cualquier día del año, pero como yo sabía que íbamos a estar 24, 25 y 26 de Diciembre por fuera, se me ocurrió decirle a mi equipo de trabajo:

“Hoy queda la prueba de estanqueidad hecha y nadie se va a celebrar la Navidad hasta que no dejemos esto listo”.

Las miradas traspasaron mi cuerpo menudo e inocente que hasta el momento no sabía lo que era un madrazo silencioso. Por cuestiones de jerarquía mis trabajadores a duras penas se habían atrevido a esconderme los zapatos al entrar a un apartamento modelo o a evadirme en medio de grandes construcciones de 20 pisos mientras jugaban al gato y al ratón, pero ese día sentí literalmente como me echaban la madre con sus ojos.

Eso de ser el malo de la película no es sencillo. La primera vez que se lo escuché decir a una Jefa, sentí cierta admiración por ella. “Me da igual ser la mala del paseo” decía con una arrogancia que me vislumbraba mientras las demás compañeras de la inmobiliaria aprovechaban cualquier oportunidad para comentar por debajo de la mesa lo ridícula y mal follada que andaba la jefa. (así tal cual).

Al comienzo en algunas obras compartía la hora del almuerzo o la comida con algunos de los trabajadores, hasta que un día, una sabia me dijo: “Es mejor que no te vean mucho con Fulanito porque al final te enrredan con él” ¿Cómo? Pensé para mi. Y seguí haciendo tal cual lo que se me antojaba, si quería tomarme un tinto con los pintores, me lo tomaba, si quería hacer recorrido de obra con los ventaneros lo hacía sin ningún reparo, si quería ir a almorzar con el maestro y encargado de obra, iba. Hasta que llegó el día. 

“¡La gente dice que andas en amores con el Fontanero!”

Y como la psicología humana es perversa, yo empecé a imaginarme cómo sería eso de andar en amores con el fontanero.

Para persistir ante tal pensamiento, me volví más estricta, distante y mal humorada que cualquiera. (mal follada dirían mis compañeras comerciales en España), así es que empecé a tomar el café y a comer en un autismo absoluto, limitándome a hablar para emitir las más crudas e irónicas frases, que tal vez  hayas escuchado en tu ámbito laboral,  o no.

Aquí tienes una muestra gratis de lo que esta dulce paloma fue capaz de decir:

“Con un solo trabajador que despida por llegar tarde, ya los demás empiezan a ser puntuales” 

“Uyyy…pero este trabajo debe ser súper difícil para que tengan que hacerlo entre tres y cuatro” (cuando estaban por ahí opinando sobre algún detalle constructivo)

“Esta fue la obra en la que usted aceptó trabajar, así que asuma las consecuencias” (Cuando recibía alguna queja)

“Bájese de allá, tenga cuidado! Claro, como no tiene a nadie esperándolo en la casa” (Cuando trabajaban en altura sin ninguna protección)

“Noo, pero usted no tiene tiempo para trabajar” (Cuando pedían algún permiso para ir a recoger notas o para llevar  a sus hijos al médico)

“Le dije que me avisara antes de continuar. Vuelva a hacer el trabajo para que yo pueda verlo” (Cuando se saltaban una revisión)

“Devuélvase para su casa, la puerta se cerró hace 5 minutos” (Después de un recorrido de 2 horas que hace obrero que se respete en Bogotá)

“Mire a ver cómo hace pero ese trabajo lo necesito para las tantas del día” 

“Usted a mi no me tutée. Por favor limítese a hacer su trabajo”

Y la olímpica: “No piense tanto. A usted No le pagan para pensar”

Y un sin número de frases, actitudes y eventos negativos trabajando como cargo intermedio, administrando un personal al que a veces ni se les pagaba cumplidamente por parte de los dueños o promotores de la construcción.

Un día me volví buena gente (estaría bien follada dirían mis compañeras comerciales de España) y ese día y a partir de entonces, todo el mundo hizo lo que se le dio la gana, literalmente. 

Administrar una obra es un arte, un mal necesario para mi. Me encantan las obras, la gente, los procesos. Pero no hay trabajo bien hecho sin la responsabilidad del promotor. Si a la gente no se le paga, no se le puede exigir. Si la gente no tiene un casino disponible para comer, no puede trabajar. Nadie trabaja con hambre.

Arquitecta


Si no se está al día en sus prestaciones, ellos y sus familias no tienen acceso al servicio de salud. Si no se les suministra información y formación sobre los riesgos de accidentalidad o si no se les dota con elementos de protección personal, la constructora y/o promotora está actuando irresponsablemente. Si yo entro en ese juego, yo actúo irresponsablemente.

Hacerse el malo para defender al verdaderamente malo es la mayor estupidez que se puede hacer. Así es que por ahora y mientras no sea yo quien garantice y asegure el bienestar de los trabajadores, no me meto a trabajar en cargos intermedios para ser el payaso de turno.

En este proceso de transformación, reflexión y evaluación de los hechos, me remito actualmente a una actividad que solo depende de mi, que es escribir. Escribir me gusta mucho. No sé si lo hago bien o mal, pero fluye de mi, con tranquilidad y sin tratar mal a nadie.

Analizando este trabajo desde la casa pienso que definitivamente aporta a mi libre personalidad.

Escribo y gano dinero, dos cosas que me gustan mucho.

El 24 de Diciembre que dejamos llena la piscina, yo no pude dormir pensando si habría ocasionado algún desastre. El 25 tampoco. El 26 llegué a la obra muy preocupada y me encontré con que algunos puntos estaban por sellar, es decir si hubo puntuales filtraciones pero en esa misma semana se corrigieron.

Mi maestro de Obra me dijo que él de la angustia, literalmente se había emborrachado y que si se inundaba o no el edificio, él no podía hacer nada, pues en esos momentos tenía sus propias preocupaciones, ya que para esa Navidad desafortunadamente la empresa no había ingresado el salario a los trabajadores.

Y el Fontanero…

No sé dónde paraba el fontanero para entonces, pero esa es otra historia que seguro te contaré.

 

Besos y Abrazos.

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