La fugacidad del tiempo es un tópico antiguo como el mundo. Que los niños crecen tan rápido que cuando quieres enterarte ya no lo son es una de sus variantes más socorridas. Algunos llegamos avisados, con mucha vida malgastada entre etapas de letargo y carreras absurdas hacia ninguna parte. Los días por delante valen su peso en oro cuando uno tiene la sensación de haber llegado tarde a su propia vida, con deseos alcanzados in extremis y el ‘ahora o nunca’ grabado a fuego en la mente.
Hay quienes superan etapas y queman varias vidas, otros consumen casi todo su tiempo aprendiendo a vivir. Quizá todo forme parte del camino, de un juego de saltos de oca a oca y temporadas en el pozo. Avanzar más o menos rápido no detendrá el paso del tiempo, pero quizá yendo más lento uno pueda sentirse más dueño de su historia, de los pequeños y grandes acontecimientos, cada nueva palabra, el primer viaje en el autobús, el
paso lento de los patos. En resumidas cuentas: de la vida.