En mi corta experiencia en el grupo de ‘los que sí’ he verificado que por una vez estaba en lo cierto. Puedo presumir, y presumo, de que en paciencia y capacidad de sobrevivir durmiendo poco y mal he progresado mucho, pero mi grado de generosidad sigue donde estaba; ni mucho ni poco, digamos que en la media.
Sí que he comprobado, y esta vez era verdad lo que dicen, que tener un niño aumenta la sensibilidad ante todo lo que tiene que ver con ellos. Encajo a duras penas las noticias de maltrato infantil y siento una pena que no conocía, porque en cada pequeña víctima veo la cara de mi niña. Sé que no suena muy generoso, pero es la verdad. Desvivirse por los propios hijos es lo normal; admirables son las personas que dan su vida por los hijos de los demás.
El otro día ocurrió algo que hacía tiempo que no me sucedía. El horror me paralizó escuchando a una mujer en televisión en un reportaje sobre Corea del Norte. Decía que en un campo de castigo vio a una madre matar a su hijo desnutrido. Mientras el periodista (desconozco si con o sin hijos) comentaba con voz lastimera que jamás había escuchado algo tan horrible, lo imaginé pensando secretamente, con un poso de vergüenza quizá, que aquel programa iba a ser un bombazo..