¿Por qué la pregunta del título entonces? Porque quiero contarte mi experiencia en los últimos 4 años. De hecho, ni siquiera es un post extenso sobre todos los aspectos de esa experiencia, sino un ejemplo concreto. Creo que es la mejor manera de transmitir porqué me gusta criar de esta manera.
Hace casi 4 años, en este post, te contaba que por muchos propósitos que uno se haga, mantenerlos a largo plazo es lo difícil. Que a veces no podemos con todo y fallamos, que cuesta. La protagonista de esa anécdota tenía dos años y medio, y me dio una lección ese día. No solamente me demostró a gritos que es horrible que te griten, sino que me dejó claro que esas situaciones se pueden corregir, con amor, con perdón.
Ese post iba encabezado con el dibujo de la mayor de las terremoto. Un dibujo que no olvidaré nunca porque me partió el corazón, y eso que probablemente tenía toda la razón de dibujar lo que dibujó.
¿Por qué recordar ahora esa época?
Porque esos ejemplos me han venido a la mente cuando me he puesto a observar la situación actual. Ambas cada semana me obsequian con un dibujo, pero éstos están llenos de sonrisas y corazones. Cada una con su estilo, me dedican palabras de cariño, corazones, sonrisas. En casa no hay gritos, cuando nos enfadamos nos explicamos por qué, las cosas se hablan. Bueno, eso no es cierto del todo, la pequeña a veces grita cuando algo no le gusta, dice que es para liberar la rabia.
Terremoto mayor, autora de ese primer dibujo de caras tristes, se sienta a mi lado por lo menos tres veces por semana a decirme que me quiere mucho, aunque no le gusta expresar sus sentimientos, ni es mucho de mimos. Me abraza cuando llego o si tengo que salir y se queda en casa. Me cuenta como se siente, con palabras, a veces si le cuesta hace un dibujo. Ella, que lo primero que le venía a la mente junto a tristeza era yo enfadada con ella, ya no se acuerda de la última vez que me enfadé con ella. Lo sé, porque se lo he preguntado. Una vez me preguntó qué era el castigo, y que estaba feliz que a ella no la castigaba nunca, sino que le explicaba sus errores. Además, me sorprende como empatiza con la gente, cómo es capaz de dialogar para expresar su opinión sin pelear, cómo puede negociar cuando quiere algo y sabe que no es el mejor momento, pero también como sabe aceptar un no, cuando viene con una explicación.
Y en cuanto a la pequeña, la que fue protagonista de esa noche de gritos que cambio el rumbo de esta casa, hace poco le preguntaron quien era su persona favorita y dijo “mi mama” Lo cual, puede ser perfectamente habitual en los niños pequeños. Después, le preguntaron qué le gustaba de su mamá. Su respuesta fue “todo”. Ella no recuerda esa época, no recuerda los malos ratos ni los gritos, para ella no existieron. Al menos conscientemente. Sé que todo lo que les hacemos o decimos les marca, pero quiero creer que la época fue breve y la he compensado con creces. Y que no voy a dejar de hacerlo. Aunque a veces le caen lágrimas por mi culpa, pero son porque aun estamos aprendiendo, yo a callarme algunos comentarios, y ella a entender que cuando te cuentan que algo que hiciste no está bien no quiere decir que te estén riñendo o que te quieran menos. Por ejemplo, a veces le digo “¿podrías no pellizcar a tu hermana cuando te enfadas con ella y explicarle lo que te pasa? Y ella llora, porque le sabe mal, pero dice que no sabe contenerse. Estamos aprendiendo, no somos perfectos, ya iremos mejorando entre todos…
Pero sus dibujos ilustran otros colores, sus dibujos son sonrisas, con corazones.
Tengo claro de qué sirve la crianza respetuosa, al menos en mi casa. Sirve para dejar el estrés de lado y abrazar el caos, sirve para mirar el mundo con los ojos de un niño, empatizar con ellas, entender que todos cometemos errores, y si los cometo yo, como no van a hacerlo ellas que están aprendiendo qué está bien y qué esta mal. Para mi es entender que los niños tienen otro ritmo, y hay que respetarlo.
Que prefiero que no sean perfectas ni ordenadas, ni silenciosas ni se estén quietas, ni que vayan pulcras todo el día, mientras exploren, experimenten y disfruten de la vida. No quiero hacerles correr, ni quitarles minutos de juego para tener solo normas. No quiero corregirles continuamente, sino observar cómo aprenden a hacer las cosas cada día mejor. Me gusta que entiendan las consecuencias de sus actos, no chantajearlas para que hagan las cosas.
Pero además, quiero que sepan que No quiero ponerles etiquetas, sino que ellas descubran quienes quieren ser. que nadie es perfecto ni lo hacemos todo bien, pero que ambas son especiales, con sus virtudes, y sus defectos, así las quiero y así deben quererse a sí mismas.
Y, una vez sepan eso, quiero escuchar su risa muy por encima de ver sus lágrimas.