Querida Maramoto:
Ahora todavía no eres consciente, pero pronto empezarás a saber que nuestro calendario está plagado de Días Internacionales de, de Días Europeos de y de Días sin más en los que, nadie sabe muy bien el porqué, se celebra algo. Por regla general, comprobarás que los Días Internacionales y Europeos sirven para reivindicar y recordar cosas (enfermedades, acontecimientos, movimientos sociales…) y la fecha elegida para celebrarlos suele tener una explicación más o menos lógica. Los Días sin más en los que se celebra algo carecen de esa explicación. Nadie sabe por qué empezaron a celebrarse, pero todos vemos como los comercios se frotan las manos cada vez que se acercan. El Día del Padre es uno de ellos. Siempre me ha parecido un día puramente comercial, pero como suelo ser bastante incoherente, en casa siempre le regalábamos algo al abuelo moderno. Él refunfuñaba, porque ya sabes que el abuelo siempre dice que no quiere regalos, pero no era difícil verle en los ojos que se sentía especial.
Que conste que el Día del Padre me sigue pareciendo igual de comercial que antes, pero tengo que reconocer que desde que soy tu papá en prácticas he entendido un poco mejor el brillo que veía en los ojos del abuelo, ese sentirse especial, aunque cada 19 de marzo, salvo porque Valencia tiñe el cielo de negro quemando sus fallas, no deje de ser un día más. Más pronto que tarde, cuando empieces el cole y las profes te líen a hacer manualidades para regalarme en ese día, comprenderás algo mejor estos sentimientos que intento transmitirte. No los captarás en toda su extensión, pero seguro que verás que me haces sentir especial. Aunque bueno, eso tampoco es ninguna novedad. Tú consigues hacerme sentir especial cada día con tus besos, tus abrazos y esas miradas cargadas de amor que me dedicas. Digamos que ese día, por todo lo que le rodea, los padres estamos más predispuestos a sentirnos especiales. No en vano, y aunque no sepamos muy bien el porqué, es nuestro día.
Pero bueno, en esta carta no quería hablarte del Día del Padre, sino del Día del Padre Imperfecto. A mi me gusta más así. Muchas veces pienso que cuando leas este blog (igual que lo lee la gente ahora) pensarás (igual que pueden pensar ellos ahora) que todo en nuestra vida era maravilloso, un cuento de hadas pintado en rosa fucsia, una historia sin altibajos que fluía suavemente mecida por un mar en calma. Que conste que ha habido momentos así, pero también ha habido muchos de los otros. Instantes más oscuros en los que el rosa deviene en gris, cuando no muta directamente al negro. Momentos en los que la falta de sueño, el agotamiento extremo y tu inagotable energía me empujan al borde del precipicio de la desesperación. Días en los que no dejas de chillar y mi mente, incapaz de pensar o procesar nada entre tanto alarido, dice basta.
Entonces, en esos momentos, se me ha escapado algún que otro grito, alguna que otra frase que no venía al cuento y he maldecido una y mil veces que todo sea tan díficil contigo, que todo cueste tanto. Luego, un minuto después, te he mirado y me he sentido más mal de lo que jamás me he sentido en mi vida. Me he repetido una y mil veces que por muy agotado que esté, por muy duro que sea vivir entre gritos, esa reacción mía no puede volver a suceder. Lo intentaré. Sólo puedo prometerte eso. Para bien o para mal, soy un padre imperfecto y, como tal, tengo mis debilidades, mis límites y mis días grises.
¿Sabes una cosa? El abuelo moderno también fue un padre imperfecto. Jamás me puso una mano encima, pero más de una vez colmé su paciencia y algún grito me cayó. Nunca un castigo. Él también tenía sus debilidades, sus límites y sus días grises. Pese a ello, para mí es el mejor padre del mundo. Tanto es así que, cuando supe que ibas a llegar a nuestras vidas, pensé que me conformaría con ser la mitad de buen padre de lo que él lo es conmigo. Siempre atento, dispuesto a ayudarme, acompañándome sin dirigirme, mostrándome continuamente su afecto, confiando ciégamente en mí y en mis decisiones. Si hoy soy el papá en prácticas que soy es en gran parte gracias a él. Para mí siempre ha sido un espejo en el que fijarme.
Espero que algún día, dentro de muchos años, tú también puedas pensar así de tu papá en prácticas, que los días grises sean sólo una anécdota dentro de nuestra relación, pequeñas manchas en un historial plagado de buenos recuerdos. Eso será señal de que lo hice lo mejor que pude aceptando mis debilidades, mis límites y mis días grises. Que intenté ser el mejor padre posible asumiendo en todo momento mi inevitable imperfección.