Convicciones

Hace veinte años juré que jamás, en lo que me quedara de vida, volvería a comerme un dónut. Y puedo presumir de haber cumplido sin excepción… hasta el martes pasado, cuando mi pequeña llegó a casa con su primer huevo de pascua. Que la mano de Inés no tuvo nada que ver en la experiencia pastelera de la guardería es más una certeza que una duda, pero aun con eso fui incapaz de tirarla a la basura, como dictaban el sentido común y prejuicios de años. Va a ser verdad eso de que tener un hijo te cambia la vida.
huevo de pascua


Así que, ya puestos y como un día es un día, el festín incluyó el huevo de chocolate que acompañaba al dónut y la generosa cobertura del mismo material. Me tranquiliza saber que en las escuelas infantiles no manejan otras sustancias más adictivas, que no se trata de romper a estas alturas con principios que tanto costó aprender.

Con el cerebro en plena sobredosis de azúcar, me dio por pensar en las cosas que se hacen ‘por los niños’ y que a veces esconden motivos difíciles de identificar. Empiezo a temer que ésta sea una más de una serie de incoherencias que empiezan por las creencias que profesamos (o no) y continúan por el modelo de educación que elegimos. Mi corta experiencia me impide añadir muchas más, pero sólo estas dos ya me han dado muchos quebraderos de cabeza, y lo que nos queda.

Libre ya de los efectos del chocolate, llego a la conclusión de que a veces, al menos en mi caso, las convicciones flaquean y las certezas no son tales. Es de lo poco seguro que encuentro entre miles de dudas; eso y que voy a ‘reaprender’ a ir en bicicleta, otro de los elementos que aparté de mi vida, antes incluso que los donuts.

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