Hoy he invitado a Marisa, autora de Madres estresadas para que nos hable de un tema delicado, quizá tabú en muchas ocasiones. Y es que, cada vez con más frecuencia, escucho (o leo) sobre esta enfermedad del cuerpo y del alma… Os dejo con ella. Cualquier duda o sugerencia que tengáis, podéis dejarla en los comentarios y Marisa intentará contestaros (o yo, en su defecto). ¡Feliz (y lluvioso) lunes!
Mira, si te rompes una pierna, todo el mundo se entera, hasta tú; te duele, te la escayolan, y tu familia se dedica a mimarte y hacerte todo más fácil.
Pero....
Nadie ve una depresión, ni el que la padece. No te escayolan, no te miman... y no te entienden, sobre todo porque no te entiendes ni tú.
Yo sufrí más de una hasta que fui consciente de lo que me ocurría.
Una vez al mes, ya sabes, con eso de la regla yo dejaba de ser una buena persona y me pasaba dos días gruñendo, más o menos fuerte, con ganas de morder a todo el que se me acercara.
Pero a los dos días yo me arrepentía de todo, pedía perdón, abrazaba a todos, y a esperar al mes siguiente.
Hasta que un mes algo cambió, y en vez de echar la culpa a los demás de mi humor, “decidí” que lo que quería era dormir, llorar, dormir, dormir, dormir.... y que el mundo me olvidara.
Dejé de hacer todo lo que me gustaba, desde jugar con los niños hasta las manualidades, dejé de ver a mis amigos o de bajar al parque, simplemente me dejé.
Hasta que salió el sol y mi cerebro salió como un caracol de su concha y pude retomar mi vida.
¿El por qué? pues... todo iba bien en mi vida menos yo.
Ni problemas en la familia, ni de salud, ni económicos, ya sabes, no somos ricos, pero podemos comer a diario, ni problemas en el trabajo, ni con mi marido....Nada, solo ganas de que el tiempo pasara y que nadie se acordara de que yo existía.
De alguna manera borré aquella época y seguí viviendo sin analizar qué había pasado. No fui al médico, ni nadie me dijo que aquello era una enfermedad.
Hasta que volvieron las ganas de desaparecer.
Una mañana me levanté, llegué al baño... y me desmayé, mi marido, histérico, llamando a urgencias...
Tuve un diagnóstico: DEPRESIÓN.
“Ideas rotas” empecé a llamarlo, y al igual que si fuera la pierna tenía que buscar ayuda para volver a caminar.
El médico me mandó unas pastillas de las que no recuerdo el nombre que me mantenían, pero el que mi ánimo dependiera de esas cosas, no me gusta.
Es mi mente y mando yo, es mi pozo, yo he entrado y yo tengo que empezar a salir.
Y entonces SÍ que decidí pensar en qué me estaba pasando.
Pensar en qué motivos podía tener para estar así: NINGUNO.
Y además recordé una cosa. Cuando tuve motivos para estar histérica, no me deprimía; cuando en mi familia había problemas de salud, mis males desaparecían; yo podía olvidarme de mi misma y ocuparme de solucionar la vida de los demás.
Y empecé a obligarme a sonreír, físicamente, cada mañana obligaba a los músculos de mi cara a forzar una sonrisa, como fuese, pero yo dedicaba un rato a pensar “hoy voy a sonreír, y voy a buscar una razón para hacerlo. Voy a olvidarme por unos momentos de todo lo demás y a salir de la cama con la cara alegre, voy a mirarme al espejo y quiero ver mi sonrisa. Porque me da la gana. Y punto”
Un día en un análisis de sangre apareció una causa: ANEMIA. Por eso de la menopausia, hay quien tiene sofocos, algunas no tienen síntomas, y otras nos vamos dejando el hierro no sabemos dónde, y eso y las hormonas, deprimen, y mucho, pero yo no iba a volver a caer.
Ahora me conozco, a mis neuronas las domino yo.
Me dejo llorar cuando me hace falta, pero con tiempo. Me doy un minuto para desesperarme, UNO SOLO, y cuando cambia el reloj DECIDO respirar, controlar cada respiración, cada vez más despacio y más tranquila, no pienso más. No necesito nada más que recuperar la respiración y concentrarme en hacerlo para volver a ser la que quiero ser. Y poco a poco, resucito y sonrío otra vez. Y no dejo que la depresión se instale.
Sé que no soy perfecta, que hay cosas que debería hacer mejor, o que debería hacer y otras que no. Pero cada vez me acerco más a mi perfección.
Sé que la vida me dará motivos para estar triste, pero tendré motivos, y lloraré por ellos, pero no será la desesperación inútil que significa una depresión, y sé que podré con ello.
No dejo que me afecten problemas que no son míos, si no puedo solucionarlos. Esas muertes de famosos, por ejemplo, que hacen llorar a los demás, no son míos, no existen, no les dejo entrar en mi cerebro.
Tampoco dejo que me afecten las personas tóxicas. Si quieren mi ayuda y puedo, intentaré ayudar, pero si lo que buscan es que me sienta culpable de cualquier cosa, (y en eso meto hasta de lo que soy culpable) sonrío, miro para otro lado y en cuanto puedo, sigo mi camino.
No me complico recordando lo que he podido hacer mal, o lo que no he hecho, no puedo volver atrás, ni quiero.
Lo que sí puedo es mirar qué hace falta hoy o mañana, que ME hace falta. Y en ese ME incluyo a los míos, mi familia, mis amigos, o esa señora que pasa a tu lado un día y te pide que le recojas algo que se le ha caído al suelo.
Me voy rodeando de personas que se ríen, que luchan por lo que quieren, como pueden, que piden ayuda si la necesitan y ayudan cuando lo necesitan otros.
Y sonrío, sin mirar dónde estoy ni qué van a pensar de mí por hacerlo.
Y si no tengo ganas, las busco.
Gracias Marisa por tu experiencia. En esto de la maternidad, a veces nos olvidamos de que somos también mujeres y, sin querer, podemos tener depresión. No siempre es fácil ver lo que nos pasa ni saber cómo pueden ayudarnos. A veces, leer otros casos y ver que se sale es aliciente suficiente para sonreír, aunque solo sea durante unos minutos. La risa alegra al alma, ¿no? Pues hoy, solo hoy, sonríe. Un abrazo y Marisa, gracias por mostrarte tal y como eres. Efectivamente, estás a un paso de ser más perfecta para ti.