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Adoraba saltar sobre las hojas secas. Pisarlas. Ver el viento jugar con las ramas de los árboles y llevarse alguna que otra hoja en su camino.
Los días de lluvia se ponía sus botas y su piloto y chapoteaba en los charcos.
Cuando el sol brillaba solía subirse a las pequeñas colinas del bosque y rodar hacía abajo, acostada, mientras oía el crujir de las hojas. Eso, más de una vez ocasionaba algún dolor de cabeza a su madre.
Lo único malo era que los días eran más cortos, había menos luz solar para jugar. Pero siempre ser le podía ocurrir que hacer dentro de cada.