Cuando pegar es un modo de expresarse

Recuerdo la primera vez que llegó mi hijo mayor a casa con una nota en la que decía que se había peleado con un compañero. Fue en la guardería. Recuerdo que le dijimos que eso no se hacía, que no se pegaba, y que siempre se podían solucionar los problemas hablando. Creo que se pegó con el mismo compañero una vez más por un juguete y, desde entonces, no ha vuelto a pegar a nadie más, nunca más, y ya han pasado 11 años de esos dos incidentes.

Lo que no recuerdo es la primera vez que me dijeron que Pablo pegaba a sus compañeros. Creo recordar que fue al empezar el cole, pero no estoy segura porque han sido tantas las veces, que se me han ido de la cabeza.

Recuerdo que al principio intentamos hablar con él, como hicimos con su hermano, pero era como cuando mi suegro me cuenta un chiste en alemán, con esa cara de atención pero de no entender nada.

Recuerdo como comenzamos a intervenir en la cole para gestionar los arrebatos de frustración e irritabilidad que le hacían pegar a sus compañeros.

Recuerdo la primera vez que dijo “lo siento” después de pegar, sintiendo de verdad haber tenido ese arrebato que no podía controlar.

Recuerdo a los padres de sus compañeros que hablaban con nosotros para saber por qué Pablo pegaba, para saber a qué se debía; les recuerdo diciendo a sus hijos que jugaran con Pablo, porque lo hacía para llamar su atención.

Recuerdo los primeros pictogramas, la primera “cara contenta”, el primer “prohibido”, el primer “eso está bien”

Recuerdo el día que decidimos complementar toda la atención que recibía por parte del equipo del colegio y llevarle a un PT más, para ayudar a Pablo a gestionar la frustración, la irascibilidad, la rabia y todos los sentimientos derivados de la falta de lenguaje, de la falta de capacidades y de la propia Distrofia Muscular de Duchenne.

Siento la rabia y las lágrimas de impotencia cada vez que Pablo pegaba a alguien, siento la pena, el dolor al sentir que no estábamos avanzando nada, los enfados, las charlas que teníamos con él y que parecían no servir para nada.

Siento la alegría al escuchar por primera vez que Pablo ya no pegaba tanto, la felicidad al ver que sus compañeros del cole eran sus amigos y le querían, a pesar de todo; siento la calma al escuchar a los padres decir “no te preocupes, ya pasará”

Así que ayer, mientras leía una carta en la que nos decían que Pablo, después de 14 días en su nuevo cole, pegaba a sus nuevos compañeros todo el rato, que los padres se quejaban y que nos sentáramos a hablar con él para cambiar sus comportamiento, me rompí.

Me rompí de pena, de impotencia, de vergüenza con los otros padres, de incomprensión.

Me rompí porque es un comportamiento injustificable, porque me duele que mi hijo pegue, porque es algo que no debe hacer.

Me rompí porque Pablo es un amor, es un niño dulce, cariñoso, amable y educado, pero que cuando tiene que llamar la atención pega, cuando se siente aislado pega, cuando se siente frustrado pega; porque es un síntoma, un efecto secundario que tratamos desde hace meses, y que, de alguna forma, habíamos conseguido mitigar.

Ayer me permití romperme; hoy he cogido las piezas y me estoy recomponiendo para volver a empezar, a explicar, a tratar, a recordar teorías, a hacer todo lo que sea necesario para retomar los avances, para seguir viviendo en esa paz que Duchenne nos deja, de vez en cuando.

Fuente: este post proviene de El desafío de Pablo. Una vida con Duchenne, donde puedes consultar el contenido original.
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