Foto: Elena Prieto Landaluce
Hace unas semanas volví a mi centro de salud porque a Emma le tocaba la revisión del pediatra de los 6 meses y sus correspondientes vacunas.
Después de encontrar aparcamiento, estaba yo montando el carrito de bebé dispuesta a llegar puntual a mi cita, cuando me vino a la cabeza la primera vez que tuve que acudir yo sola al médico después de dar a luz y tras que mi marido se incorporara a trabajar.
Para poneros en situación, mi centro está situado al final de una larga pendiente en un barrio de Madrid lleno de calles estrechas, irregulares, en las que las plazas de aparcamiento brillan por su ausencia. Uno de esos barrios de periferia que la gran ciudad a acabado por absorber.
Recuerdo meter a la niña en el coche, dudando sobre si realmente estaba bien sujeta. La alegría de por fin encontrar sitio. Salir del coche con cuidado, porque los puntos aun estaban tiernos. Armarme de paciencia al abrir el maletero para unir las piezas de ESO que veía a otros montar con tanta facilidad. Y volar porque se hacía tarde.
Algo que antes me costaba horrores, que ahora hago con bastante facilidad. Me sentía una auténtica panoli...
Y lo fuera más o menos que otras recién paridas, la verdad es que uniendo los puntos, ahora me doy cuenta de que objetivamente eran mogollón de cosas desconocidas, que sin una explicación, había que domar sobre la marcha.
Hasta aquí era como adaptarse a una situación nueva (que no es poco). Palpar e irse familiarizando. Cogerle el tranquillo.
Pero es que yo creo que la cosa va más allá. Porque además de pisar terreno desconocido, lo de la maternidad me ha parecido un atropello de grandes contradicciones que su sucedían ante mis ojos sin que nadie llegara nunca a aclararme (de ahí lo de MATERNICIÓN = MATERNIDAD + CONTRADICCIÓN).
Y esto va sin intención de desanimar a las futuras mamás ni mucho menos, sino más bien de contar mi experiencia para desahogarme, y quizás de poner en sobre aviso a las más sensibleras como yo. Creo que lo hubiera agradecido.
Por ejemplo, el pasar de estar embarazada a estar de post-parto fue uno de los cambios más drásticos.
Cuando estás con tripa todo el mundo parece mirarte con ternura. Te tratan con tanto mimo y delicadeza que al principio te extraña, porque al menos yo me sentía igual que siempre. Luego te acostumbras rápido (como a todo lo bueno) y lo ves normal y bien justificado.
Pero de repente un día das a luz y pasas por un proceso difícil en el que empeñas un enorme esfuerzo físico, horas sin dormir y experimentas la transformación hormonal más bestia del mundo.
También está lo de salir del hospital y pasar de cero a cien.
Mi experiencia en La Paz fue bastante buena porque las enfermeras fueron atentas, pacientes y volcadas. Nos enseñaron a bañarla, cómo debía enganchármela al pecho y mil cosas más despacito y con buena letra. Pero estábamos saliendo de allí y de repente me sentía como poco preparada para ocuparnos de ella nosotros solos en casa, sin un timbre o algo al que llamar para que vinieran corriendo a auxiliarnos.
Estás que no te enteras de nada, haciéndote con un bebé, quizás instaurando la lactancia y más cansada que nunca. Pero tienes que afrontar una nueva circunstancia en la que pasas de ser cuidada a cuidar. Yo quería estar fuerte para garantizar el máximo bienestar a mi bebé pero en realidad jamás me había visto tanto en las últimas.
Miraba a Emma y flipaba de que hubiera salido de mi. Me sentía aliviada de que todo estuviera bien, pero reconozco que llevaba fatal lo de dormir tan poco. Que al principio se despertara cada hora y media para tomar el pecho me destrozaba.
La matrona me decía que era importante que descansara, porque cuando dormimos, los índices de prolactina son más altos y así se producen las subidas de leche materna. Pero, ¿cómo podía hacerlo si el bebé demandaba tantas tomas? Otra contradicción.
Pero para mi la más grande de todas estas materniciones fue lo de recibir visitas en el momento en que más desecha e insegura he estado en mi vida.
Una amiga me pasó las reflexiones de Lucía, mi pediatra sobre ello.
Afortunadamente está lejos de lo que nosotros experimentamos, pero aun así decidimos acotar el tema a la familia más cercana por el bienestar de Emma y el mío. Pero reconozco que a veces me sentí desbordada y fuera de lugar. Sencillamente no era la misma de siempre debido al baile de hormonas que mi cuerpo estaba experimentando.
Hay a mamás que, por el contrario, el calor de la gente les viene bien. Entiendo la euforia de un nuevo miembro de la familia y las ganas de recibirle como se merece. Pero a mi me costó un poquillo.
Haciendo balance de todo esto aun alucino de la larga lista de cosas que asimilamos las primerizas.
Dicen que la nauraleza es sabia y que las cosas son así por algo. Pero a mí me siguen pareciendo contradicción...
Las constumbres sociales son contradicción...
No es culpa de nadie.
Creo que simplemente es el escalón más empinado que jamás ha existido y que nos toca subir a ciegas.
Cuando ya estás arriba, de pronto miras a tu alrededor y todo cobra algo más de sentido.
Entonces te conviertes en madre.
Foto: Elena Prieto Landaluce
PD1: 48 días con Emma. La primera vez que publiqué cuando fui madre.
PD2: Las fotos son regalo de mi prima Elena. Una segunda sesión que precede a la primera que nos hizo cuando Emma sólo tenía 2 meses. Más de su trabajo en Elena Prieto Landaluce.