Las cervezas son hoy por hoy casi excepcionales, por muchas causas entre las que figuran Inés y otros personajes de su tamaño. Si hablamos de organización, aquí sí que el pequeño ser que llegó a mi casa hace año y medio tiene mucho que decir. Suya es la ‘culpa’ de que el otrora orden cotidiano se haya convertido en deseo imposible. Abortadas las dos vías de escape, siento por momentos mi cabeza fuera de control, y es entonces cuando los objetos adquieren vida propia y tienden a desaparecer. En poco tiempo he sufrido la irreparable pérdida de un patito de goma, un gorro, el mando a distancia y dos juegos de llaves, uno de ellos ajeno. Bastante avergonzada, me disculpé el otro día ante su propietaria, que me tranquilizó confesándome que ella misma extravió en la misma semana el móvil, la bici y una cámara de fotos.
Mientras tanto, Inés reordena todo lo que cae en sus manos con tanta energía como falta de lógica. Consecuencia de ello son zapatos en la lavadora, pan en los cajones, muñecos en la nevera y… ¡por fin!, el mando a distancia en el armario del baño. Intento por enésima vez concienciarme de que el desorden natural es uno de los cambios que debo asumir. Supongo que existe un lugar en el que descansan felices los pequeños objetos que un día huyeron de manos nerviosas y estresadas. Una especie de limbo donde duermen también los deseos callados, las cervezas que no tomamos y los calcetines que desaparecen en la lavadora.