El planear y gestionar las ciudades se convirtió en uno de los principales desafíos que debe enfrentar la humanidad. ¿Qué aspecto de la sociedad podemos medir para determinar si una ciudad funciona adecuadamente para sus residentes actuales y si es probable que estos puedan desarrollar todo su potencial a largo plazo?
Aquí hay una respuesta: el día a día de un niño pequeño.
Hay evidencia suficiente de que un entorno seguro y saludable durante el embarazo y los primeros cinco años de vida puede propiciar un mejor estado de salud en la adultez, una mayor capacidad para el aprendizaje y una mejor calidad de vida. Al diseñar ciudades funcionales para los niños pequeños de hoy, se mejora la calidad de vida de estos así como también la de sus padres, maestros y doctores de forma inmediata y se lleva a cabo una inversión que contribuirá en la creación de ciudades más seguras y prósperas al cabo de veinte años.
Bajo este punto de vista, la Fundación Bernard van Leer impulsó hace poco tiempo el programa Urban95: una iniciativa que durará cinco años a través de la cual nos reuniremos con los líderes de las ciudades y urbanistas de todo el mundo a fin de observar las ciudades desde una altura de 95 centímetros (la estatura media de un niño sano de tres años) e incorporar el conocimiento adquirido a la planificación, diseño y gestión de las ciudades.
Uno de los temas que surgió en nuestros debates en ciudades desde la India hacia Israel hasta Brasil es la caminabilidad. Los líderes quieren brindarles a las personas la posibilidad de ir caminando a la clínica, a los centros de atención infantil y a los espacios recreativos, lugares a los que los padres de niños pequeños deben dirigirse con frecuencia.
Cualquier persona que haya estado embarazada, haya tenido que subir a un autobús con un coche para bebés, haya intentado llevar a un grupo de niños pequeños en el metro o haya llegado tarde al médico o al trabajo por culpa del tráfico entenderá que trasladarse de un lugar a otro puede ser algo fastidioso y estresante. Una forma de resolver este problema sería mejorando el diseño de la ciudad. Sin embargo, una solución aún mejor sería evitar que las personas deban trasladarse en auto, autobús o metro y así permitir a los padres de niños pequeños ir caminando hacia donde lo necesiten.
Desde el punto de vista del desarrollo infantil, caminar aporta una gran cantidad de beneficios potenciales.
En primer lugar, caminar es hacer ejercicio, tanto para los niños como para los padres.
En segundo lugar, caminar es gratis. LLevar a los niños al parque a jugar ya no se siente como parte de una compensación financiera para las familias de ingresos bajos que constantemente luchan para llegar a fin de mes y no tienen dinero para pagar el boleto del autobús que los lleve hasta allí.
En tercer lugar, caminar ahorra tiempo. Los padres no necesitan levantarse lo más temprano posible para asegurarse de no perder el autobús o para evitar el tráfico de todos los días. El tiempo ahorrado les permite a los padres y a los niños dormir más, preparar un desayuno saludable y tener más oportunidades para conversar y jugar. Estas y muchas otras actividades importantes para el desarrollo infantil a menudo se dejan de lado o se suspenden cuando se tiene poco tiempo.
En cuarto lugar, y tal vez lo más importante, caminar es previsible. La previsibilidad en la vida de un padre ocupado, falto de sueño y que debe realizar múltiples tareas durante el día no tiene precio. Eldar Shafir, profesora de psicología y relaciones públicas en la Universidad de Princeton, explica que cuando un padre puede ir caminando a donde necesita, sabe cuánto tiempo le tomará. No necesita preocuparse por los posibles cambios en los horarios del autobús o por el tráfico. Por lo que planificar su día resulta mucho más simple. Mucho menos estresante.
El Centro de Desarrollo Infantil de la Universidad de Harvard sostiene que una buena crianza implica capacidades básicas como la planificación y el autocontrol que son mucho más difíciles de poner en práctica cuando se lleva un ritmo de vida caótico. Si los padres pudieran contar con rutinas más previsibles, esto les permitiría enfocar sus energías en actividades que promuevan un desarrollo saludable para sus hijos, tales como conversar durante el desayuno, intentar ser más pacientes cuando lloran o contarles un cuento….
Autor: Michael Feigelson, que dedicó los últimos 15 años de su carrera a mejorar las oportunidades de los niños, niñas y jóvenes. En la actualidad, es el director ejecutivo de la Fundación Bernard van Leer.
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Este artículo fue cedido por el Blog Primeros Pasos de la División de Protección y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo, fue revisado por Mischiquiticos.com en Febrero de 2017.
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