Y no lo digo yo; la niebla amanece ahora sólo a ratos y a días. Los inviernos no son lo que eran, si hablamos de lo climatológico. Otro cantar es la vida, que de repente castiga con gélidos zarpazos como la enfermedad, doblemente ruin cuando afecta a alguien que apenas empieza a vivir. Una bruma densa amenaza con destruirlo todo y hace cierto eso de que las desgracias nunca llegan solas.
Es cuando muchas veces emerge con fuerza el deseo de vivir y disfrutar. Del poco tiempo libre al final de la jornada, los días de fiesta, los amores nuevos, las amigas de siempre. Con ellas saben a gloria las cervezas y las risas, las batallas de hace veinte años recordadas sin palabras, las ocurrencias sobre la vejez y las peripecias de los hijos. Cuando el aquí y ahora es el único asidero en medio de la niebla y no desperdiciar las pequeñas oportunidades de cada día la única verdad.
El ejemplo de entereza de alguien a quien aprecio y admiro me hace pensar que quizá sea ésta la señal definitiva de que el tiempo no pasa en vano: crecerse cuando la vida muestra su rostro más cruel y seguir sonriendo pese a la adversidad. Aferrarse a los pequeños momentos felices con amores nuevos y amigas de siempre, brindar por la salud y la vida para disipar los malos augurios y hacer escampar la boira que hoy parece flotar en el aire.