Un día, siendo la mayor un bebé de apenas 4 semanas, me navegué todo el intenné buscando desesperadamente el remedio mágico que hiciera que mi dulce bebita dejase de ser la niña del exorcista en una mañana de resaca y cogiera de una... vez el... chupete, para así yo poder hacer la cama y tal vez, sólo tal vez, darme una ducha de 5 minutos.
Y ahí, agazapadas detrás de las letras de GOOGLE, estaban las dos palabras que me han perseguido desde entonces. "CRIANZA RESPETUOSA".
Llámalo crianza respetuosa, llámalo criar con apego, llámalo como te dé la gana, el mensaje siempre es el mismo: el niño está por encima de todo. De todo. De to-do. Ojo cuidao, que estoy totalmente de acuerdo. Casi.
Por supuesto, quiero a mis hijos más que a mi propia vida y/o a la de cualquier otra persona que conozca, haya conocido o conoceré, pero ¿significa eso que desde el día en que me convertí en madre mi vida ya no tiene más valor ni función que la de atenderles, cuidarles, amarles, mimarles y ser su fan namberguan? Pues yo digo no.
Por supuesto, las necesidades básicas de mis hijos son infinitamente más importantes para mí que las mías propias o que las de mi Contrario, como para cualquier madre o padre del mundo mundial que no sea un psicópata. Pero a lo que vamos es a lo otro, al llanto en la cuna como si no hubiera un mañana, a la rabieta porque "me viste mamá", al pataleo incontrolado porque "quiero jugar con tu móvil" o al cabreo monumental porque le has dicho que en este momento de tu vida, en el que acabas de terminar de planchar cuatro lavadoras (y de colocarlas en los armarios), pues no te apetece mucho desenredarle el pelo a la muñeca de Elsa, sí, la misma a la que les has dicho cuarenta veces que no le suelten la trenza, que se iba a espelusmar.
Ante estas situaciones, tenemos dos salidas: la opción A, perder el culo por coger al enano de la cuna y que no llore, porque por lo visto llorar es lo peor de lo peor, dejar que la vista mamá, aunque eso signifique que mamá se vaya a trabajar a cara lavada o sin desayunar, y peinar a la... muñeca Elsa, aunque te duelan hasta las tiroides, o... y aquí viene el lío, la opción B, la opción de malamadre, la opción de "me voy a sentir culpable un mes", o lo que es lo mismo, terminar de ducharte tranquila, aunque eso signifique que tu bebé de cuatro meses llore (chille) de forma incontrolada durante tres minutos, pintarte el ojo y que la vista papá y tirarte en el sofá y dejar a Elsa con la melena alborotada hasta dentro de un ratito o incluso, hasta mañana.
Y sí, lo habéis adivinado, yo opto por la B, por la malamadre, por permitir a mis hijos que sientan un poquito de frustración y por enseñarles a respetar que los demás también tienen sus necesidades, por hacerles ver que aunque siempre pueden contar con papá y mamá para lo importante (por ejemplo, para hacer una bola de Navidad para la guarde, que es a lo que voy a dedicar la tarde con Piruleta, mi mediana) habrá momentos en los que papá y mamá tengan que decirles "ahora no puedo" y no pasa nada, porque papá y mamá les quieren igual.
Cada una lo hace lo mejor que puede y probablemente, muchas de las decisiones que tomamos no las hacemos pensando es si es "respetuoso", "natural" o con apego, sino en si es lo que nuestros hijos y nosotros necesitamos en ese momento. Porque si algo tengo claro es que lo que mis hijos necesitan es una madre descansada (aunque la mayoría de las noches somos cinco en la cama y a ver si sabéis quien duerme abrazada al larguero), una madre realizada, una madre con tiempo de ser madre, pero también mujer, hija, nuera, amiga, prima y hermana, una madre que sepa que no ha perdido nada al tener a sus hijos, que sólo ha ganado amor y más amor.
Por cierto, por si os lo preguntabais, no conseguí encontrar la fórmula mágica para que Bubú, mi mayor, quisiera el chupete. Tampoco lo quiso Piruleta, la mediana. Y con Pititi, mi chiquitín, doy la batalla por perdida.